Hace seis años Fox pretendió iniciar un idilio con Bush. Las frivolidades tiñeron unos meses las relaciones. Oropel puro. Bush heredaba una economía pujante, superhabitaria que le llevó a Clinton ocho años construir. Europa era vista como la gran sombra sobre el imperio estadounidense. China mostraba ya su creciente poderío que hoy todavía parece imparable. Hace seis años Chávez era una amenaza que muchos venezolanos creían poder detener por la propia vía democrática. En lo general América Latina -salvo Cuba- se miraba como un territorio aletargado pero prometedor.
En seis años el mundo dio un giro sorprendente. Europa, atrapada por la consigna de una constitución común, sin un rostro externo unificado y con la locomotora alemana en reparación, es sólo promesa de un nuevo actor que impulse equilibrios internacionales. Oriente Medio sigue siendo un polvorín, con una diferencia sensible: la mediación de Naciones Unidas ya provoca sonrisas. En América Latina, Castro entra en el ocaso, pero Chávez es el relevo de una propuesta radical que hoy hace sentido a millones ante lo trunco, incompleto y fallido de muchas de las reformas liberalizadoras. Hay Chávez para rato me decía un amigo venezolano desolado frente a la reelección del nuevo ?dictador constitucional?. Es claro que las economías venezolana y boliviana se desplomarán cuando caigan el petróleo, el gas y el zinc. Pero ese acontecimiento llegará en un tiempo político demasiado largo. Hoy viven días de fiesta. Algún día despertarán a su realidad de exportadores primarios en un mundo que se encamina al conocimiento. Nicaragua y Ecuador pueden seguir el mismo rumbo.
Formalmente cada país se juega su destino, pero en política real todos sabemos que hay un gran corresponsable de este contrasentido histórico de varios países de la América Latina. Se llama George W. Bush. Víctima, es cierto, del horror del 11 de septiembre Bush trató de hacer de su ofuscamiento una virtud. En 2006 está atrapado en el fango de la guerra en Irak, con el cadáver de Hussein en la memoria de millones, con una economía de un monstruoso déficit y en la necesidad de solicitar 20 mil nuevos efectivos para continuar con la pesadilla. Mientras tanto el presidente iraní, montado en un nacionalismo funcional, reta al mundo con sus desarrollos nucleares y de pasada visita al ?Eje del Bien? latinoamericano. A la par los coreanos siguen conversando y desarrollando imparables su proyecto nuclear. ¿Hacia dónde vamos?
En Washington la sucesión de Bush da inicio con las anunciadas postulaciones demócratas y con la crítica severa al vacío propiciado por la obsesión de Irak. Los demócratas, en la voz de Nancy Pelosi, reclaman al presidente Bush el haber perdido liderazgo en América Latina. El resultado es el avance de la izquierda con un líder visible en Venezuela que ahora pretende gobernar por decreto e ir a la reelección indefinida. Varias dictaduras potenciales están en gestación, incluido Haití. En Washington se extraña el papel de ?Leviatán Liberal? del imperio que acertadamente describiera Niall Ferguson en Colossus. Ese es el difícil escenario en que Felipe Calderón visita Nicaragua y expresa que el futuro de México está en Latinoamérica -¿será?- el mismo escenario en que inicia su primera gira por Europa. Todos los presidentes tienen que hacer concesiones discursivas, pero ojalá y sólo sea eso. Hacia Estados Unidos hay más que guiños discursivos. La extradición de importantes capos es una medida valiente y definitoria.
A Calderón le toca en suerte lidiar con un presidente Bush herido que deja una estela de descuido hacia el sur del continente. La cercanía política y comercial de México es vista hoy en el sur como traición al gran proyecto continental revivido. Pero la mejor defensa del rumbo escogido está en los resultados políticos y económicos. La distancia es enorme y se agranda. Si con Calderón da inicio una nueva etapa de crecimiento alto, con salarios al alza, disminución de la pobreza e incremento en el consumo, no habrá que dar demasiadas explicaciones. Los propios mexicanos expresarán su convencimiento. En seis años Calderón puede entregar un país con menos pobres extremos, menos pobres en general, más clases medias y mayor prosperidad. No sé si más justo, ese asunto lleva más tiempo. Con democracia y prosperidad poco tendremos en común.
Restaurar la relación con los Estados Unidos, quizá un nuevo acuerdo histórico que procure más inversión, empleo y migración abierta y claro la seguridad en ambos lados, son objetivos evidentes. Allí puede haber coincidencias. Hoy para los Estados Unidos el éxito político y económico de México es la mejor defensa frente al neo-estatismo autoritario. Calderón no está solo. Ahí está el caso chileno donde hoy se cosecha lo que se sembró: democracia, orden económico, apertura comercial y una agenda social eficiente. La disminución de la pobreza chilena es ejemplo continental. También está Colombia donde, a pesar de la difícil situación, se ha restaurado al Estado en un curso de modernización institucional. Centroamérica se agrega. Es cierto, la apertura y las privatizaciones en el sur del continente generaron situaciones muy tensas y una gran corrupción. Pero la pregunta central sigue siendo válida: ¿dónde radicó la responsabilidad, en las estrategias o en quienes las implementaron? En todo caso ¿cómo van a financiar el neo-estatismo que proponen? ¿Cuáles son las nuevas fórmulas que impidan resbalar en los horrores del pasado? No puede haber confusión. Para salir de la miseria millones de mexicanos pobres se merecen congruencia.