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Calderón y su circunstancia

Sobreaviso

René Delgado

El presidente Felipe Calderón vive días determinantes: ha comenzado a recorrer el laberinto de su circunstancia política y está impelido a escoger la ruta.

El asunto no es sencillo, se trata de un laberinto con demasiados callejones y una circunstancia plagada de adversidades, reclamos y presiones. Quizá por eso su exhorto a “la minoría selecta” para comprometerse con el presente y el futuro nacional.

Ese discurso presidencial, pronunciado el viernes antepasado en la reunión con los 300 líderes seleccionados por la revista Líderes Mexicanos, revela a un hombre solo en el laberinto de su circunstancia, atrapado en una red de intereses económicos y políticos y presionado por una realidad avasallante. Un hombre que trae el pulso de un país enfermo, pero no las medicinas, los instrumentos ni el equipo para atenderlo como se merece.

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Felipe Calderón cuenta entre sus virtudes la de ser un político arrojado con un sólido pensamiento doctrinario, adquirido desde su cuna política y desarrollado a lo largo de su militancia. Sus tutores políticos, incluido su padre además de Luis H. Álvarez y Carlos Castillo Peraza, tuvieron por mérito educarlo en la escuela de la política como medio, pero no necesariamente como fin.

La biografía del mandatario da cuenta de ello y los últimos pasajes de su vida lo subrayan. Durante el sexenio pasado, su figura, su entereza y sus posibilidades políticas crecieron enormidades cuando renunció a la Secretaría de Energía y se hizo de la candidatura presidencial, a pesar de que el delfín foxista era otro. Hizo campaña a pesar de la dirigencia de su partido que, aun hoy, le disputa espacio y poder.

Hacia el final de la campaña, tanto Felipe Calderón como Andrés Manuel López Obrador vivieron una paradoja que terminó por marcar su destino político. Ambos calibraron mal la distancia a guardar con los factores reales de poder. Andrés Manuel la agrandó hasta prácticamente romper con ellos, mientras Felipe Calderón la achicó hasta prácticamente echarse en brazos de ellos. Tal fue la intervención de esos factores políticos y económicos que, en el colmo del absurdo, los dos competidores resultarían brutalmente disminuidos, ganara quien ganara, perdiera quien perdiera.

En esa circunstancia se explican hoy los limitados márgenes de maniobra del actual Gobierno y de seguro, la desesperación por escoger la ruta a sabiendas de que el laberinto tiene muchos callejones.

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La crisis en la que se insertó el país a partir de entonces no ha tocado fondo, aun cuando algunos consideren que con el aseguramiento de Felipe Calderón en la residencia de Los Pinos el momento ha sido superado.

La realidad es otra. Muchos de los problemas del país, sobre todo el de la desigualdad, urgen soluciones. Y a pesar de esa evidencia, grandes o pequeños asuntos inflaman el peligro de la polarización y la confrontación política y social. Rescoldos del enfrentamiento del año pasado, frecuentemente, reavivan la pasión política y de pronto, sin saber cómo, el país se mira dividido ante el espejo.

Efectivamente, la asunción del Gobierno por parte de Felipe Calderón después de los convulsos meses que antecedieron al primero de diciembre del año pasado fue un respiro, pero ya presidente de la República, las acciones y medidas adoptadas por Felipe Calderón han encontrado sorda resistencia no tanto en el movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador como entre quienes se presentan como aliados “naturales” del propio mandatario.

Ahí encuentra explicación, quizá, por qué el presidente Felipe Calderón tomó por principales respaldos de su Gobierno fundamentalmente a dos fuerzas: una militar, el Ejército; otra política, el sindicato que encabeza Elba Esther Gordillo. El problema de apoyarse en esas dos fuerzas es que, al menos hasta ahora, no ha repercutido en la ampliación del margen de maniobra del Gobierno y sí, en cambio, ha complicado el problema. El Ejército está en la calle, sin que su presencia repercuta en el abatimiento de la violencia criminal y el sindicato magisterial no repara en imponer una condición tras otra, vulnerado la posibilidad de avanzar en la reforma de la educación y agotando los exangües recursos del presupuesto.

Puede criticarse o no el rol otorgado a esas dos fuerzas, pero hay un hecho ineludible. El presidente de la República no cuenta con su partido. El partido del Gobierno resiste a su Gobierno. Si alguien ha torpedeado la política exterior del Gobierno es, absurdamente, el partido en el Gobierno. Si alguien cuestiona la autoridad y el espacio del presidente de la República, es el ex Presidente que reclama hasta la denominación de presidente de la República.

Sin partido, sin operadores parlamentarios propios y sin un equipo político avezado, el mandatario ha tenido que ceder parte de su iniciativa a las otras fuerzas políticas tal como ocurrió con la reforma electoral. La voz ausente en el debate fue la del Gobierno, no la del priismo que encabeza Manlio Fabio Beltrones ni la del perredismo que encabeza, al menos en el Senado, Carlos Navarrete.

El monopolio de la política que practican los partidos tiene contra la pared al mandatario, pero con el agregado de que ni su partido está de su lado.

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El punto delicado es que, no sólo en el ámbito político, el presidente de la República está prensado. También se está viendo constreñido en el ámbito económico.

La reforma fiscal que, en el fondo, marcaba las posibilidades del Gobierno terminó siendo un parche híbrido de medidas recaudatorias, donde la mezquindad de los actores involucrados echó por tierra el instrumento. Muchos de quienes respaldaron a Felipe Calderón hicieron sentir que la reforma original los afectaba y la bombardearon. Quienes se sintieron afectados, le bajaron el techo a la reforma; quienes advirtieron posibles beneficios, condicionaron el apoyo a cambio de una tajada. De la reforma fiscal original, quedó poco y se le agregó un ingrediente que, no controlado, podría presionar la inflación. La escalada de precios en algunos productos básicos no tardó en percibirse.

La recomendación aquélla de rebasar el descontento perredista por la izquierda tuvo un añadido: “pero no por mi carril”. Y entonces, es natural que el presidente Felipe Calderón comience a sentir que se encuentra solo en un laberinto, donde más allá de voluntades hay un cuadro económico y social amenazado por la baja en los recursos derivados del petróleo, las remesas y el no repunte de los recursos provenientes del turismo. Todo sin mencionar la situación de la economía de Estados Unidos.

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Gobernar sin instrumentos de Gobierno es imposible. Probablemente, en los últimos días, el presidente de la República ha tomado conciencia de su circunstancia y del laberinto donde se encuentra y por su carácter, es natural pensar que no quiere incurrir en la práctica que critica: echarse a la orilla y desentenderse de la realidad que reclama decisiones.

En ese punto, quizá, encuentra explicación la dureza de su exhorto a la minoría selecta que reclaman lo que no ofrecen y que, en el fondo, no se comprometen con un país que exige, entre otras cosas, humildad y sacrificio.

Son días determinantes para Felipe Calderón, habrá que ver qué ruta toma.

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Correo electrónico:

sobreaviso@latinmail.com

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