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Colosio, aquella flama de esperanza.../Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Ayer tuvieron lugar algunos homenajes a la memoria de Luis Donaldo Colosio, aquella esperanza de Presidente que nunca se hizo realidad. Humanamente justos los recuerdos, digo yo, porque todo aquel que muere en el trance de convertir sus sueños en hechos tangibles es digno de entrar por la puerta grande de la memoria colectiva; lo más duro para la gente es sólo intuir cuánto perdió el país con esa muerte. La histeria nos empuja a deificar, pero la lógica histórica nos obliga a recapacitar, a tratar de entender. No lo sabremos jamás, no mientras ignoremos quién o quiénes estuvieron tras la connivencia que perpetró y ejecutó el magnicidio. Qué ganaron los asesinos con su muerte y qué perdió el país junto a aquella muerte indigna.

¿Las causas? Todos las imaginamos. Ninguno lo sabemos a ciencia cierta. Luis Donaldo, candidato a presidente de la República, tuvo la mala suerte de haberlo sido en una pésima coyuntura histórica, cuando la globalización económica avasallaba el mundo y eran mal vistos los proyectos personales populistas. ¿Está mal calificar de este modo el gozne histórico en que Luis Donaldo Colosio construyó sus ambiciones políticas? Lo que pasó es que era adverso a la corriente mundial.

México vivía, desde el segundo decenio del siglo XX, en un clima de muchedumbre política, candidatos populares y partidos con programas populistas. Al pueblo le entraban las imágenes por los ojos, se le convencía con frases gratas al oído y se ganaba su simpatía por medio del corazón. Luis Donaldo Colosio, pese a su seriedad y a sus estudios de crematística, era un político químicamente popular: tenía carisma, hablaba el lenguaje de la gente y resultaba muy grato a la masa. Si hubiera aspirado a la Presidencia de la República en tiempos de Lázaro Cárdenas habría sido un éxito, la habría ganado; pero aspiró a serlo en el peor momento, cuando gobernaba Carlos Salinas de Gortari, su antípoda.

Salinas había triunfado con malas mañas frente a Cuauhtémoc, el hijo de don Lázaro. La gente lo sabía. Salinas había faltado a su palabra de entregar el Gobierno a Manuel Camacho Solís, quien se encargó de que la gente lo supiera. Salinas estaba embelesado con el TLC pero alguien más había trabajado en la sombra para frustrar su alegría con el movimiento del subcomandante Marcos. Salinas había hecho promesas ante el Clero para la contrarreforma en materia religiosa a cambio de que los católicos votaran por él. Salinas conquistó el beneplácito de los empresarios con el ofrecimiento de reformar la Ley Federal del Trabajo. El pueblo estaba enterado de todo y si no, bien lo supo cuando el presidente manipuló al Congreso de la Unión para que las aprobara. En 1994 Salinas sintió que era adverso el ambiente del último año de su sexenio; afuera, en el zócalo y en los sitios de reunión, empezaría a tomar fuerza un tóxico rumor sobre lo desangelado de la campaña de Colosio y su posible eliminación para imponer a otro candidato.

Alguien lo había propuesto seriamente pero Colosio rechazó la idea; no sólo eso, metió a fondo el acelerador de su campaña y aprovechó la celebración del 65 aniversario de la fundación del PRI para hacer un diagnóstico realista de la economía del país, de la deplorable miseria en que se debatía más del 30 por ciento de los mexicanos y de la insultante opulencia de unos cuantos empresarios y políticos. Cabe la gran cúpula del monumento de la Revolución Mexicana, ante los restos mortales de los más destacados revolucionarios de la República, Colosio dijo ¡ya basta! y dio un giro de 180 grados a su campaña electoral. Al día siguiente el pueblo de México amaneció colosista.

Luego sobrevino una última llamada, la noche anterior a la nebulosa tarde de Lomas Taurinas. Colosio se mantuvo firme. Era el candidato del PRI y sería el Presidente. No lo fue, por desgracia no lo sería jamás. El 23 de marzo de 1994 se extinguió con su vida la llama de la esperanza y surgió el ídolo muerto, insobornable y vertical. Evocar su memoria es un acto obligado, siempre que también recordemos la esencia de su último mensaje y luchemos por convertirlo en realidad.

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