Calificación: 5 estrellas de 5
¿Cómo agradecerte, Homero?
Los Simpson son el trabajo de crítica y entretenimiento más importante en la historia de los medios masivos. Habrá algunos más cáusticos (muchos), otros más consistentemente graciosos (muy pocos), pero ninguno tan influyente, considerando su penetración y longevidad. Durante su larga vida (matusalénicos 18 años para estándares televisivos), Los Simpson han encontrado el balance perfecto entre estilos simples y complejos de comedia, desde el slapstick o pastelazo, hasta la sátira más negra. Este logro les ha permitido mantener una base de fanáticos enorme, con la composición más diversa imaginable.
Aunque ahora me resulte imposible ubicar con exactitud el número de la temporada en que comencé a aficionarme, creo que desde hace siete u ocho años la familia amarilla es uno de los platos más nutritivos de mi dieta televisiva. Difícilmente pasa un día en que no cite una frase de los Simpson, o en que una situación vivida no me remita automáticamente a un episodio. Esto habla, además de mis obsesiones personales, de los poderes de observación y puntería de los escritores de la serie, y su asombrosa habilidad para crear sátira que traspasa fronteras.
En la televisión norteamericana, los Simpson han empujado constantemente los límites de los temas que es posible tocar, y sobretodo, hacer objeto de burla. Los políticos corruptos, la iglesia acartonada, la policía estúpida y brutal, el sistema educativo deficiente y empobrecido, la televisión banal y manipuladora… todos han recibido su justo merecido en muchos episodios, vapuleados desde la trinchera de la única institución digna de salvarse, la disfuncional, imperfecta, frágil, pero siempre triunfadora familia nuclear.
En la tele gringa, los Simpson engendraron decenas de series de dibujos animados “para adultos”, y elevaron la norma de calidad y ritmo de la comedia en general. Desgraciadamente no detecto impacto alguno en la inamovible televisión mexicana, donde se exhiben hasta dos episodios al día que denuncian, por contraste, a la adormecedora y pueblerina producción nacional del horario triple A.
Por cierto, hay una película de Los Simpson en cartelera. Es tan buena como un buen episodio, lo que es bastante. Como en los mejores capítulos, los chistes saltan como ráfaga, en inesperadas combinaciones de juegos de palabras, gags visuales, ironías y referencias culturales, que agradecerán su niño tonto y su niño listo internos. Si acaso en algún detalle la cinta me dejó insatisfecho, fue porque eché de menos las voces originales del doblaje en español y por la falta de papeles más preponderantes para algunos personajes favoritos como Nelson, Rafita, Milhouse y, más que los otros y sólo debajo de Homero y Bart, Montgomery Burns.
El pago de un boleto es una mínima muestra de agradecimiento a Matt Groening y James L.Brooks, por dejarnos disfrutar su genialidad durante tantos años de a gratis en la tele abierta.
Gracias a ambos y a su ejército de geniales escritores por canalizar su ira a través de la comedia. Gracias por disfrazar tanta inteligencia en la imbecilidad de ese Némesis/Alter ego/Monstruo del Id de la humanidad llamado Homero Simpson.
Gracias por su locura y gracia, por ser Bart por fuera, y por hacer un serio intento de mejorar el mundo por medio de su arte, por ser Lisa en su corazón.
Aunque si ustedes, con la serie de comedia y crítica más exitosa del planeta, no lo lograron, difícilmente alguien lo hará. Quizá después venga el diluvio (justo castigo por desoír a los profetas amarillos) y se lleve a Springfield, pero quedarán las risas.
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