Así como los presidentes de la República marcaron su gestión política y administrativa con un “estilo personal”, según observó don Daniel Cossío Villegas, los gobernadores de Coahuila también impusieron su sello personal al periodo para el que fueron electos.
En tal marco intento pasar revista a los gobernantes de Coahuila que tuve la suerte de conocer y tratar, aun sin haber trabajado bajo sus órdenes. Me resulta claro que cada cual era dueño de un estilo propio e inconfundible; así tuvieran todos un diferente modo de usar el mando y una visión particular sobre los asuntos políticos y sociales.
A muchos de estos gobernadores no los conocí; así que supe de ellos por medio de largas conversaciones con quienes habían sido sus colaboradores y/o sus amigos. Hubo gobernadores ortodoxos, aunque otros optaron por observar una conducta más heterodoxa, laxa y en algún caso demasiado permisiva y sorprendente.
Supimos, por ejemplo, que don Nazario Ortiz Garza había dirigido la Administración pública con orden y disciplina. Cuidadoso en extremo de su comportamiento oficial y privado, se preocupaba por lo que opinaba la gente y los periódicos sobre su Gobierno así que no daba ocasión a críticas, ni permitía que las acciones de sus colaboradores fueran piedra de escándalo para la sociedad coahuilense.
Don Nazario gobernó del primero de diciembre de 1929 al 30 de noviembre de 1933. Antes habría ocupado cargos menores en la Administración pública. Hizo su aprendizaje laboral en Saltillo, en la tienda de don Dámaso Rodríguez, al lado de otros dos jóvenes que igual tuvieron un futuro exitoso como empresarios: Segundo Rodríguez e Isidro López Zertuche. Al inicio de su trabajo independiente Ortiz Garza manejaría un pequeño negocio de banquetes: los preparaba y servía, pero además alquilaba mesas, sillas y vajillas. Atendía celebraciones de bautizos, primeras comuniones, cumpleaños y bodas. Era un pionero en esa especialidad.
Por ello fue que, todavía muy joven, logró relacionarse con la entonces llamada “gente de pro” fincando relaciones tan importantes que pronto lo convirtieron en “gente de PRI” o de las siglas de los partidos causahabientes: PNR y PRM. Así se ligó al gobernador Arnulfo González cuya Administración prevaleció apenas dos años entre ‘gritos y sombrerazos’, hasta que fue obligado a renunciar al Gobierno por la presión de los diputados entonces llamados “independientes”. Ya libre de responsabilidades don Arnulfo González salió de Saltillo rumbo al Norte del país: iría a Chihuahua a unirse a un levantamiento de los comunes y corrientes en la inestabilidad post revolucionaria.
El joven gonzalista Ortiz Garza lo pensó mejor y decidió que probaría suerte en la Perla de La Laguna, ya en los negocios, ya en la política.
Ortiz Garza fue bien tratado en Torreón, donde tenía, como siempre tuvo, muchos amigos. Pronto desempeñó, gracias a su disposición y personalidad, un cargo edilicio en el Ayuntamiento torreonense y luego llegó a ser presidente municipal de esa ciudad, donde aún se le recuerda cariñosamente. Poco después ocuparía la Alcaldía de la capital de Coahuila bajo el Gobierno del general Manuel Pérez Treviño –primero de diciembre de 1925 al diez de abril de 1929-. Había sido enviado por el presidente Obregón para estabilizar la situación política del Estado. En tal coyuntura fue candidato del PNR a gobernador de Coahuila y logró pacificar los ánimos enconados de la pequeña clase política coahuilense.
Muy correcto, como siempre fue, don Nazario adoptaba un tono de seriedad en su comportamiento social y político; institucional hasta la exageración, consultaba con el Gobierno Federal, daba su lugar a los empresarios, fortalecía al PNR, veía por los trabajadores, era paternalista con las clases populares y se preocupaba mucho por la educación de la niñez y la juventud. Organizado en el gasto público, años después, llegaría a secretario de Agricultura en el primer Gobierno civil de la Revolución Mexicana e intentaría incorporar la práctica de una buena administración a las cooperativas ejidales, a las sociedades de producción agrícola y a los bancos estatales de fomento agropecuario.
El gobernador Ortiz Garza deseaba que las ciudades tuvieran buenos servicios urbanos, pero que fueran, además, bellas y funcionales. Después de casi un siglo de haber sido construidos subsisten en los principales municipios de Coahuila, firmes y galanos, los edificios escolares y oficiales que él erigió; algunos con carácter monumental, que evidencian lo que entendía el gobernador Ortiz Garza como entorno ideal para el servicio público. En realidad fue don Nazario el primer mandatario constructor del periodo post revolucionario, como no se había visto en Coahuila desde el Gobierno porfirista de Miguel Cárdenas.
Otra cualidad de don Nazario fue gobernar con mucha habilidad en tiempos de inestabilidad política. Él se incorporó a la lucha electoral en un periodo de dificultades post revolucionarias cuando los sonorenses gobernaban con mano férrea el país —para fortuna de muchos Obregón sólo tenía una— y el Partido Nacional Revolucionario tomaba forma, al ritmo en que cuajaban las instituciones en la República y los caudillos de la guerra civil se convencían de que, para llegar al poder político, tendrían que hacer fila y esperar turno.
Este rabón análisis del estilo de gobernar a la ciudadanía coahuilense será motivo de varias e intermitentes columnas. Si acaso interesa el tema, solicito espera, paciencia, crítica y opinión a mis amables lectores. Muchas gracias.
(roorozco@prodigy.com.mx)