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Campesinos, eslabón más débil en la cadena del narcotráfico

Para el comisario municipal de El Paraíso el cultivo de la amapola y marihuana en vez de riqueza fue una maldición .

EL UNIVERSAL

SIERRA DE FILO MAYOR, Guerrero.- Aquí, donde inicia la cadena de producción del narcotráfico, no hay mansiones, lujos ni dinero. Ser una de las zonas de mayor producción de goma de opio y marihuana no significa nada para los campesinos más allá del riesgo y la zozobra constante de ser detenidos, perder la cosecha y lo invertido.

Por generaciones sembraron amapola y marihuana. Ahora saben que lo suyo no era el narcotráfico. Para ellos, los campesinos que son el eslabón más débil de la cadena del narcotráfico, los ríos de dinero de esa ilícita actividad no llegaron. La pobreza sigue ahí, agravada por la violencia, el alcoholismo y la proliferación de armas, la desintegración familiar y la migración.

Es el corazón de la sierra guerrerense. Ahí, hasta hace unos meses no había otra alternativa que la siembra de enervantes para las 998 localidades existentes en el llamado Filo Mayor, donde convergen las zonas más altas de poblados y municipios como Tlacotepec, Leonardo Bravo, San Miguel Totoloapan, Tecpan de Galeana, Teniente José Azueta, Coyuaca de Catalán, Atoyac de Álvarez, Petatlán, Coyuca de Benítez, Ajuchitán del Progreso y Arcelia, entre otros.

El desplome del precio de la goma de opio, la persecución y presencia del Ejército en la zona, y con ello el aumento del riesgo, han hecho que al menos 120 comunidades ?casi el diez por ciento del total de poblados del Filo Mayor? hayan optado por cultivos alternativos y la piscicultura. El aguacate, durazno, calabaza, plátano, naranja, la producción de tilapia, camarón y trucha, comenzaron un cambio que se espera se expanda a toda la zona.

Se dieron cuenta que el cultivo de la amapola y marihuana en vez de riqueza fue una maldición. Al menos así lo ve Quintín Hernández Bernal, ex comisario municipal de El Paraíso, municipio de Tecpan de Galeana. Hasta hace diez años no había comunidad o poblado donde sus habitantes no se dedicaran a la siembra y cultivo de la mariguna y la ampola.

?Aquí ?dice el presidente del Consejo Suprema de Pueblos de Filo Mayor (CSPFM), Zeferino Cortés?había mucho de eso, los campos estaban ahí donde se les mirara?, asegura. Y es que en estos confines de la agreste Sierra Madre del Sur, las grandes extensiones de sembradíos de amapola o marihuana ya no se dan más. Ahora, en esta inmensidad, ocultos, simulados con otros cultivos y en zonas de difícil acceso incluso hasta para los ?amapoleros?, están los microcultivos de alta producción por su semilla genéticamente mejorada.

Hay sembradíos que para llegar a ellos se debe caminar hasta más de dos horas desde algún camino o brecha. Parecen caminos solitarios, pero no lo son. A cada paso hay ojos que miran sin ser vistos a los extraños. A veces son sílbidos, sonidos peculiares o movimientos de ramas, pero lo cierto es que no se puede entrar hasta ellos sólo o sin autorización.

AUGUE Y DECADENCIA

En ?los tiempos de la amapola? esta localidad se convirtió en un pueblo sin Ley. Pocos, muy pocos aprovecharon lo ganado, cambiaron su vida y se fueron de aquí. Otros, dice Quintín Hernández Bernal, compraron armas, carros lujosos, bebían, se peleaban y se mataban. ?Eso fue lo que más sucedió y había muertos cada rato?.

El tiempo en que abundaba el dinero y se ganaba bastante, cuando el kilo de goma de opio llegó a valer hasta 40 mil pesos ?hoy no se paga a más de 15 mil pesos e incluso se llega a dar hasta en menos-, quedó lejos. ?Muchos se desilusionaron y se fueron a Estados Unidos?, comenta.

La desilusión de muchos no sólo fue por la llamada maldición de los cultivos de enervantes. A ello, según el dirigente del Frente Único de Tlacotepec (FUT) y regidor del municipio de general Heliodoro Castillo, Adelaido Pita Pérez, se debe sumar la falta de inversiones y opciones productivas, junto a la pérdida de valores sociales, familiares y de las tradiciones, que se reflejan en la migración y el aprovechamiento sustentable de los recursos naturales.

El presidente del consejo de seguridad ciudadana en Atoyac de Álvarez, Melchor Brito, explica que mucha gente emigró, se fue a Estados Unidos con toda y familia, porque si en algún momento fue negocio la siembra de enervantes, desde hace varios años esta actividad dejó de ser tan lucrativa y ante la falta de apoyos oficiales para producir legalmente en el campo, la gente se quedó ?con una mano adelante y otras atrás?.

