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Ciudades| Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“Tengo afecto por una gran ciudad. Me siento seguro en el vecindario del hombre y siento la dulce seguridad de las calles”.

Henry Wadsworth Longfellow

Toronto, Canadá.- Después de un día de trabajo en el edificio principal de la CBC, la Canadian Broadcasting Corporation, en Front Street, salgo a caminar por las calles de Toronto. Es una tarde preciosa. El cielo está despejado. La temperatura alcanza los 30 grados. El verano ha empezado. Se me agolpan los recuerdos de los años que viví en esta ciudad, la mayor de Canadá, la cual no sólo no ha perdido encanto con el tiempo sino lo ha ganado.

En la Ciudad de México, en cambio, mi hijo está atrapado en un tránsito infernal. Trata de avanzar por Parque Lira hacia Polanco o Las Lomas, pero la avenida está cerrada por patrullas. Una manifestación, piensa él de inmediato. Así es la vida cotidiana en la caótica capital mexicana. Lo que debería ser un trayecto de 15 minutos se convierte, por decisión de manifestantes y cobardía de las autoridades, en una pesadilla de dos horas. Horas después me cuenta su odisea en un chat.

¿Por qué me gusta caminar por las calles de Toronto? Fundamentalmente por el respeto. Si quiero cruzar una calle cuando tengo la luz verde del semáforo, puedo hacerlo sin tener que preocuparme como en México de que algún auto dé la vuelta a toda velocidad y amenace con atropellarme y su conductor me insulte por haber osado cruzar la calle cuando yo tengo el paso.

Los policías en Toronto están para servir a los ciudadanos y no a unos cuantos grupos de poder cercanos al partido de Gobierno. ¿Acaso no hay insatisfacción social en Toronto? Por supuesto que la hay. De hecho, Toronto es una de las ciudades más politizadas de Norteamérica. ¿No hay manifestaciones en la mayor de las urbes canadienses? Claro que las hay, siempre y cuando pidan un permiso a la Policía, se atengan a la ruta autorizada y sobre todo, no bloqueen las vías públicas. Si lo hacen, las Fuerzas de Seguridad intervienen de inmediato. Y todo el mundo entiende que estas acciones, lejos de violar los derechos de expresión de los activistas, protegen los derechos de la sociedad en su conjunto.

Toronto es una ciudad que entiende la necesidad de mantener la Ley y el orden, pero comprende también que esto se debe hacer con atención a las garantías individuales. Este martes pasado, por ejemplo, la policía de Toronto llevó a cabo una serie de operativos en contra de una banda de delincuentes juveniles de North York, un distrito del norte de Toronto. En los operativos, que se llevaron a cabo con gran rapidez y eficacia tras una investigación de meses, se encontraron drogas y armas de fuego. Decenas de personas fueron detenidas y serán procesadas conforme a derecho.

Pero el Gobierno de Toronto no tomó medidas para expropiar las casas de los responsables ni de sus vecinos. Las autoridades de la ciudad dan por sentado que deben castigar a los responsables de cometer crímenes, pero no a sus parientes o vecinos.

¿Por qué me gusta Toronto? Porque hay un sistema de leyes que protege a quienes son víctimas de abusos, aunque no sean ricos y poderosos. Si un vecino toca su música a volúmenes elevados a altas horas de la noche, sólo debe llamar a la Policía, la cual de inmediato ordena al vecino que baje el volumen o apague la música. No hay necesidad de pelearse directamente con el vecino. En México la Policía se lava las manos y afirma que esos asuntos no son su responsabilidad. Si acude uno a la Procuraduría Social, ésta hace un intento por mediar para después reconocer que no tiene fuerza legal. La única manera en que uno puede lograr la tranquilidad es recurrir a la violencia. Y eso hace que en las relaciones vecinales prevalezca la Ley del más fuerte.

¿Por qué me gusta Toronto? Porque es una ciudad sensata. El transporte público está subsidiado, pero no a niveles absurdos. Un boleto de Metro, tranvía o autobús cuesta 2.75 dólares canadienses, alrededor de 30 pesos. Esto cubre el 75 por ciento del costo real, el cual se calcula incluyendo la recapitalización para sostener al sistema en el largo plazo. El resto lo paga un subsidio de los contribuyentes. La idea es tener un incentivo para promover el uso del transporte público, pero no al grado de deteriorarlo permanentemente como en México.

Por supuesto que la Ciudad de México tiene también un enorme encanto. La intensidad de su vida cultural y la amabilidad de su gente son legendarias. La belleza física de sus edificios, cuando los ambulantes permiten verla, es extraordinaria. Sin embargo, las virtudes de la Ciudad de México deben hacerse evidentes a pesar de los esfuerzos de las autoridades por acabarlas. En Toronto, en cambio, esas virtudes son precisamente producto de un Gobierno bien organizado, eficiente y valiente.

CORREDORES

La Secretaría de Desarrollo Urbano del Distrito Federal ha anunciado siete corredores de desarrollo en que se promoverán las inversiones turísticas, financieras y comerciales. Entre ellos se cuenta, paradójicamente, el Paseo de la Reforma, víctima cotidiana de las manifestaciones y plantones de organizaciones afines al PRD que el Gobierno capitalino respalda, y el Eje Central, agobiado por la competencia desleal de los ambulantes. ¿De qué sirve que un Gobierno anuncie la creación de corredores de desarrollo cuando en realidad dedica todo esfuerzo y el dinero de los contribuyentes, para atacar a quienes cometen la tontería de llevar a cabo inversiones en esos lugares?

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