No hay mal que por bien no venga, reza el refrán que encaja muy bien en la terrible tragedia que hoy sufren los habitantes de Tabasco y Chiapas.
De entrada esta emergencia desencadenó la solidaridad de prácticamente todos los mexicanos y de infinidad de países que de inmediato enviaron ayuda material y económica a los damnificados.
En segundo lugar los daños ocasionados por las inundaciones generaron una serie de programas públicos y privados que de ejecutarse con la eficacia esperada harán que Tabasco y Chiapas superen en el mediano plazo esta terrible crisis.
Dentro del caos que priva en ambas entidades del sureste mexicano, conforta saber que el número de fallecidos es mínimo en relación a la magnitud del desastre y que los apoyos locales y externos comienzan a fluir, aunque no todavía con la rapidez deseada.
La tragedia ha puesto a prueba la organización y capacidad de respuesta de las autoridades de todas instancias así como el nivel de seguridad del que gozan los mexicanos en las distintas regiones de la República.
Hasta hoy las autoridades no han salido bien libradas habida cuenta que las lluvias copiosas y las inundaciones en el Sureste mexicano son periódicas y hasta cierto punto previsibles.
Al momento se habla de un millón de damnificados, pero la cantidad podría aumentar en la medida en que se conozcan los detalles de la catástrofe y ante la posibilidad de más incidentes como el deslave registrado ayer en tierra chiapaneca.
Lo cierto es que los tabasqueños y chiapanecos necesitan ahora mismo de todos los mexicanos, esperamos que la solidaridad vaya en aumento y que muy pronto todos los damnificados estén fuera de peligro y cuenten con la atención necesaria.
En medio del ajetreo informativo, los funcionarios públicos, los partidos y algunos medios de comunicación han llevado la peor parte de la historia.
Por un lado, los políticos se tiraron con todo unos a otros como si las descalificaciones en estos momentos críticos sirvieran para salvar víctimas.
En otros países y con situaciones menos graves, los gobernantes sean del color y partido que sean, forman un frente común porque al final del día lo más importante será salvar vidas humanas y luchar juntos para regresar a Tabasco y Chiapas a la normalidad.
Pero no es el caso en este México resentido y agrietado por las rencillas de los políticos. Ahí tenemos a un Andrés Manuel López Obrador que aprovechó la recta para jalar agua para su molino, pero lo mismo hicieron los políticos de otros colores y siglas.
En tal contexto fue vergonzoso por no decir algo peor la actitud de los senadores mexicanos, quienes según ellos entregan su vida por el país, al donar el diez por ciento de su sueldo correspondiente a noviembre y diciembre.
Sí señor, escuchó usted bien, sólo el diez por ciento lo que significa una migaja si tomamos en cuenta el ingreso global de estos personajes y lo que recibirán por aguinaldo en unas cuantas semanas. Si la memoria no nos falla corresponderá a sesenta días de sueldo.
Otros que hicieron el ridículo fueron algunos medios electrónicos que cayeron en el juego político y partidista.
Varios programas de noticias se dedicaron a dar rienda suelta a las reyertas partidistas en vez de ofrecer sus servicios a una población urgida de ayuda física, económica y médica.
Escuchamos con sorpresa en un programa nacional de radio cómo se la pasaron buscando culpables de la tragedia, pero en ningún momento aprovecharon el programa para promover donativos y la localización de víctimas.
Estas inundaciones dejarán sin duda muchas lecciones para todos, por lo pronto cabe destacar que al igual que ocurrió en los terremotos de 1985 en la Ciudad de México, es la sociedad civil quien lleva la voz cantante en las labores de rescate y atención a los damnificados.
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