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Cada chango a su mecate... | Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

René Descartes, el principal impulsor del racionalismo que nos condujo a donde estamos, tenía una peregrina idea: que los chimpancés poseían la capacidad de hablar, pero no la utilizaban para que no los pusiéramos a trabajar. Sabio, don Renato. Y eso que murió doscientos años antes de que Darwin encontrara un nexo evolutivo (mucho más lejano de lo que la mayoría de la gente piensa) entre los hombres y los primates superiores: chimpancés, orangutanes, bonobos y gorilas.

Por supuesto, conociendo a nuestra especie, el dictamen del autor de “El discurso del método” no suena errado. Si los chimpancés pudieran hablar o manifestaran mayor inteligencia de la que muestran, pueden estar seguros de que ya los habríamos puesto a vocear productos “pirata” con estruendoso fondo de música grupera o a cargar bultos a destajo o a hacer monerías en la Cámara de Diputados (de hecho, creo que ya hay algunos ejemplares en San Lázaro). De la misma manera que la Marina norteamericana entrena delfines para localizar minas y vigilar los puertos, aprovechando la sagacidad de esos mamíferos marinos. Los cuales, para acabarla y basándonos en la proporción peso corporal-masa cerebral, nos superan en ese rubro. La verdad, yo siempre he pensado que los delfines son más inteligentes que los humanos. Por eso cuando emergen para que les demos su pescadito, se ríen como locos de nosotros. Ustedes los habrán visto: sacan la cabeza del agua y se carcajean de los pobres Homo Sapiens, que no sólo tienen que aguantar impuestos, locutores, políticos y reality-shows; sino que además les damos de comer de oquis a los cetáceos que se burlan de manera tan patente de los terrestres dizque superiores.

Quien ha visto los ojos de un orangután triste y abotagado por la falta de ejercicio en el fondo de una jaula, no puede sino sentir un cierto contacto anímico. De alguna manera, ese “hombre del bosque” (que es lo que quiere decir orang-utang en no sé qué lengua indonesia) parece hacer honor a su nombre y nos provoca una compasión... digamos... más cercana a la piedad humana. Por algo le pusieron así aquellos isleños.

Además, está la cuestión de que algunos de los primates mayores comparten con los humanos algunas características que suelen distinguirnos del resto del mundo animal. El uso de herramientas es una de ellas: los chimpancés usan palitos para sacar bichos de los termiteros, como si hicieran brochetas. Y son capaces de resolver el problema de cómo bajar un racimo de plátanos colgado del techo usando una escoba. Los gorilas de vez en cuando utilizan palos para darle de catorrazos a sus rivales, como tan célebremente lo hiciera el homínido Moonwatcher en la película “2001: una odisea espacial” (2001: a Space Odissey, 1968). Esos gorilas son capaces de la misma estúpida hazaña humana, de librar guerras territoriales intraespecíficas, con muertos, ocupación del terreno conquistado, esclavitud de las hembras capturadas y toda la cosa. Igualito que nosotros.

Además está el hecho de que chimpancés y bonobos son las especies más cercanas a nosotros los humanos, habiéndose separado del tronco evolutivo común hace unos seis millones de años.

(Por supuesto, la usual noción de que “descendemos del chango” es una soberana tontería; si así fuera, no habría changos ni en Chapultepec, dado que la evolución los hubiera dejado mordiendo el polvo de la desaparición de los ineptos. ¡Ah, si la teoría darwiniana funcionara en la política! En realidad tenemos un ancestro muy remoto en común. Y de ése sí descendemos... ellos y nosotros).

Todo esto tiene que ver con el hecho de que, por simple apariencia y muchos otros detalles, los primates superiores son vistos algo así como parientes lejanos de la Humanidad. Después de todo, los chimpancés comparten más del 97 por ciento de su ADN con los humanos. O sea que están muy cerca de ser lo que somos.

Y si ciertos austriacos alucinados se salen con la suya, van a quedar más cerca todavía.

Desde hace algunas semanas un grupo de ambientalistas austriacos ha emprendido una original cruzada judicial para que Hiasi, un chimpancé de 26 años, sea legalmente declarado “persona”. Lo cual, como todo lo que tiene que ver con abogados (de cuya presencia líbrennos Dios y los tiranosaurios) es todavía más complicado de como suena.

