Llama mucho la atención que un país que se desgañita proclamando su vocación pacifista; que nunca ha ganado una guerra extranjera; que la única invasión que rechazó de manera contundente ni siquiera es conocida por el 95% de la gente (la repulsa de la intentona de reconquista española por Isidro Barradas en 1829… hecho de armas realizado por Santa Anna. ¿Será por eso?); y cuyos principales caudillos militares terminaron asesinados, fusilados y/o traicionados (esto es: fracasados), ese país se prodiga en bautizar calles, avenidas, pueblos y hasta entidades con los nombres de esos mexicanos cuyo principal mérito fue matar a muchos otros mexicanos. Y no digamos nada de la forma cínica y descarada en que durante el Priato se le dio vuelo a la lambisconería local y nacional, con resultados más bien patéticos. Habría que recordar que el periférico de Saltillo todavía lleva el nombre de Luis Echeverría, un personaje siniestro al que sólo los recovecos de nuestro malhadado sistema legal impidieron que fuera juzgado por genocida. Y al que a cualquier nación con cierta dignidad le daría vergüenza que la hubiera gobernado, ya no digamos que se pusiera a recordarlo.
Todo esto viene a cuento porque la principal contribución que México le ha hecho a la Humanidad, al desarrollo y mejoramiento de nuestra especie, a hacer este mundo más vivible y deleitoso, no ha provenido de esos militares en última instancia derrotados; ni mucho menos de nuestros políticos, quienes (resulta patente) los muy inútiles han sido incapaces de crear una república democrática representativa funcional en más de 180 años. No, la mayor contribución mexicana a la Humanidad ha provenido de sus creadores: pintores, escritores, músicos, inventores, científicos, humanistas, cineastas. De esos hombres y mujeres sí podemos estar orgullosos y los podemos presumir en cualquier parte. Pero a ésos, ni quién les tire un lazo en este ingrato país.
Tan es así que nuestros más ilustres poetas (varios de ellos entre los mejores autores que han escrito en la tercera lengua más hablada del planeta), por ejemplo, son conocidos por apenas un puñado de personas con la suficiente sensibilidad para haber abierto sus libros, pese a que no tienen nombre de calle ni se incluyan en el currículum de la mayoría de los planes educativos. Como en un país famélico de tecnología propia, los nombres de sus científicos e inventores (que sí, sí hemos tenido y seguimos teniendo) parecieran pertenecer a la alineación de un equipo de futbol de la Tercera División: de ellos no se acuerdan sino las madres que los parieron.
Por todo ello, es justo y necesario conmemorar uno de los más grandes monumentos literarios de la lengua castellana del Siglo XX; que este año cumple medio siglo de haber aparecido; y que tiene por autor a Octavio Paz, un singular polígrafo que (aunque ello no sea tan importante como muchos piensan) es nuestro único Premio Nobel de Literatura. Me refiero al poema Piedra de Sol.
Efectivamente, Piedra de Sol salió a la luz en el otoño de 1957, cuando Paz ya era un autor reconocido (y en muchos casos, detestado), aunque aún tuviera por delante mucho de lo mejor de su obra. Sin embargo, me arriesgo a decir que, en el campo de la poética, con Piedra de Sol alcanzó sus cotas más altas. No soy experto ni mucho menos, pero pienso que nunca volvió a brillar más como poeta como en esa extensa, sublime cadena de endecasílabos.
Que es una de las peculiaridades del poema: está escrito en versos de once sílabas (con algunos pies quebrados para darle sabor al ritmo). Aquí la cuestión es que, por razones de entonación, sintaxis y creo que hasta genéticas, el verso endecasílabo no es una métrica que se le dé fácilmente al castellano. Nuestro idioma es por naturaleza octosílabo (de ocho sílabas), como lo prueban la mayoría de nuestros refranes (cuéntele: “Ár-bol que cre-ce tor-ci-do/ su tron-co nun-caen-de-re-za”). El endecasílabo se le da más bien al idioma italiano, razón por la cual se coló a nuestra poética vía los genios del Renacimiento. Así pues, armar un extenso poema endecasílabo no es enchílame otra.
