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Campeones de la ineficiencia| Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Bien visto, la ciencia económica no tiene mucha ciencia. En su mayor parte, es cuestión de simple sentido común. Vaya, creo que hasta los economistas la pueden llegar a comprender. Después de todo se trata, como su nombre lo indica, de cómo manejar la casa (la palabra “ecología” tiene la misma raíz griega: el estudio de la casa). Y mal que bien, la mayoría sabe cómo mantener a flote el hogar... al menos en lo material.

Una de las reglas elementales de la economía es aquella que tiene que ver con la relación costo-beneficio. Esto es, qué tanto beneficio se saca de alguna inversión, actividad o tranza en relación al costo de la misma. Lo lógico y natural es que cuando se obtienen grandes beneficios con bajos costos, se está haciendo un buen negocio. Y que cuando cuesta mucho algo que aporta pocos o nulos beneficios, a esa operación hay que huirle como de la peste. Aquí lo curioso es que solemos encontrarnos ejemplos de relaciones costo-beneficio que resultan sencillamente ruinosas; y que, sin embargo, son mantenidas durante mucho, mucho tiempo. La pregunta obvia: ¿cómo es posible que quienes sostienen esas operaciones, no se den cuenta de que la relación costo-beneficio nada más les está dando en la máuser? Pues así de obnubilados pueden (podemos) ser los seres humanos. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Como muestra de lo anterior, hemos escogido algunos ejemplos de cómo durante años se pueden mantener operaciones y políticas cuyas relaciones costo-beneficio resultan modelos de qué no debe hacerse. Y que a pesar de todo, pueden seguir vivitas y coleando durante décadas. Así pues (tu-tu-turú-turú: onomatopeya de fanfarrias), aquí les presento el Top 5 de las peores relaciones costo-beneficio de las que me acordé. No necesariamente en ese orden, pero creo que la mayoría de ustedes estará de acuerdo con mi selección:

1.- La inteligencia militar es a la inteligencia lo que la música militar es a la música: el triste caso de la CIA: Si hablamos en términos de dinero, sin duda la organización más ineficiente de la historia humana es la Agencia Central de Inteligencia norteamericana, la malhadada CIA. En ella los Estados Unidos han gastado cientos de miles de millones de dólares y es muy poco lo que los chicos listos de Langley pueden mostrar a cambio. La CIA ha fallado en todos los ámbitos habidos y por haber con una constancia pasmosa. Incluso sus éxitos (la remoción de Mossadegh, el golpe contra Arbenz, la muerte del Che) terminaron revirtiéndoseles de alguna forma. La cuestión es que las toneladas de dinero empleadas por la CIA no sirvieron para saber con anticipación ni de qué lado bateaba Fidel, ni la caída del Sha de Irán, ni las invasiones soviética a Afganistán ni iraquí a Kuwait. Ya no hablemos del 11 de septiembre y las armas de destrucción masiva del cándido Saddam. Vaya, la CIA es tan inútil que resultó incapaz de prever que se iba a quedar sin enemigo: en 1991 no existía ningún plan de contingencia para el caso de que la URSS, el odiado rival durante 45 años, ahuecara el ala. Lo extraordinario es que, en el cine y la imaginación popular, la CIA es omnipotente, omnisciente y lo más curioso de todo, competente. Eso sí: al menos la Compañía ha ayudado a crear un subgénero cinematográfico interesante.

2.- No hay idiota que no se sienta inteligente... y crea valer por dos: la Cámara de Diputados mexicana. Nuestra notable Cámara de Diputados cuenta con 500 miembros. Su equivalente norteamericana, la Cámara de Representantes, tiene 435. De manera tal que, para ayudar a gobernar un país cuatro veces más grande, tres veces más poblado y 17 veces más rico, nuestros vecinos necesitan 13 por ciento menos legisladores. Pero eso no es lo peor. Según datos recientes, nuestra Cámara Baja (¿Baja? ¡Bajísima! ¡Sotanera! ¡Abismal!) gasta anualmente 4,629 millones de pesos para que funcionen (¿?) esos 500 diputados: más de nueve millones de pesos por pelao. En un año, la Cámara aprobó 45 iniciativas de 582 presentadas, una eficiencia inferior al ocho por ciento. Si además tenemos en cuenta que una buena parte de esos quinientos próceres son auténticos asnos, estarán de acuerdo conmigo en que esos costales de billetes son de los peor empleados de nuestra historia. Digo, gastar nueve millones en un analfabeto funcional que sólo da lástimas, es una de las peores relaciones costo-beneficio que uno pueda encontrar en el planeta.

