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Conflictos laborales de ayer y hoy| Hora Cero

Roberto Orozco Melo

El concepto “lucha de clases” aplicado a las relaciones laborales ha quedado en la historia. A nuestra generación le tocó ver y en algún caso protagonizar, algunos memorables episodios del enfrentamiento obrero-patronal por distintos motivos; sobre todo emplazamientos de huelga por mejores salarios y prestaciones.

El primer conflicto laboral de que guardo memoria fue una larga huelga en la fábrica La Estrella de Parras. Era la etapa de la segunda post guerra mundial, después de la mitad de los años 40 del siglo pasado. Lo sentí cercano ya que los trabajadores textiles eran clientes de la tienda de mi padre. Aquel paro se prolongó por varios meses: ni los líderes ni los empresarios movían su posición más de una décima y obviamente mientras los obreros no trabajaran, la compañía no les pagaba salarios. Los efectos los resentían las familias de los huelguistas y la población en general, pues entonces La Estrella era la única fuente importante de trabajo en mi pueblo.

Durante el tiempo de esta larga suspensión de labores mi padre fiaba a los obreros el costo de sus despensas semanarias. Fiar quiere decir confiar y mi padre tenía confianza en que algún día le abonarían esa deuda sus viejos clientes, amigos y favorecedores. Mientras los trabajadores estuvieran en huelga y no recibieran su paga “El Obrero” surtía los artículos de primera necesidad que requerían sus hogares. Ya le pagarían cuando se resolviera el conflicto.

Los funcionarios de la Compañía Industrial de Parras, dueña del local en que estaba la tienda, buscaron a mi papá para exigirle cancelar el crédito a los textileros: “No puedo –contestó mi padre— han sido mis clientes desde 1917”. Los empresarios insistieron: “Los está haciendo fuertes y así nunca los vamos a arreglar, don Moisés”. Éste argumentó: “Ellos me han hecho fuerte a través de los años... No puedo ni debo negarles el crédito”.

Cuando finalmente se arregló el conflicto los trabajadores liquidaron sus adeudos hasta donde alcanzó la cantidad recibida por salarios caídos. Mi padre no hizo mala sangre y esperó con paciencia. Después de un año pregunté a mi hermano Nacho, su mano derecha, si le habían pagado y me dijo que todos. Me mostró el libro-diario: sólo dos cuentas carecían de anotaciones, pero estaban tachadas –“testadas” decía mi papá— como incobrables: los deudores habían muerto.

Varios años después llegó un nuevo gerente a CIPSA e introdujo la entrega de despensas por la compañía, cuyo valor les deducían de las rayas semanales. No puedo decir si esa medida fue para que en sucesivos conflictos no se repitiera el apoyo que El Obrero había otorgado. Era en la práctica una tienda de raya porfirista, pero los líderes sindicales se hicieron los desentendidos. Ningún inspector de trabajo lo percibió, a la larga y después de una crisis económica general tuvieron que cerrar sus negocios.

Al mismo tiempo el dicho gerente pretendió rescindir el contrato de arrendamiento del local donde funcionaba El Obrero. Mi hermano Moisés, abogado, solicitó ante la justicia del Estado la prórroga del contrato: según el código civil tenía derecho a 16 años de prórroga con sólo un incremento anual del 10 por ciento a condición de que se hubieran hecho importantes mejoras materiales al edificio.

Años después, en Saltillo, estuve cerca de la huelga de los trabajadores de la Sección 23 del Sindicato Nacional de Artes Gráficas contra la empresa periodística del coronel José García Valseca editora del “Heraldo del Norte”. Por más de un año los tipógrafos huelguistas vivieron noche y día en plena calle de Aldama, frente al edificio del periódico, haciendo guardia. Sus familias la pasaban negras, sólo con algunas aportaciones del fondo de huelga de otros sindicatos. Así vivieron todo 1957 y no hubo fuerza sindical, política o religiosa que levantara una voz a favor de los trabajadores. Finalmente, en 1958, un laudo laboral resolvió el conflicto de orden económico presentado por la empresa contra el movimiento de huelga. El tribunal laboral dio un laudo a favor del empresario y los trabajadores recibieron una mínima ayuda económica del Gobierno del general Madero, nada más.

Muchas otras huelgas hubo en Coahuila durante el siglo XX contra empresas grandes, medianas y pequeñas. Las conciliaciones devenían prolongadas, ásperas e inútiles. Las soluciones tardías eran focos de agitación social. La Ley Federal del Trabajo favorecía a la clase obrera, pero la nulificaba el tortuguismo las dependencias laborales. Si un conflicto se alargaba sobrevenían influencias políticas y no precisamente a favor de la clase trabajadora.

Desde que el país está globalizado, prácticamente en el último decenio del siglo pasado, han menguado los conflictos laborales. Los que se presentaron no fueron difíciles de resolver. A partir del Gobierno de Zedillo las autoridades laborales, los empresarios y los sindicatos de trabajadores iniciaron una nueva práctica para resolver las demandas salariales: ningún aumento superior al índice anual de inflación económica. La “lucha de clases” se ha convertido en plena “colaboración de clases” y sólo bajo esta premisa interviene en los conflictos.

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