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Con que se porten bien, resucitan

Carlos Monsiváis

La pesadilla del narcotráfico es la gran operación interminable. Jefes policiacos exterminados, escoltas que perecen de cinco en cinco, venganzas que le dan la vuelta a las regiones, el duelo de los cárteles como encomiendas medievales, cabezas cortadas como la nueva caligrafía de la violencia, cajuelas como depósitos interminables de cadáveres, agentes aduanales a los que se mata por “delatar” o simplemente por haber estado allí, periodistas liquidados en el curso de sus investigaciones, enfrentamientos de narcos y militares, rescate de un cadáver a cargo de cincuenta o sesenta sicarios. “Levantones” que señalan las guerras doble o triplemente sucias del narco, ingresos a YouTube de escenas de supresión brutal de enemigos, matanzas por el control de territorios o francamente porque sí, dumpings de la droga en la Frontera Norte, narcomenudeo que colma las cárceles y que, según las autoridades, no lleva trazas de disminuir, el crack como alucinación de las nuevas generaciones, las tachas como la otra música de las discotecas, los pases en las parties de la Joven Buena Sociedad, los junkies en las madrugadas del Centro Histórico, los cadáveres en sucesión como escenas del film próximo de George A. Romero (Mexicanisation of the Dead).

En síntesis, las atmósferas del narco, un componente esencial del México del siglo XXI.

* * *

A los apocalipsis de vuelta de la esquina les responde el optimismo profesional, el círculo de creyentes en el mejor de los mundos posibles, los políticos que con aire grave notifican su firme voluntad de “Ya no más, hasta aquí”, y le prometen a la sociedad, juramento inscrito en el centro de sus corazones, velar por la salud de las familias y —cómo dudarlo— por el bienestar de la sociedad “hasta sus últimas consecuencias”, o a lo mejor aquí mezclé dos frases. Un ejemplo esplendente de lo anterior lo proporciona don Eugenio Hernández, gobernador de Tamaulipas (Proceso, 16 de diciembre de 2007). Entrevistado por Jorge Carrasco el gobernador extiende en el piso virtual su consigna: “Dejad que los narcos entierren a los narcos”:

“-Sin embargo, la sociedad tiene miedo.

-Una parte puede tener miedo. Igual que en todo el país. Yo siempre he dicho que en Tamaulipas el que se porta bien no tiene nada que temer.

-¿Pero las extorsiones, el derecho de piso, el despojo?

-Por lo regular ocurre en gente que está en negocios ilícitos. Hay otros estados en los que la violencia es más marcada. Lo que pasa es que aquí, con motivo de la elección, este tema se usó como bandera política”.

Al leer estas declaraciones, uno se pregunta: ¿por dónde se empieza? El gobernador, psicólogo cuantitativo de masas, sostiene que una parte de la sociedad “puede tener miedo”, injustificado desde luego y parecido al temor nacional que iguala o desaparece el tamaulipeco. No contento con escarnecer implícitamente a los cobardes que le hacen el juego a los temblores del país, Hernández suelta su apotegma en el estilo de: “El desdén ante el miedo ajeno es la tranquilidad de conciencia”, y asegura: “Yo siempre he dicho que en Tamaulipas el que se porta bien no tiene que temer”.

Más bien ocurre —los testimonios numerosísimos van en contra de la corriente de optimismo unipersonal— lo contrario, la conversión del temor en paranoia a la vez justificada y teatral, el apogeo de la incertidumbre cotidiana. ¿Se “portaban mal” todos los policías y jefes policiacos victimados en estos años? ¿Cuál fue el delito específico de los familiares y amigos de los señalados que estuvieron en el lugar equivocado en el momento justo de la balacera? ¿Son culpables de “mala conducta” los secuestrados por organizaciones vinculadas directa o indirectamente al narco? El terror de las familias de los secuestrados viene del hecho previsible: como células básicas “no se portaron bien”.

* * *

Para el gobernador Hernández el que habla de Tamaulipas como una región infestada por el narcotráfico usa “una bandera política”, algo en el estilo de “Nos quieren desprestigiar, por eso nos ‘siembran’ cadáveres, capos, sicarios y secuestros, y por eso consumen droga”. Y luego el funcionario compite para, descaradamente, perder”. Le pregunta Carrasco:

“-¿La sociedad tamaulipeca es cautiva del narcotráfico?

-Más que en otros estados no lo es. Repito: la gente que se porta bien no tiene nada que temer”.

Porque, esto va incluido en el razonamiento, la gente que se porta bien no tiene parientes, amigos o vecinos inmiscuidos en algún nivel del narcotráfico o del consumo de droga, no es secuestrable por ningún motivo, no advierte la asfixia en la vida nocturna de sus ciudades, no atiende a las fotos, los videos y el rosario de anécdotas de la destrucción del tejido social, se limita a portarse bien a sabiendas de que Dios nada más ayuda a los respetuosos de la ley.

* * *

Bienaventurados los que no temen porque de ellos será el reino de las balas injustas y las defunciones inmerecidas. El gobernador Eugenio Hernández es uno más de los funcionarios a cargo de la elaboración de cuentos de hadas, entre ellos: el Ciudadano que nunca tuvo miedo porque su comportamiento alejaba los cuernos de chivo; la Sociedad que cuando oía y veía las balaceras sabía que ocurrían en el otro país de la delincuencia; los Narcos que entrenaban a sus armas para que nunca agredieran a los inocentes; la Sociedad en donde el “lavado” de dinero no existía porque no lo permitía el sano ambiente financiero; los Campesinos que no aceptaban sembrar marihuana porque sabían que la tierra se los reprocharía; los adolescentes y jóvenes que se negaban a entrar al narcotráfico porque sus principios (y sus fines) no lo admitirían; los profesionistas (abogados, médicos, técnicos, expertos en informática) que se hacían a un lado si su radar moral les avisaba de la presencia cercana de un narco... ¿Para qué seguir?

* * *

El género de las fábulas es extraordinario, y basta citar la tradición de Esopo, Lafontaine, Iriarte, Samaniego, James Thurber, Monterroso. Sin embargo, una fábula, la de la gente bien portada que no tiene miedo porque nunca le va a suceder cosa alguna, no resulta convincente, una manera muy suave de enunciar su adscripción a la Ínsula Disparataria. La gravedad de los acontecimientos de Tamaulipas, y de una buena parte del país, los enfrentamientos, las muertes sucesivas y simultáneas, la impresión que lectores y espectadores de noticias tienen del estado alterno del narcotráfico, no admiten el trato paternalista de los gobernadores que, estadísticas en mano, afirman que al lado matan mucho más. Cuando la fábula se detiene la matanza prosigue.

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