Resulta que Hiasi llevaba un cuarto de siglo viviendo en un refugio para animales en Austria. En 1982 había sido transportado de contrabando desde Sierra Leona (¡ni los simios se escapan en esos pobres países!) para ser usado en experimentos médicos. Pero fue detectado en la aduana, decomisado y enviado al refugio. El problema es que esa institución se halla en bancarrota y se teme que Hiasi quede sin hogar. Por supuesto, en la Europa post moderna llena de remordimientos por su vacua prosperidad, sobra quién quiera ayudar al primate. Pero hay un problema: según la Ley austriaca, sólo una persona puede recibir donativos personales. Si el impulso para que Hiasi sea declarado persona resulta exitoso, el peludo beneficiario tendría derecho a poseer propiedad y por tanto, a recibirla. Los radicales defensores de la “personajez” de Hiasi amenazan con llevar el caso hasta Estrasburgo, a la Corte Europea de los Derechos... Humanos. ¡Ooops!

En otro frente de esta bizarra batalla, Paula Stibbe, una británica que enseña inglés en Viena, le solicitó a una jueza ser nombrada “tutora legal” de Hiasi. La jueza la mandó por un tubo, razonando que el susodicho no presentaba ninguna de dos condiciones imprescindibles: ni tiene problemas mentales, ni se trata de una emergencia. O sea que para que le den el tutelaje, la señora Stibbe debe probar que Hiasi tiene alguna deficiencia mental. Genial, ¿no?

Por supuesto, la pugna por declarar persona a Hiasi es parte de una lucha más amplia por proteger legalmente a las bestezuelas de Dios, que suelen sufrir peores agravios por parte de los supuestos entes racionales que de los irracionales. En España, por ejemplo, hay un fuerte cabildeo para proclamar una Declaración Universal de los Derechos Animales... en un país en el que las disputas entre quienes se oponen a las corridas de toros y quienes defienden la Fiesta Brava alcanzan niveles francamente tártaros. Y ya no hablemos de los protectores de delfines, ballenas, lechuzas manchadas y todo tipo de animalejos que concitan emociones que ya quisiéramos ver en defensa de los niños desnutridos de Darfur o de los esclavizados por el Ejército de Resistencia del Señor en Uganda.

Ése es uno de los principales dardos que se les arroja a los defensores de los derechos (y ahora hasta la “personajez”) animales: que habiendo tanta miseria humana, habría que preocuparse primordialmente por la desesperanza y fregadez de los miembros de nuestra propia especie; sobre todo de los más desprotegidos.

Pero por otro lado, nuestros compañeros de nave (de esta nave espacial llamada Tierra) merecen ser protegidos del principal depredador del planeta, que somos nosotros. Y no sólo en beneficio suyo, sino nuestro. ¿Se imaginan un mundo sin jirafas, sin mapaches, sin correcaminos, sin perros ni cuervos? ¿Qué gratificación obtendríamos de una naturaleza sin graznidos, aullidos o esa sinfonía retumbante que es el canto de la ballena rorcual? Sí, hay que defender a los animalitos de Dios... de nosotros mismos.

Con otra: tengo la completa certeza de que “Duende”, mi perro Labrador, tiene un ánima cien veces más noble y un karma mil veces superior, al del noventa y cinco por ciento de nuestra clase política. Por eso yo defendería un millón de veces más los derechos de mi chucho, que los de los inútiles parásitos que tenemos chupándose nuestros impuestos. La mayoría de los cuales, irónicamente, son unas auténticas bestias.

Consejo no pedido para ponerse chango y verse muy mono: Vea “Gorilas en la niebla” (Gorillas in the mist, 1988), con Sigourney Weaver, sobre la relación casi-enfermiza de la investigadora Dian Fossey y sus velludos sujetos de estudio. Provecho.

PD: ¿Para cuándo el par vial Tecnológico-Gómez Morín? ¡La viuda de Mausolo se tardó menos en repartir las esquelas en Halicarnaso!

Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx

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