PERDIÓ EL FUTBOL.
El miércoles por la noche en Avellaneda, Provincia de Buenos Aires, en Argentina, se jugó la vuelta de la final de la Copa Sudamericana versión 2007.
El América de México se presentó en la cancha de Racing, habilitada para el evento como casa del Arsenal de Sarandí. Lo hizo herido de muerte, pues había perdido en casa al son de tres goles por dos, y revertir el resultado parecía una verdadera hazaña.
Sin embargo, el cuadro azulcrema estuvo muy cerca de hacer la hombrada, es más, sólo siete minutos los separaron de alzar la Copa en patio ajeno cuando una confusa gambeta de Martín Andrizzi los dejó, usando un término beisbolero, tendidos en el terreno de juego.
Plausible el esfuerzo del Águila pues hizo un par de goles, uno de ellos soberbio por parte del “Torito” Silva, pero a la postre faltó estamina para liquidar al rival, sobre todo en aquel tibio remate a puerta de Federico Insúa a sólo diez minutos del final, que era sin duda el gol que mataba.
Una vez concluido el certamen hay que dar paso a las reflexiones y, sin ponerme filosófico, creo que simplemente perdió el futbol.
Considero que el futbol pierde cada vez que la trampa, el agandalle, la agresión, el antideportivismo y la violencia privilegian a un rival por encima del otro; cuando no se dan las garantías mínimas de equidad para participar en una contienda; siempre que los directivos apliquen los reglamentos a su entero capricho y según el sapo sea la pedrada; las ocasiones en que el arbitraje sea desaseado e incline el ánimo a mal pensar y deje lugar a la maledicencia, en fin, sin pretender restar mérito a lo hecho en el plano meramente futbolístico por Arsenal, la evidencia de anómalas circunstancias en la cancha y fuera de ella, tiene por fuerza que dejar un regustillo amargo en aquel que se declare aficionado al futbol.
También pienso que América no tiene derecho a esgrimir como excusa para no obtener el título a los factores externos. El cuadro de Coapa fue inferior en futbol, temple y recursos desde el juego de ida en el Azteca.
Baste recordar el poco manejo de partido cuando se vio en ventaja y los horrores defensivos de Davino y Castro para que, por primera vez en la historia, el líder pasador en un partido fuera el portero del rival.
En el juego de vuelta, Daniel Alberto Brailovsky echa pestes contra el arbitraje y hay que concederle razón, pero olvida que así como le perdonaron un penal a los locales, lo mismo sucedió con antelación para los suyos y no asume la responsabilidad de haber replegado a su equipo con el propósito de aguantar el resultado.
Los arbitrajes del paraguayo Ricardo Grance en la ida y del colombiano Óscar Ruiz en la vuelta fueron, por decir lo menos, impresentables, pero el peor ridículo lo hicieron los directivos de Conmebol al contradecirse públicamente respecto del gol de visitante como criterio de desempate. Mientras el señor Figueredo, del Uruguay, manifestaba que en la instancia final ese concepto dejaba de operar, el argentino De Lucca le enmendaba la plana para dejar vigente el gol marcado por la visita en caso de empate global.
Arsenal se dio vuelo en lo antideportivo; América no salió a recibir la medalla de subcampeón; Brailovsky se llama robado pero exculpa a Grondona; los dirigentes son falaces y los jueces ineptos. Después de todo esto, ¿no cree usted que perdió el futbol?.