Ninguna mamá del mundo quisiera pasar por la experiencia que Maricruz Álvarez vivió con su hijo. Me pide que publique su carta en este espacio.
Su reflexión nos vendría muy bien a todos aquéllos que somos papás, en especial en esta época navideña, porque la vida ocupada y moderna, quizá nos ha hecho ignorar lo verdaderamente importante de la vida.
Sus palabras nos invitan a reflexionar acerca de lo permisivos que nos hemos vuelto con nuestros hijos. Les damos todo y cumplimos hasta su más mínimo capricho, desde “Cómprame este juguete” hasta “Te aviso que me voy con mis cuates este fin de semana”. No importa si el niño tiene dos años o 17, los papás de ahora tememos contestar “No” a la mayoría de sus demandas. Ignoro si por compensar de manera material lo que emocionalmente les falta o ¿por qué lo hacemos? Y, lo más importante, ¿cuál está siendo el resultado?
Su carta
“A mi hijo de 20 años lo golpearon siete chavos en el Alebrije de Cuernavaca, hasta dejarlo inconsciente. El personal encargado de la seguridad no intervino para detener esta salvajada.
La imagen me viene a la mente una y otra vez, y me llena de rabia, indignación y dolor. Vivir esto tan de cerca, ha sido un gran impacto para mí y mi familia, y también una oportunidad para revisar muchas cosas.
Agradezco que no haya pasado de una fractura en la nariz, ya que la violencia en los antros ha provocado pérdidas irreparables, lesiones físicas irreversibles y muerte...
Me pregunto, acerca de los papás de estos jóvenes agresores que viven en la impunidad: ¿Dónde están? ¿Qué pasa por su mente enferma y encolerizada? ¿Les da placer golpear así? ¿Qué traen adentro? ¿Sólo alcohol, droga? Y esa ira, ¿de dónde viene? ¿Éstos son los niños “bien” con las mejores oportunidades y educación?
¿Qué los hace ser prepotentes, mezquinos, cobardes y montoneros? ¿Acaso están tan vacíos, que necesitan esta adrenalina para divertirse? Como animales... Qué lástima y qué horror.
Me he podido dar cuenta, con tristeza, que los papás son los primeros en minimizar, solapar, justificar y peor aún ¡resolver! las consecuencias de estas gravísimas conductas de sus hijos.
O, ¿acaso están entretenidos haciendo dinero, buenos negocios, socializando, viajando o, lo más probable, en la Luna, sin atender lo que sus hijos hacen y cómo se entretienen?
O ¿quizá reaccionarán sólo cuando uno de sus hijos sea la víctima?
¿En verdad los papás no se dan cuenta de que los jóvenes acompañados de guaruras (Hay mucha violencia, mi hijito; es para que te cuiden...) y choferes (para que te manejen y te puedas poner hasta atrás con confianza...) lo que generan es mucha más prepotencia, violencia y abusos?
Los padres, hoy, estamos más que nunca desubicados, confundidos y distraídos, de aquello que constituye lo más importante: la formación de nuestros hijos. Nos hemos convertido en la generación de educadores más permisiva, ‘ocupada’ y relajada de la historia. Hoy, todo se vale, y esto viene de nosotros.
¿Acaso nos damos cuenta del abuso alarmante de los jóvenes en el consumo de alcohol?
¿Cuántas horas toman en ‘nuestras narices’, desde el ya asumido ‘precopeo’ y los ‘afters’, por supuesto, financiado por nosotros?
Estos eventos de violencia y excesos nos gritan que abramos los ojos y nos hagamos responsables de lo que nos toca asumir como padres, y ayudemos a nuestros hijos. Ocupémonos más de ellos y veamos qué les está faltando o quizá ¿sobrando?
Según los estudiosos sobre violencia, los motivos por los que una persona se convierte en agresiva son muchos; sólo hay un común denominador: EL ABANDONO.
“Feliz Navidad”.