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Cincuenta años de Piedra de sol

Jesús Silva-Herzog Márquez

Piedra de sol, uno de los poemas centrales del siglo XX, está cumpliendo cincuenta años. Sus 300 ejemplares primeros salieron de las máquinas del Fondo de Cultura Económica el 28 de septiembre de 1957. Aparecía dentro de la colección Tezontle del Fondo, en una edición rústica y numerada. Cada ejemplar llevaba la firma del autor, Octavio Paz.

un sauce de cristal, un chopo de agua

un alto surtidor que el viento arquea…

un árbol bien plantado más danzante,

un caminar de río que se curva,

avanza, retrocede, da un rodeo

y llega siempre:

Revolución en el poema astral: el surco de palabras regresa hasta su origen. El poema recomienza y no se agota nunca. En la nota a la primera edición se advertía una conexión cósmica. 584 líneas que equivalen a los días del año venusino. Paz comentó varias veces el embrujo bajo el que compuso éste que sería uno de sus poemas más extensos. “No tenía plan. No sabía lo que quería escribir. Piedra de sol se inició como un automatismo. Las primeras estrofas las escribía como si literalmente alguien me las dictara. Lo más extraño es que los endecasílabos brotaban naturalmente y que la sintaxis y aun la lógica eran arbitrariamente normales. (…) Fue un caso de colaboración entre lo que llamamos el inconsciente (y que para mí es la verdadera inspiración) y la conciencia crítica y racional. A veces triunfaba la segunda, a veces la inspiración. Otra potencia que intervino en la redacción de este poema: la memoria. (…) Por ser obra de la memoria, Piedra de sol es una larga frase circular”. Paz sigue sus “desvaríos” sin insertar un solo punto en el poema. Según contó a Pere Gimferrer—quizá el lector más atento de este poema—en los años cincuenta sufrió una dura ruptura amorosa. Estaba en Nueva York, salió solo del hotel donde se hospedaba y tomó un taxi. Se hundió en el asiento de atrás y calló. Bajo ese silencio se percató del chirrido rítmico de una llanta. De esa cadencia surgieron los sauces, los chopos, los surtidores y aquel viento que arquea. El poema es una travesía autobiográfica, pero es más que eso. Es también el autorretrato de una generación, la defensa del ímpetu amoroso, la huella de la ilusión destrozada, la búsqueda de comunión. Bien describe José Emilio Pacheco este poema como “la afirmación intransigente de la imaginación, el amor y la libertad”. La larga y sinuosa frase del poema aborda los misterios del tiempo, el amor, el deseo, la naturaleza, la historia. En primer término, el poema es el trayecto hacia un cuerpo. Caminar hasta encontrar esa encarnación luminaria:

cuerpo de luz filtrado por un ágata

piernas de luz, vientre de luz, bahías,

roca solar, cuerpo color de nube,

color de día rápido que salta,

la hora centellea y tiene cuerpo,

el mundo ya es visible por tu cuerpo,

es transparente por tu transparencia”.

Todo es presagio. El ascenso hasta esa roca de sol es zigzagueante, el amante avanza y retrocede, el oleaje lo impulsa y lo desvía, las ramas del bosque petrificado se disipan. La carne se oculta entre ecos y reflejos. Cuando el cuerpo aparece es el mundo: una ciudad, un planeta, el cosmos. El encuentro de los cuerpos es caída en el instante: “el tiempo cierra su abanico”. Desde ese núcleo del tiempo, el poeta se asoma al pasado. No es ya flujo de agua sino hacha de piedra. El recuerdo se fija en un año y un lugar: Madrid, 1937. Paz recuerda la guerra. Tras la alarma, el bombardeo. Un “huracán de motores” que destruye torres y casas. Y frente a esa orgía de destrucción, dos se desnudan para amarse. El poeta surrealista que entonces seguía siendo Paz reivindica la subversión del encuentro amoroso:

las desnudeces enlazadas

saltan el tiempo y son invulnerables,

nada las toca, vuelven al principio.

El encuentro amoroso trasciende los cuerpos.

El erotismo se vuelve épico. Su insurrección derrumba rejas y púas; vence a los cerdos y tiburones del poder y el dinero. “Si dos se besan / el mundo cambia”. La revolución de Piedra de sol no es mera alusión astronómica. El poema se convierte ahora en un canto de insumisión, un llamado libertario, un escupitajo al conformismo de las “monedas de cobre” y la “mierda abstracta”. La tragedia de la historia aparece en el recorrido. El hombre grita la injusticia. De boca del profeta brota espuma, del verdugo un grito y de la víctima otro. No hay redención, pero habrá camino: nosotros.

Para que pueda ser he de ser otro,

salir de mí, buscarme entre los otros

los otros que no son si yo no existo

los otros que me dan plena existencia

no soy, no hay yo, siempre somos nosotros.

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