Transformers, más de Michael Bay
2 1/2 estrellas de 5
Tuve con Transformers el mismo problema que con Cars, la cinta animada de Pixar: soy incapaz de conectarme emocionalmente con un automóvil. Este prejuicio inicial fue agravado por el descarado compromiso publicitario que los productores asumieron con la marca Chevrolet, cuando fue justamente la General Motors quien me vendió hace años un vehículo caro y problemático. Quizá el factor nostalgia habría podido intervenir a favor de la cinta, de ser yo un fan de los Transformers. Pero las caricaturas empezaron a transmitirse en México en 1985, cuando estaba por salir de secundaria. También era un poco tarde para los muñequitos.
Anécdotas aparte, le aseguro que mi historia personal no interfiere con la apreciación de la cinta. De haber encontrado en Transformers una historia coherente (la coherencia y la fantasía no se excluyen una a la otra), y una realización no infestada por los tics del director Michael Bay, tenga por seguro que los muchos elementos rescatables de Transformers habrían predominado sobre mis impresiones negativas.
La historia inicia cuando una base estadounidense en medio oriente atacada por un artefacto desconocido (para ellos, nosotros sabemos lo que es), en la escena de acción más impresionante y mejor narrada de la cinta. El Atacante buscaba información ultra secreta. Mientras, en Estados Unidos, un joven preparatoriano (interpretado por el muy simpático Sheia LaBeuf) escoge, en el lote de usados, un auto deportivo amarillo que esconde al robot Bumbblebee, el único que logra inspirar algo cercano a la simpatía. Los Transformers que han aparecido hasta el momento son de bandos enemigos, los Autobots y los Decepticons. Unos son buenos y otros son malos, por supuesto.
Este joven resulta ser descendiente de un explorador que a principios del siglo pasado descubrió accidentalmente a un Transformer congelado en el ártico, y guardó parte del secreto que los dos bandos de Transformers buscan. La utilidad del secreto, y de las decenas de personajes que Bay va introduciendo a lo largo de la historia, es algo que nunca queda claro.
Lo que me lleva a los tics de Bay. Es un tipo que insiste en atravesarse entre el público y la historia, haciendo ininteligibles muchas de las secuencias con cortes y movimientos bruscos de cámara innecesarios, como si la narración limpia y eficiente fuera indigna, poco para él. Ha sabido destilar lo peor, lo más superficial de James Cameron y Tony Scott, sin quedarse con la habilidad de ambos para dar dimensión a sus personajes. Es como un mago torpe, que disfraza su falta de habilidad con humo y destellos. Sus decisiones de encuadre y edición incluso llegan a opacar la extraordinaria integración de efectos especiales y acción viva.
Transformers es una (¿historieta?¿caricatura?¿línea de juguetes?) de larga historia y probados rendimientos económicos. Como otras series infantiles, pretende hacerse de una “mitología” tan vasta y profunda como la griega para que los adultos justifiquen su afición. No es necesario. La idea de robots que se transforman en objetos comunes es emocionante de por sí. Los Transformers merecían ser tratados por alguien mejor que el exhibicionista Bay. Ojalá que en los próximos episodios, que seguramente vendrán, un director más capaz se acerque y los saque del yonke en que los dejó.