Se supone que la película 300 está basada en una batalla real, la de Termópilas, que ocurrió 480 años antes de Cristo. Soldados de Esparta, ampliamente superados en número, se enfrentaron contra el poderoso ejército del Impero Persa. La cifra de trescientos contra cientos de miles es sorprendentemente exacta (una rápida visita a Wikipedia lo puede confirmar). Durante tres días, ese puñado de valientes espartanos mantuvieron a raya a los montoneros invasores del medio oriente… con algo de ayuda. Seis mil soldados más el primer día, setecientos más el último.
Esta es apenas una de las muchas imprecisiones históricas de la cinta. Pero esta, como todas las demás, no tiene ninguna relevancia. La historia es un pretexto. De lo que se trata 300 es de poner un buen show. El más espectacular que se ha montado en mucho tiempo.
¡Y que show! De verdad impresionante. Me estoy cuidando de no usar palabras como admiración o deleite porque todo el tiempo hay en pantalla hombres musculosos con el torso desnudo, como si fuera un desfile de portadas de Men’s Health (o el área de los supremacistas blancos en una cárcel de máxima seguridad). No es mi gusto, pero si su idea de diversión, dama o caballero, incluye la contemplación de tantos fisicoculturistas relucientes de sudor como sea posible, 300 le dará más por su boleto que cualquier show de strippers.
Lo que sí me apantalla es el diseño de la producción. Son los gigabites más fregones que he visto desde Happy Feet. 300 es un logro monumental de la imaginería digital. Los verdaderos héroes de la película no son los gimnastas-modelos-actores, sino los cientos de pálidos y sedentarios nerds que hicieron las animaciones y composiciones. Por las categorías donde se encuentran las victorias reales de 300, la cinta tiene más en común con Cars que con Gladiador.
Pero no lleve a los niños. Hay mucha sangre y desmembramientos, que se hacen tolerables porque no son fotorealistas, sino estilizados, como el resto de la cinta. Hay también algo de sexo al principio, vigorosamente heterosexual, para tratar de distraernos de las connotaciones gay del resto de la historia. Ni modo. De Village People para acá no se puede ver de otra manera.
Se ha tachado a 300 de racista, propaganda pro-Bush y hasta nazi. Son lecturas exageradas (aunque los elementos sospechosos están claramente ahí). Y es que no se puede tomar tan en serio a 300. No tiene sustancia que soporte ataques o elogios desmedidos.
Hay que ver 300 por el show, nada más, como un Cirque de Soleil sangriento. Su visión del honor y la libertad es de nivel elemental, capaz de conmover acaso a atolondradas sensibilidades pubertas. La ideología de 300 huele a fascismo, sí, como la de cualquier ejército profesional. Toda mente militar es desagradable, pero en este caso hay que aguantarla. No vale la que el intelecto nos eche perder el espectáculo.
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