Según cifras del Gobierno del Estado, la mayor parte de los pueblos de la sierra es de muy alto grado de marginación y además su gran dispersión impide la prestación eficiente de servicios. Por ejemplo: de las 998 localidades existentes en la zona, el 95.4 por ciento tienen menos de 500 habitantes, 85 por ciento de las viviendas no cuenta con drenaje, 78.2 por ciento presenta hacinamiento y 71.6 por ciento tiene piso de tierra.

Para hacer frente a la pobreza y al narcotráfico actualmente se trabaja ?indican los representantes del CSPFM y del FUT- en la sustitución de sembradíos de enervantes por cultivos lícitos y microempresas psícolas, pero denuncian que los problemas inician cuando las autoridades establecen los mecanismos para acceder a los programas productivos en cada zona de Filo Mayor.

Otro de los temas centrales para lograr el desarrollo en la zona, establecen Cortes y Pita Pérez, es la seguridad pública. ?Si persiste la inseguridad o los abusos de las autoridades, no se va a lograr nada. No podemos pensar en la reconversión de cultivos si no hay seguridad y confianza en las autoridades.

Durante el auge del cultivo de enervantes, en la década de los a finales de los 80 y principios de los 90, esta zona era prácticamente inaccesible, incluso para la Policía y sólo algunas veces el Ejército llegó con fuerza. Nadie entraba fácilmente en esa zona. Hoy, casi 15 años después, se inagurará en marzo el primero de cuatro cuarteles de la Policía Preventiva del Estado.

Es todo un acontecimiento, un hecho inédito que en esa zona que fue en los años 70 el bastión de la guerrilla guererrense que comandaron Lucio Cabañas Barrientos y Genaro Vázquez Rojas, tenga tránsito y vigilancia de la Policía. Lo sabe el subsecretario de Seguridad Pública del estado, el general Joel Pinto Cárdenas, el hombre encargado de crear el lazo entre las comunidades y las autoridades policiales. ?Venimos a brindar servicio, velar por seguridad y dejar atrás cualquier vestigio de abusos o arbitrariedades con las que alguna vez se identificó a la Policía?.

LA AMAPOLA Y LOS NIÑOS

El paisaje en la sierra de Filo Mayor parece comerse los sembradíos. A simple viste todo parece igual, pero un ojo acostumbrado a la precisión como el de ?Nicolás?, el guía que después de tres días de acercamientos y negociaciones aceptó conducir a los plantíos, los detecta rápidamente. ?Seguro que quieren ir. Es peligroso, la gente es muy desconfiada y pueden tener problemas?, advierte.

Así y bajo severas condiciones impuestas, se inició la ruta hacia los cultivos y que puede durar hasta siete horas. Hay que pasar por angostos y sinuosos caminos de terracería que hacen a uno rebotar dentro del vehículo de un lado a otro. Luego hay que ubicar los cultivos, casi siempre en sitios inaccesibles, como barrancas, pues así se impide su destrucción.

Al fin, después de caídas y caídas y de los moscos, aparecen los cultivos. Pero antes ya llegó ahí el Ejército como parte del ?Operativo Conjunto Acapulco? y la mayoría de los sembradíos fue arrasada por los soldados. Ahora, sólo están los ?niños gomeros?, quienes tratan de recuperar algo de lo perdido.

Son menores quienes se encargan de cuidar y regar los cultivos, que para producir un kilo de goma de opio necesitan una inversión cercana a los nueve mil pesos en fertilizantes, manguera para llevar agua y pagar diariamente al peón entre 200 y 250 pesos ?nadie lo hace por menos debido al peligro de ser detenido- quien se encargó de preparar, abonar, sembrar y cuidar por casi un mes la primera fase del cultivo de amapola.

Al final, como los tres menores encontrados en este sembradío, son niños quienes ?rayan? los bulbos de la amapola para obtener el latex o la goma de opio, materia prima de lo que será la heroína, una de las drogas más codiciadas y caras, pero que por cada kilo de goma de opio se gana aquí apenas el 30 por ciento de lo invertido, si es que no es destruido por las autoridades.

Son niños quienes laboran en los campos de amapola por su facilidad para el rayado y no dañar las plantas, pero además porque muchas de las veces no son detenidos. Ellos con navajas de afeitar y pequeñas latas recolectan el ?lagrimeo? de la amapola pacientemente por horas o días, para que se inicie y se reproduzca desde aquí el ciclo del narcotráfico y, aunque no lo saben por ahora, las condiciones de violencia y pobreza en sus pueblos.

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