El problema de Vicente Fox fue la frivolidad. El de Felipe Calderón podría ser el autoritarismo. De Fox podrán decirse muchas cosas, pero no que haya sido un tirano. Fox no cometió excesos de intervencionismo, salvo en el caso de López Obrador, quien le provocaba urticaria. Más bien se caracterizó una actitud displicente hacia la política, pendiente sólo de sus encuestas y ratings de aprobación. No es el caso de Calderón. En esto hay buenas noticias, pero hay algunas pésimas.
Podemos estar en desacuerdo con la manera en que Calderón se ha arropado en el Ejército (y en Elba Esther Gordillo) para compensar la debilidad de la Presidencia y la ambigüedad del apoyo de su partido, pero puede atribuirse a necesidades de la “real politik”: el presidente estaba obligado a dar una imagen de mano firme a la nación, luego de la lasitud mostrada por Fox.
Sin embargo, me parece que los tonos autoritarios que ha utilizado Calderón en distintos momentos responden más a su talante personal que a motivos de estrategia política. Tal es el caso de sus denuestos en contra de Marcelo Ebrard, único funcionario de alto rango que se le opone; a las desafortunadas declaraciones presidenciales en el caso de la anciana indígena muerta en Veracruz o la grosera respuesta ante los empresarios que le solicitaban mantener a la filantropía en el rubro de deducciones fiscales. Hay varias situaciones más que ilustran la tendencia presidencial al autoritarismo, pero éstas bastan para argumentarlo.
Son casos en los que Calderón pudo haber actuado a través de sus propios funcionarios o dejar que las instituciones a su cargo operaran de acuerdo a sus designios (Conagua, PGR o Hacienda, según el caso). Sin embargo, el presidente prefirió dar un golpe de autoridad. Antes de que concluyeran las investigaciones oficiales sobre la muerte de Ernestina Ascensio, Calderón informó al país que la causa del deceso era una gastritis. Pudo haber esperado a que las autoridades responsables terminaran el peritaje, como cualquier mandatario está obligado a hacer frente a las normas y procedimientos. Pero atribuyéndose responsabilidades de Ministerio Público el presidente dictaminó su versión oficial. Como el hombrecito del Cuarto Reich de los cartones de Palomo: “yo digo que es esto y se acabó”.
El caso de la filantropía es el más revelador. No sólo por la forma en que respondió sino y sobre todo, por el fondo. Para defender su propuesta de que se elimine la exención a las donaciones con fines filantrópicos, Calderón les dijo que la pobreza no se resuelve con caridad, sino con políticas públicas y que para eso el Gobierno necesita dinero. Fue una respuesta típicamente echeverrista. Seguramente el presidente estaba irritado por la resistencia que ha encontrado en los empresarios a su reforma fiscal. Pero muestra una enorme ignorancia o mala fe al desquitarse con las ONGs que operan servicios asistenciales en áreas en que la acción del Estado no alcanza o es insuficiente. La estabilidad de algunas regiones de Chiapas no podría entenderse sin la enorme ayuda que han volcado instituciones como Cáritas. Miles de niños seguirían inválidos si no existieran los CRIT financiados por el Teletón. Los refugios para mujeres y niños golpeados representan la única esperanza de cientos de miles de víctimas para quienes el DIF no es una alternativa por la complicidades que suele exhibir con autoridades y hombres de poder.
La postura de Calderón traiciona una de las más entrañables tradiciones panistas, por lo menos en dos sentidos. Por un lado, porque el PAN hace de los principios de la doctrina cristina su fundamento para la acción social. “Ama a tu prójimo como a ti mismo” no es un mandato para la meditación contemplativa, sino un imperativo a la caridad, a la acción social en beneficio de los desamparados. Por ello es que desde sus inicios el PAN ha estado vinculado a organismos de beneficencia social. Gran parte de su base y de sus cuadros regionales está nutrida por hombres y mujeres que dieron sus primeros pasos en la vida pública justamente en organismos para la ayuda a la comunidad. La actitud de quien fue secretario general y presidente del PAN no deja de ser un contrasentido, por decir lo menos.
La segunda objeción es aún más grave. La comparación con Echeverría no es gratuita, porque la respuesta de Felipe parte de una filosofía política que considera que es mejor tener más Estado y menos sociedad civil. El PAN nace a fines de los treinta en buena medida como respuesta a la enorme desconfianza que ejercía la omnipresencia del Estado. Eran momentos en que los regímenes emanados de la Revolución mostraban una tendencia natural a imitar a los estados fascistas de partido único (Italia, Alemania y España). Gómez Morín y otros intelectuales y profesionistas fundaron el PAN para proponer, a contrapelo, un programa político que daba preeminencia a los ciudadanos y a la sociedad civil y se oponía a la monopolización de la educación, la asistencia social y las políticas públicas, por parte del Estado.
Puede entenderse que Felipe Calderón esté buscando otorgar más solvencia al Gobierno Federal, pero ello no puede construirse dando un giro de 180 grados, volviéndose contra las convicciones más caras del grupo que lo llevó a la Presidencia. Aunque de signo opuesto, también hay algo de Echeverría en eso: un político profesional, gris y disciplinado durante décadas, hasta que llegó al poder y dio rienda suelta al dictador que llevaba dentro.
Quizá sea demasiado pronto como para adelantar categóricamente un paralelismo entre Calderón y Echeverría. Pero hay rasgos que comienzan a ser preocupantes. Como la decisión presidencial de sangrar a las ONGs y organismos privados dedicados al servicio social, y sustituirlos con políticas públicas que serán instrumentadas por Elba Esther Gordillo y su grupo, quienes están a cargo de la educación, el ISSSTE y la Lotería Nacional, por ejemplo. Hace temer lo peor, ¿o no?
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