3.- El dinero no puede comprarme amor... ni campeonatos: Los actuales Yankees de Nueva York. He de aclarar que los Mulos de Manhattan es de mis equipos favoritos. Así que ésta no se trata de una diatriba visceral de quienes odian el uniforme de rayitas más que a su suegra (abundan tales especímenes, especialmente en Boston). No, sencilla, desapasionada, objetivamente, resulta imposible no colocar a tan provecta organización como un ejemplo de mucho dinero mal gastado durante largo tiempo.

La cuál es una manía del dueño del equipo, el señor George Steinbrenner, prototipo de la desmesura si los hay. Ese magnate tiene la peregrina noción de que basta con abrir la chequera, repartir dólares a puños y formar así un conjunto campeón. Después de tantos años en la Gran Carpa, no ha entendido que un equipo primero tiene que ser equipo y luego aspirar a ser grande. Los Yankees han gastado en este siglo el equivalente al PIB de una docena de naciones y son pocos los laureles que a cambio pueden presumir. De hecho, ninguna Serie Mundial desde el año 2000. En ese lapso han invertido carretadas de dinero en auténticos ganapanes inútiles. No es por nada, pero en cada turno-al-bat, Alex Rodríguez gana más dinero que un servidor en un año (echen cuentas). ¡Y para colmo se poncha! La verdad, yo le daría electroshocks cada vez que no la sacara del cuadro. Digo, con esos sueldos... En todo caso, los Yankees de los últimos tiempos son un buen ejemplo de una relación costo-beneficio fatal.

4.- No hemos conseguido nuestro objetivo en casi medio siglo: ¡Sigamos haciendo lo mismo!: El embargo norteamericano a Cuba. El embargo (no bloqueo) que John F. Kennedy le asestó al Gobierno revolucionario (¡ja!) cubano en 1961 y que continúa hasta la fecha, es un ejemplo perfecto de necedad y ceguera ideológicas. Hace 46 años la teoría era que, siguiendo el sencillo principio de que no le vendo ni le compro a quien no me da la gana (eso es un embargo), el régimen de Castro se desplomaría. Algo me dice que la historia ha demostrado que esa política sólo sirvió para dos cosas: darle al tirano barbón un pretexto para el catastrófico resultado de sus decisiones económicas; y engatusar a cubanos y foráneos (principalmente mexicanos ilusos) con la noción de que el enfrentarse al Imperio justifica todo... incluso la permanencia de la dinastía Castro Ruz en el poder durante quince años más que Don Porfirio. Y contando.

¿Qué ha obtenido a cambio Estados Unidos? No puede invertir en un mercado natural para ellos y mientras tanto españoles, franceses y hasta chinos les están comiendo el mandado. Siguen siendo vistos como el Goliat agresor contra el valiente David tropical. Y a Castro el mentado embargo le hace lo que el viento a Juárez: si le da la gana, Fidel puede hacerse llevar un Lamborghini desde Canadá hoy mismo. No que el decrépito dictador esté como para andar jugando arrancones... pero ya me entienden.

5.- Del masoquismo como esencia nacional: La afición mexicana. Este desastre lo podemos plantear en términos no sólo económicos sino existenciales. Primero: ¿hay dinero peor gastado que ir a un Mundial a ver a la Selección Nacional suponiendo que va a hacer algo... lo que sea? ¿Es que esa gente que porta gorros gargantuicos, faldas de chiles y penachos que de aztecas tienen lo que yo de noruego, piensa realmente que la Selección será campeona del mundo antes de que el Infierno se congele? Segundo: ¿vale la mínima pena seguir la trayectoria de esos inútiles sobrepagados, sabiendo genéticamente (la certeza se halla en las mitocondrias de todo mexicano) que nos van a decepcionar, que fallarán la tanda de pénalties decisiva? Lo que los fanáticos gritones y angustiados pierden en neuronas y expectativa de vida, por creer en esa pandilla de mimados incapaces, representa una de las peores relaciones costo-beneficio que uno pueda concebir. Y mejor ahí le dejamos.

Consejo no pedido para mantener su identidad secreta: Lea “El fantasma de Harlot” de Norman Mailer, sobre los primeros años de la CIA; y vea “Hombre de la Compañía” (Company Man, 2000) con Woody Allen y Sigourney Weaver, sabrosa parodia de las tonterías de la CIA en Cuba. Provecho.

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

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