Casi seis años después de haber llegado al poder y cuando Irak estampa el sello de la derrota en su gestión, el presidente George W. Bush voltea y descubre algo que siempre ahí había estado: Latinoamérica, al sur de su frontera. Y al grito de ¡vamos a concretar la revolución bolivariana!, el texano quiere hacer en dos años, lo que no hizo en seis.
Si Bush quiere contrarrestar el peso del venezolano Hugo Chávez en la región e incidir, a la vez, en el porvenir cubano después de Fidel Castro, todo sin tener una idea clara de cómo hacerlo sin provocar inestabilidad, su súbito interés por la región podría terminar siendo explosivo.
Tardíamente, Bush advierte el descuido de su área ?natural? de influencia. Desde luego, se podría decir: ?allá el texano con su nueva aventura?. Pero, lo cierto, es que un error en esta ofensiva diplomática estadunidense podría arrastrar a México a un serio problema. Ojalá la Cancillería mexicana tenga ?como hace tiempo se advirtió? claridad frente a esta circunstancia y cuente con una estrategia del rol a jugar.
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Algunos especialistas no dudan en calificar de estratégica la gira del mandatario estadounidense.
Advierten en la decisión de prestar atención a Latinoamérica, el influjo de John Dimitri Negroponte que, a diferencia de Condoleezza Rice, sí entiende y conoce la región y a partir de esa lógica, no dudan en hablar de una nueva ?Alianza para el Progreso? reconociendo, sin embargo, que esta nueva alianza no tendría el alcance de la anterior. Como quiera, valoran la gira desde una perspectiva estratégica y no sólo coyuntural.
En la decisión de emprender el viaje, esos analistas advierten una toma de conciencia del abandono y descuido en que la diplomacia estadounidense dejó a Latinoamérica, así como del crecimiento de los Gobiernos de izquierda, tanto moderada como radical, fincados en el malestar social dejado por una propuesta de desarrollo que, más bien, fue de crecimiento y que, aún hoy, golpea a los sectores más desprotegidos.
Puede ser que en ese marco haya que cuadrar la gira del presidente George W. Bush. Pero lo que no se puede dar por seguro, es que el mandatario estadounidense cuente con el tiempo y la inteligencia diplomática necesaria para rehacer el tramado de la relación de Estados Unidos con el subcontinente sin provocar problemas mayores.
La historia reciente, la de los últimos años, dejó clara evidencia de los errores que una y otra vez cometió la diplomacia estadounidense en la región. Falló brutalmente con México después del atentado del 11 de septiembre de 2001, dejándole como sello de amistad un muro.
Falló brutalmente en el intento de desplazar a Hugo Chávez del poder en 2002 para consolidarlo en el poder. Falló brutalmente en el afán de impedir el ascenso de Evo Morales en Bolivia y hundió a la élite política criolla. Falló brutalmente en al afán de tomar el control de la OEA en 2005 y perder espacio en el organismo. Y, desde luego, falló brutalmente en el propósito de integrar a la agenda latinoamericana la seguridad nacional de Estados Unidos como si ésa fuera la prioridad de la región, ofreciéndoles a cambio una serie de exigencias.
Esos errores, en más de un caso, terminaron por generar precisamente lo que se quería evitar. Venir a rectificar esos errores a estas alturas del Gobierno de George W. Bush, es toda una hazaña? o es una locura.
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Puede parecerlo o no, pero los dos más grandes populistas del continente Americano son George W. Bush y Hugo Chávez.
A su modo y estilo, a cada uno le da por emprender ?cruzadas? sobre la base de echar mano de los recursos que no son de ellos. El déficit en que Bush ha hundido a Estados Unidos siendo que traía un superávit o el gasto alegre de los recursos petroleros por parte de Chávez dejando la factura final a Venezuela, perfilan ?por absurdo que parezca? a dos tipos en extremo parecidos.
Las actitudes fundamentalistas no son ajenas a ninguno de los dos. A los dos, ese remoto país que es Irán les significa muchas cosas, uno se acerca y el otro se aleja. A los dos, los subyuga el maniqueísmo político y el peso ideológico. Los dos están tocados por la idea de la liberar los territorios oprimidos. Los dos son muy parecidos.
De ahí que un resbalón diplomático estadounidense en la región, podría profundizar los problemas y generar una ola de inestabilidad.
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En este punto, no puede perderse de vista a Cuba.
Desde hace meses, más de uno se pregunta qué va pasar en la isla caribeña cuando Fidel Castro muera. Lo cierto es que, desde hace ya ocho meses, Fidel no está en el Gobierno de la isla y desde entonces, está claro que el sucesor lleva por nombre el de Raúl Castro. Nada hace pensar que Fidel Castro pudiera regresar a tomar las riendas del Gobierno. Así que lo tenía que pasar en Cuba ya ocurrió, aunque falta por ver cómo será Raúl cuando ya no tenga encima la sombra de su hermano.
Si Raúl radicaliza la línea que seguía Fidel, de entrada, habrá un problema migratorio para Estados Unidos y para México. Pero si esa radicalización deriva en un problema de gobernabilidad en la isla, el problema podría adquirir mil y un aristas para el conjunto de la región. No sólo tendría un carácter migratorio, sino también político y diplomático. En ese punto, es donde el Gobierno mexicano tiene que cuidar el rol que le tocará jugar.
La definición del porvenir de Cuba muy probablemente coincida cuando el Gobierno de George W. Bush esté a la baja y las tentaciones por ganar puntos frente a la elección presidencial en Estados Unidos estarán al orden del día y ya se sabe, el mandatario estadounidense cede muy fácilmente frente a esas tentaciones.
¿Cómo se va a conducir el presidente Felipe Calderón frente al presidente George W. Bush en la ofensiva diplomática que, por lo visto, comienza a desplegar el vecino?
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Por la naturaleza del Gobierno calderonista, no es descartable que la Administración Bush lo vea y lo tenga como el aliado natural para tratar de replantear su diplomacia hacia América Latina.
Sea por la cercanía geográfica, sea por la cercanía ideológica, sea por la debilidad del Gobierno mexicano, sea por que en el fondo no tiene a nadie más, la Administración Bush puede jugar con la idea de que el presidente mexicano se constituya en un factor de equilibrio frente a la influencia del chavismo en la región y se constituya en la cabecera de playa de la política que, finalmente, Estados Unidos vaya a jugar frente al Gobierno virtual de Raúl Castro.
En ese punto, es donde se verá si el Gobierno de Felipe Calderón cuenta con una política exterior propia o dependiente. Si el presidente Calderón no toma la iniciativa de desarrollar una política exterior frente a Latinoamérica que, por un lado, le dé margen de maniobra frente al Gobierno de Estados Unidos y que, por otro lado, le dé oportunidad de colocar su propia agenda ante la Administración Bush, la visita que está por llegar podría traerle de regalo un paquete de problemas.
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Si el Gobierno mexicano asume un rol que no tiene por qué jugar en la región, terminará debilitado en su política interior y en su política exterior hacia Latinoamérica y hacia Estados Unidos. ¿Se tiene ya esa estrategia?