Y es extenso: son 584 versos (cerca de cuatro mil palabras). Esa cifra es el número de días que abarca el año venusino. Y a Venus, en su faceta de divinidad femenina por excelencia, está dedicado Piedra de Sol.
El poema es un intrincado retrato y reflexión sobre el amor. A veces, referido a una mujer en particular:
voy por tu cuerpo como por el mundo,
tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos,
mis miradas te cubren como yedra (…)
vestida del color de mis deseos
como mi pensamiento vas desnuda,
voy por tus ojos como por el agua,
los tigres beben sueño de esos ojos,
el colibrí se quema en esas llamas (…)
Como en todo proceso amoroso digno de ese nombre, existe el delirante reconocimiento de que el entorno cambia, se transforma, la realidad se hace otra, al conjuro de la presencia del ser amado:
amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan las alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino (…)
el mundo cambia
si dos se miran y se reconocen,
amar es desnudarse de los nombres (…)
Por supuesto y espero sinceramente que el amigo lector haya sentido esto (y si no, ¿qué espera? ¡Salga a vivir y a enamorarse!), la sensación amorosa y la vivencia erótica vienen siendo las mejores pruebas de que estamos vivos por algo, que este deambular tiene un sentido último, entrañable. Así
(…) vislumbramos nuestra unidad perdida, el desamparo
que es ser hombres, la gloria que es ser hombres
y compartir el pan, el Sol, la muerte,
el olvidado asombro de estar vivos;
El fenómeno amoroso no puede empezar y terminar en la pareja: quien ama, extiende su querencia y preocupación a los demás. El amor es egoísta, sí, pero sensibiliza a la existencia del otro, de los otros. ¿Puede existir un enamorado genocida? Mejor dicho, ¿un genocida enamorado? ¿Puede el torturador derramar arrumacos en su amada luego de terminar su atroz faena? Siguiendo las líneas de Paz, ello es imposible: el amor nos abre la puerta a la sensibilidad y el darnos cuenta de los demás:
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte (…)
Aunque, claro, en última instancia el amor es el refugio del individuo que reniega de su individualidad para unirse a otra y crear un entorno en el que se protegen y crean una envoltura que los encubre, contiene y da aliento:
los dos se desnudaron y besaron
porque las desnudeces enlazadas
saltan el tiempo y son invulnerables,
nada las toca, vuelven al principio,
no hay tú ni yo, mañana, ayer ni nombres,
verdad de dos en sólo un cuerpo y alma,
oh ser total...
Le dejo el análisis epistemológico, tautológico, hermenéutico y hasta entomológico a los que le saben a esas cosas (o que saben qué significan esas cosas). Yo sólo quería compartir con ustedes el inmenso gozo que constituye leer Piedra de Sol y colaborar con el festejo del medio siglo de ésta, una de las creaciones más sublimes de cualquier mexicano en toda la historia. ¿Qué es un lote de útiles escolares o un puente peatonal frente a este auténtico monumento inmortal? Digo, hay que poner las cosas en su verdadera perspectiva… porque de repente se les olvida y se la creen.
Consejo no pedido para sentirse “un sauce de cristal, un chopo de agua/ un alto surtidor que el viento arquea”: Lea “Ómnibus de poesía mexicana”, presentación, compilación y notas de Gabriel Zaid, un banquete de la buena poesía de los nuestros. Ah, y gracias a la mesa sabatina de Garufa por haberme acercado de nuevo a esta maravilla. Salud, caballeros.
PD: El próximo 21 de noviembre sale a la venta “XX: historia ligera de un siglo pesado”, en cinco tomos semanales, obra de un servidor. La historia de su siglo como le hubiera gustado que se la contaran. Bueno, al menos a mí.
Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx