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Capital Social| A la ciudadanía

Magdalena Briones Navarro

“Según el Banco Mundial, hay cuatro formas básicas de capital: el capital natural, construido por la dotación de recursos naturales con que cuenta un país; el capital construido, generado por el ser humano, que incluye diversas formas de capital (infraestructura, bienes de capital financiero, comercial, etc.); el capital humano, determinado por los bienes de nutrición, salud y educación de su población y el capital social, descubrimiento reciente de las ciencias del desarrollo. Algunos estudios adjudican a las dos últimas formas de capital un porcentaje mayoritario del desarrollo económico de las naciones a fines del siglo XX. Indican que allí hay claves decisivas del progreso tecnológico, la competitividad, el crecimiento sostenido, el buen gobierno y la estabilidad democrática.

El capital social, según Robert Putman (1994) precursor de los análisis de dicho capital social es: el grado de confianza existente entre los actores sociales de una sociedad, las normas de comportamiento cívico y el nivel de asociatividad que caracteriza a esa sociedad. Estos elementos evidencian la riqueza y fortaleza del tejido social interno de una sociedad. La confianza, por ejemplo, actúa como un “ahorrador de conflictos potenciales” limitando el “pleitismo”. Las actitudes positivas en materia de comportamiento cívico, que van desde cuidar los espacios públicos hasta el pago de impuestos, contribuyen al bienestar general. La existencia de altos niveles de asociacionismo indica que es una sociedad con capacidades para actuar cooperativamente, armar redes, concertaciones, energías de todo orden en su interior”.

Con sólo estos datos puede verse la amalgama de las cuatro formas básicas de capital, si la meta humana es la de sobrevivir dentro de formas de buena convivencia.

El estudio, el cuidado y sustentabilidad de estas cuatro riquezas son imperativos, donde no se puede ni se debe olvidar cómo se enlazan y apuntalan entre sí o sea, de su funcionamiento cuádruple y sinérgico.

En México, desafortunadamente, hemos llegado a sobreexplotar los bienes naturales, algunos de forma irreversible. El capital construido, muchas veces no cumple con su coadyuvancia al bien común. Se hacen obras costosísimas, beneficiosas finalmente para los constructores y para los empleadores –mayoritariamente los gobiernos– en dinero o en efímeras galas propagandísticas. El capital humano con menor cantidad y calidad de nutrimento, menor atención a la salud, disminuidísima calidad educacional está mermando continuamente la contribución del pueblo entero al enriquecimiento patrio. Si a todo ello sumamos la desconfianza generalizada ante propuestas individuales, sociales y gubernamentales, hágase usted una idea del esfuerzo personal y colectivo que supone el equilibrar estas riquezas; porque para ello se necesita además antecedentes culturales de disciplina, solidaridad, pertenencia, identidad, que hoy son más manifiestos en las comunidades de larga tradición como las indígenas tan vilipendiadas y ello a nivel continental.

La Laguna que anda dando sus primeros pasos, como los niños, se ha plegado a la ignorancia y al poder del más fuerte, con olvido de todos aquellos que con propio esfuerzo, chiquito o mediano han hecho posible La Laguna actual. Si no han aportado como magnates es porque su propia sociedad no ha cooperado para que emerjan como puntales sociales, educacionales, creadores, etc.; o sea que si las masas regionales o nacionales no significan más que trabajo de úsese y tírese, jamás se formará un capital social para significarse fuerte, envidiable e identificador, con dignidad y aprecio por sí mismo y por su sociedad.

Sin justicia no es posible fomentar o conservar los cuatro bienes (“capitales”) a que se hace referencia y menos posible crear respeto, credibilidad, solidaridad y pertenencia. Desdichadamente, a nivel mundial y por preferenciar el sistema económico, la necesidad e importancia de los otros tres se ha relegado. Habiendo ganado el campeonato el “capital construido”, corrompiendo toda meta sana, en obsequio del poder, del dinero, del oropel -por los que se pelea y aún se mata-, hemos llegado a la guerra de todos contra todos, a la desesperanza y al nihilismo. Al deterioro humano, sin las cualidades de mesura que operan en los animales.

Afortunadamente hay movimientos mundiales de búsqueda del equilibrio entre los cuatro “capitales” y mostraciones de organización civil cuyo buen éxito ha sido celebrado desde la ONU, hasta por organismos privados, de los que dejaré saber próximamente.

Continuará….

El entrecomillado inicial pertenece al libro “Capital Social y Cultura: claves estratégicas para el desarrollo” de Bernardo Kliksberg y Luciano Tomassini (compiladores). Ed.: BID, Fundación Felipe Herrera, Universidad de Maryland, Fondo de Cultura Económica, 2000.

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