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Calderón y Ebrard

René Delgado

Puede no parecerlo, pero Felipe Calderón y Marcelo Ebrard están compitiendo... y qué bueno.

Hasta ahora, esa competencia tiene por sello el afán de ganarse simpatías por la vía de mostrarse osados y emprendedores y, de mantenerse en ese terreno, los ciudadanos –al margen de su preferencia– terminarán por agradecerlo. Ése es el mérito mayor de toda democracia: poner a competir a sus mejores hombres, en función del servicio que brinden a la ciudadanía.

Si ambos políticos mantienen la carrera en ese campo, el ganador mayor será la ciudadanía. Pero si incurren en el modelo de Vicente Fox –competir bajo el principio de eliminar al contrario– la incipiente democracia mexicana sufrirá un daño difícil de curar.

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La competencia protagonizada por los dos políticos más emblemáticos de nuestro sistema, tiene una singularidad: coincide en el campo minado por el crimen organizado pero difiere en la estrategia, aunque se encuentra de nuevo en el propósito de rescatar espacios ahora en manos criminales.

El Gobierno Federal optó por mostrar músculo y desplegar fuerza en aparatosos operativos que, por su envergadura, no pueden sostenerse demasiado tiempo en una misma plaza, como sería deseable. Buscan disuadir haciendo acto de presencia pero si a ese primer ejercicio no sigue otro basado en golpes contundentes, fincados en trabajo de inteligencia, el músculo terminará por perder tono sin alcanzar su objetivo.

El Gobierno capitalino optó por llevar a cabo osadas operaciones quirúrgicas, asestando golpes al corazón pero no al cerebro del crimen. Ahora, está por verse si el segundo paso está listo, esto es, si realmente se cuenta con el respaldo social, particularmente del capital privado, para consolidar el dominio del espacio recuperado a partir de la generación de empleos, precisamente, ahí donde el crimen comenzaba a legitimar su industria sobre la base de derramar ganancias. El punto delicado de esa opción es que, casi inmediatamente, se decidió entrarle al comercio ambulante que es una organización social con fuerza, no exenta de vínculos con lo ilegal.

Sin llamarla por su nombre –al menos al nivel de los jefes de Gobierno– ambos gobiernos cooperan entre sí. Al nivel de los mandos operativos se han visto acciones conjuntas o, al menos, acciones de respaldo y, si bien en la escena pública los jefes de Gobierno no se dirigen la palabra, tampoco se niegan el apoyo. Por el carácter de la elección federal, es comprensible la conducta como necesaria la cooperación.

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Con todo, ambos mandatarios juegan con fuego. Buscan marcar el carácter, la firmeza y la decisión de sus respectivos gobiernos, en el campo donde el crimen desafía precisamente el valor de la autoridad y puso en duda si, en verdad, el monopolio de la fuerza es exclusivo del Estado.

El punto delicado estriba en que el crimen tiene clara la distancia entre esos dos gobiernos como también la natural competencia entre ellos. Y, sin duda, al crimen hay que contarlo entre los principales interesados en reponer la atmósfera de confrontación y polarización política y social. Esa atmósfera es jauja para los criminales. La división de las fuerzas políticas frente a asuntos del interés público como lo es ganarle territorio a la delincuencia, le viene muy bien a la industria del crimen.

De ahí que tanto el presidente Felipe Calderón como el jefe del Gobierno capitalino, Marcelo Ebrard, deberán esmerarse –aun sin dirigirse la palabra– en mantener la competencia en el carril del beneficio de la sociedad. Si salen o los sacan de ese carril para caer, como Vicente Fox, en el juego de la eliminación política, el costo será enorme tanto para ellos como para el país.

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El motor de esa competencia tiene semejanzas y diferencias tanto para Felipe Calderón como para Marcelo Ebrard.

El objetivo de Calderón es doble. Por un lado, su legitimación no es todavía una tarea acreditada. Él puede creer que las rachas del conflicto postelectoral ya cesaron, pero eso todavía no ocurre. De ahí que en la acción del gobierno tiene todavía que amparar su mandato. Por otro lado, visto que ya alcanzó la meta que –por el carácter presidencialista de nuestro sistema– todo político mexicano tiene por principal, su objetivo es el de consolidar a su partido en el poder. Vicente Fox no tuvo esa perspectiva, su meta no era consolidar a Acción Nacional en el poder como impedir que otra fuerza –notablemente el perredismo y, en particular, Andrés Manuel López Obrador– lo desplazara.

El objetivo de Marcelo también es doble. Por un lado, un buen Gobierno en la capital de la República entraña la posibilidad de proyectarse a la Presidencia de la República, la meta más anhelada por los políticos. Por otro lado, requiere reivindicar la capacidad del perredismo para proponer y construir, atemperando la capacidad de oponer y resistir pero sin que ello suponga distanciarse más allá de lo necesario de su propio partido.

De ahí que la callada competencia entre ellos sea de lo más interesante y, eventualmente, de una enorme riqueza para la ciudadanía.

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Curiosamente, tanto el presidente de la República como el jefe del Gobierno capitalino comparten un problema: ambos requieren ampliar su margen de maniobra, de cara a las organizaciones, los grupos de interés y las corrientes que los colocaron en la posición que ocupan.

Sin entrar al detalle de los términos en que llegaron a ocupar esas posiciones, ambos se ven entrampados y limitados precisamente por los sectores que los apoyaron.

Felipe Calderón requiere retomar distancia frente a Elba Esther Gordillo si, en verdad, pretende hacer algo en materia educativa y, a la vez, contener a Josefina Vázquez Mota que frecuentemente se conduce como precandidata presidencial y no como secretaria de Estado. Requiere, así mismo, incidir con mayor peso en su propio partido que, absurdamente, le regatea ese derecho.

Marcelo Ebrard tiene que guardar el equilibrio de cercanía y distancia con Andrés Manuel López Obrador sin que ello repercuta negativamente en la necesaria relación, reconocida o no, con el Gobierno Federal. Asimismo, requiere tomar distancia con el bejaranismo que, en cierto modo, representa buena parte de los intereses y negocios que el Gobierno capitalino, como tal, está obligado a combatir.

El arte de esos políticos estriba en marcar sus diferencias, sin desconocer la parecida circunstancia que afrontan.

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Es probable que, en razón de esa circunstancia, tanto Calderón como Ebrard hayan resuelto actuar frente al crimen por cuanto que ahí tienen menos resistencia de sus propios sectores de apoyo... pero ese campo está minado.

Aun cuando ambos han pretendido colocar en la palestra otras acciones de Gobierno distintas al combate del crimen, éstas no han logrado desplazar a aquella. La reforma a las pensiones del ISSSTE quizá mueva el foco. Las medidas ambientales en el Distrito Federal quizá también puedan diversificar la acción del Gobierno capitalino.

Hasta ahora, Felipe Calderón y Marcelo Ebrard compiten en buena lid y eso se agradece... pero es hora de comenzar a ver más acciones políticas y menos operaciones policiales. De ver más trajes y menos uniformes.

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