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‘Ciberguerra’ contra la primera e-república

Rusia y Estonia se enfrentan en lo que los especialistas ya identifican como la primera “ciberguerra”, que podría ser el modelo de los conflictos más comunes del siglo que comienza. (Archivo)

Rusia y Estonia se enfrentan en lo que los especialistas ya identifican como la primera “ciberguerra”, que podría ser el modelo de los conflictos más comunes del siglo que comienza. (Archivo)

EL UNIVERSAL

Los sitios electrónicos gubernamentales de Estonia recibieron oleadas de visitantes; tantos, que los sacaron de actividad.

La primera guerra del siglo XXI no es la que tiene como teatro de operaciones al martirizado Irak. Lo que ahora ocurre en el país árabe, por mucha tecnología militar que utilicen los invasores estadounidenses, es un conflicto tradicional, en el que ejércitos enemigos se enfrentan a muerte, o por lo menos hasta que uno de ellos sea claramente doblegado en el campo de batalla.

La verdadera primera guerra del nuevo siglo acaba de comenzar, tiene lugar en el norte de Europa y la protagonizan dos países con una vieja y amarga historia común. Se trata de Rusia y Estonia, que en estos días se enfrentan en lo que los especialistas ya identifican como la primera “ciberguerra”, que podría ser el modelo de los conflictos más comunes del siglo que comienza.

Paradójicamente, el origen de este conflicto tiene raíces en el convulso siglo XX. El enfrentamiento comenzó cuando, el pasado 27 de abril, las autoridades de Estonia retiraron de un parque en el centro de la capital, Tallin, un monumento al soldado desconocido soviético. Para los estonios, se trataba del último acto de reivindicación de su soberanía, recuperada en 1991, cuando la república báltica se independizó de Rusia, antes Unión Soviética, que se la había anexado en 1940, en plena Segunda Guerra Mundial.

Para los rusos, en cambio, la remoción del monumento fue una afrenta o, peor, todo un acto de guerra, y como tal, reaccionaron.

Apenas el monumento fue puesto en su nueva ubicación, en un cementerio capitalino, cientos de rusos, que constituyen todavía la tercera parte de los 1.4 millones de habitantes de ese pequeño país, protagonizaron violentos disturbios callejeros en Tallin, además, desde el mismo Kremlin se escucharon airados reclamos.

Pero lo peor estaba por venir. Horas después de la remoción, los principales sitios electrónicos gubernamentales estonios comenzaron a recibir enormes oleadas de visitantes; tantos, que los sacaron de actividad.

Los expertos en seguridad cibernética diagnosticaron que Estonia se había convertido en el primer país blanco de una “ciberguerra”, definida por la consultoría estadounidense RAND como“una serie de ataques electrónicos, para destruir o perturbar el funcionamiento de las redes de comunicación e información” de un adversario.

Esta “ciberguerra” tomó la forma de “ataques de negación de servicio” o DDoS, por sus siglas en inglés. Bajo esta modalidad, los servidores vulnerados reciben un número inusualmente grande de visitantes, de millones, hasta que son incapaces de responder y se colapsan.

Unas cuantas personas con buenos conocimientos de informática pueden desencadenar un DDoS, ya que desde sus computadoras “obligan” a miles de usuarios de Internet más a participar, sin que éstos se den cuenta.

TODO UN DESASTRE

Este asedio representaría un desastre para cualquier nación, pero en el caso de Estonia, la magnitud del daño es grave, ya que se trata del país más conectado y dependiente de Internet del planeta. Según datos oficiales, la mitad de la población usa Internet regularmente hasta en las gasolineras, que están equipadas con conexión de banda ancha gratuita. Por supuesto, los estonios votan en Red: el pasado marzo, el país fue el primero que condujo una elección legislativa totalmente virtual.

De ahí que Estonia, sede de empresas emblemáticas de la nueva era de Internet, como Skype y Joost, se autonombre la e-república.

Ante los ataques, que han durado lo que lleva el mes de mayo, con sus picos y bajas, las autoridades de Estonia pidieron auxilio a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a la que pertenece el país desde 2004. Según el Artículo quinto de esta organización, cualquier ataque contra uno de sus miembros es considerado como una agresión contra todos. Y para Tallin, la única palabra que define lo que ahora ocurre, es guerra.

Es difícil rastrear de dónde provienen exactamente las agresiones, pero de inmediato, los ojos de los estonios miraron a la enojada Rusia. “Los peores ataques tienen las huellas electrónicas del culpable por todos lados”, resumió hace unos días el semanario británico The Economist.

Se refería a que, según aseguran las autoridades estonias, las primeras oleadas se originaron en computadoras relacionadas con ministerios gubernamentales rusos.

Rusia niega cualquier participación en los ataques. Que Estonia lo diga no necesariamente convierte en un hecho que el Gobierno de Rusia esté involucrado, pero tampoco hay manera de eximirlo.

“Es posible que un ataque haya sido lanzado desde una computadora (del Gobierno), pero la persona detrás del mismo puede haber sido cualquiera, desde la que hace la limpieza para arriba”, resumió Mikko Hypponen, de la firma de ciberseguridad finlandesa F-Secure, que ha seguido el caso de cerca.

APARECEN OTROS AGRESORES

En la red circulan versiones menos oficiales que apuntan también a Rusia o a simpatizantes de su causa, como los principales agresores. Por ejemplo, alguien que aparece con frecuencia como orgulloso incitador y participante de los ataques es Konstantin Goloskov, quien se identifica como integrantede Nashi, una organización ultranacionalista de jóvenes rusos con nexos conel Kremlin.

En elsitio Newsvine,Goloskov deslindó a las autoridades rusas de la andanada y aseguró que ésta tenía origen en la región de Transnistria, en la también ex república soviética de Moldavia.

Otro promotor de la “ciberguerra” es Alexbest, quien proclama ser responsable de “postear” en sitios Web en ruso, instrucciones para realizar un DDoS.

La OTAN ha expresado preocupación. Sin embargo, lo más grave es que la más poderosa organización militar del mundo no tiene mucha idea de cómo responder a una “ciberguerra”.

La primera razón es obvia: el capítulo quinto se refiere a una agresión básicamente de un Estado contra otro, por lo que es necesario tener pruebas de que ésta se llevó a cabo. Adicionalmente, ni los lineamientos de la OTAN ni el Derecho Internacional en general dicen mucho sobre cómo definir una “ciberguerra” ni la respuesta que se le debe dar.

Estas lagunas hacen entendible que, aunque expresaron solidaridad con Tallin, los gobernantes de la Unión Europea (UE) no tocaron el tema con el presidente ruso, Vladimir Putin, en la cumbre UE-Rusia, en Samara, el pasado fin de semana. Hasta ahora, lo único que ha acertado a hacer la OTAN es a enviar a dos expertos en ciberseguridad a Estonia, para hacer un diagnóstico y ayudar.

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