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COMENTARIO

GABY VARGAS

REGRESO A CLASES: EDUCAR SOLA...

“Y tomé la determinación. No valía la pena sacrificar mi vida y la de mis hijas. Mi dignidad como ser humano, como mujer, estaba sometida sólo por una casa y la seguridad económica.

La desesperación ante la indiferencia, el no darte por vencida, el querer aferrarte a una esperanza, a una promesa de cambio... y de nuevo, la frustración.

Cuánto tiempo perdido en discusiones, pleitos, mentiras, rechazos, agresiones verbales, ausencias.

Mil noches de insomnio me permitieron reflexionar y meditar sobre la vida que vivía. Mi familia no existía; hacía tiempo que yo luchaba sola. Él no estaba dispuesto a ser fiel, a dejar de beber, a llevar una vida de hogar.

Consulté con un abogado y, con el permiso de un juez, un día de enero de 1981 salí de mi casa, con mis hijas, dos cunas, sus juguetes y nuestras pertenencias, con unos pesos en la cartera y sin trabajo... Pero también con una enorme fe en Dios y con la sensación de haberme librado de una escafandra que me ahogaba”.

EL RETO

“Me ofrecieron un trabajo temporal en el área administrativa de la escuela de mi hija Adriana. Aprendí contabilidad y me quedé por cuatro años.

El horario de trabajo me permitió estar cerca de mis hijas y, en las tardes, dedicarme a sus tareas y a su cuidado.

El salario no era suficiente para cubrir los gastos de mantenimiento, colegiaturas, uniformes, material, libros, pañales, comida, etcétera. Entonces, busqué actividades que me proporcionaran un ingreso y no me alejaran de las niñas. Vendí cosméticos, ropa, bolsas, café, quesos, muñecas. Mis hijas me ayudaban y acompañaban. Algunas tardes horneábamos galletas y salían a vender las bolsitas a los vecinos de los departamentos donde vivíamos.

Algunas amigas me regalaban ropa usada, y otra amiga generosa me prestaba el estacionamiento de su casa para hacer bazares y vender prendas de uno, cinco y diez pesos. Recolecté periódicos y los vendí, por lo menos sacaba para dos litros de leche.

Por las tardes, después de hacer las tareas, salíamos a entregar los productos de venta, cocinaba para el día siguiente, lavaba y planchaba la ropa, además de tender camas, sacudir, barrer y trapear. Terminaba extenuada.

En el momento no te das cuenta de ‘ni dónde ni cómo’, pero pones toda tu alma y tus fuerzas, y desarrollas algo especial que te motiva.

Siempre tuve un propósito que se convirtió en realidad: darles a mis hijas la oportunidad de asistir a una escuela con buen nivel académico, principios y valores. Era lo más valioso que podía darles y que, en un futuro, les serviría para salir adelante por ellas mismas. Y así fue...

Las tres tienen carrera y son profesionistas: Te puedo decir que todo esto fue gracias a Dios y a que las alenté y las apoyé a ser y hacer lo mejor.

Por supuesto tuve momentos de debilidad y dificultades que me agobiaron, y me senté a llorar, literalmente, en un sillón en un rincón. Una vez desahogada, me volvía a levantar. Nunca entré en ninguna depresión, no tuve tiempo.”

Millones de mujeres…

La historia de Tere, que es mi querida amiga a quien siempre he admirado, es como la de millones de mamás solas que, en esta temporada, se truenan los dedos no sólo por todos los gastos extra que un nuevo año escolar ocasiona, sino por la carga emocional y psicológica, que también se recrudece.

¿Educar sola? Sí se puede. No es la capacidad de una mujer para sacar adelante una familia lo que admiro -eso de sobra lo sabemos-, sino la elección de Tere: renunciar a un horario cómodo de tiempo completo, quizá con un sueldo fijo y mayor, y optar por lo no tangible... La seguridad de sus hijas de sentir a una mamá cerca.

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