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CONTEXTO LAGUNERO

JUAN MANUEL GONZALEZ

SOPORIFERAS.

Soporíferas, aburridas, tediosas, se nos hacen interminables y nos parece que el tiempo se detiene sin que a la vista se asome el fin de la tortura de estar escuchando aquello que “no nos llega”, que “no nos prende” porque quien lo esta exponiendo carece incluso de las mas elementales normas para hablar en público. Todo buen expositor sabe que cuando la audiencia empieza a ver el reloj, ello significa una de dos cosas, o las dos: o el orador ya se excedió en el tiempo de exposición o el tema ha dejado de ser interesante para quienes escuchan; incluso algunos asistentes, después de ver en varias ocasiones su reloj de pulso, hasta le dan golpecitos con el dedo a la carátula pues les parece que no avanza en lo absoluto y la conferencia se les hace eterna. Hace varios años, en una exposición sobre industria avícola en Atlanta, asistí, mas por compromiso que por convencimiento, a una conferencia sobre cultura organizacional, mi intención era estar presente unos veinte o treinta minutos y luego retirarme a otras actividades de la misma exposición. El conferencista desde el inicio de su charla cautivò al auditorio. Me quedé ahí hasta el final, dos horas que se me fueron volando. Estaba absorto, impresionado con las dotes oratorias de ese señor, con la destreza que tenía para relatarnos historias con las cuales podíamos fácilmente identificarnos, con su buen sentido del humor el cual le permitió incluso, hacer una excelente broma acerca de un problema físico que él tiene en uno de sus ojos. En aquel momento fui muy consciente de que el éxito y el dominio de la palabra van de la mano.

Por lo general, a los ejecutivos de las empresas, se les dificulta despertar un interés real en los públicos a los que se dirigen, no tienen habilidad para retener su atención y para conseguir que esas exposiciones sean altamente productivas y de grata recordación. Les falta estilo, técnica, fuerza y convicción en sus presentaciones. Además de programar cursos de liderazgo o de resolución de conflictos o negociación o de equipos de alto desempeño, los ejecutivos deben de poseer la habilidad suficiente para ganarse la atención y el respeto de un público, deberían tener un guía profesional, un entrenamiento completo en habilidades oratorias y manejo de grupos para que su eficiencia aumente considerablemente.

Considerar que las habilidades oratorias son exclusivas de un reducido número de personas y que éstas son difíciles de emular y mucho más difíciles de igualar, es un mito. Además de este mito, hay otros cuatro relacionados con la excelencia en la oratoria. Lo cierto es que los expositores de alta calidad, también se pueden hacer. Ninguna persona será capaz de convertirse en un buen expositor o expositora tratando de lucirse con el solo hecho de hablar, es decir, sin práctica, sin autocrítica, sin asesoramiento y sin una concienzuda preparación. Un observador agudo sabrá distinguir rápidamente entre un merolico armado de mera pirotecnia verbal y un argumentador que utiliza buenas técnicas de persuasión, fruto de la práctica constante. Esto último tiene mucho que ver con una armoniosa combinación de conocimientos, energía, conciencia del público, originalidad, buen sentido del humor, gesticulación, lenguaje corporal y seducción. Tratar de improvisar es aun mas difícil y para hacerlo bien se necesita tener mucha experiencia, muchas veces no se improvisa sin pagar un alto precio por ello.

Otro mito consiste en creer que los expositores-estrella tienen una excelente memoria y que todo lo tienen bajo control. No es así, con frecuencia se presentan muchas situaciones inesperadas que el expositor debe sortear con naturalidad y con espontaneidad, ambas, herramientas de gran poder, pero es preciso saber utilizarlas. A los públicos les encanta la espontaneidad, el comentario sorpresivo, aquello que suele llamarse “romper el guión”, pero no se debe abusar de esta situación ni confiarse demasiado. Es un error común en los expositores inexpertos el pretender seguir al pie de la letra el guión, el estar rígidos y con la idea fija de tratar de ser perfectos, todo ello lleva a quien expone al “pánico escénico” el cual hace que el expositor se empiece a atormentar pensando ¡Me están mirando!, ¡Me están criticando!, ¡Estoy haciendo el ridículo! Los oradores expertos saben que la inspiración y la seguridad vienen después de la ardua preparación y que el ingenio, las chispas de buen humor y el comentario certero llegan fácilmente cuando se combinan las técnicas respiratorias, gesticulares y retóricas.

Tampoco es cierto eso de que es mucho más importante aquello que se dice —la sustancia— y no la forma en que se comunica —la envoltura, el toque estilístico—. ¡Nada más alejado de la realidad! El humor, el lenguaje gráfico, la experiencia directa, la anécdota original, la variación del tono y del volumen y la descripción exacta de una situación tienen un efecto potentísimo en el ánimo y en la mente de la audiencia. La información fría, cuadrada, seca y desaliñada no seduce a ningún público. El plantearse cómo se comunicará algo es tan esencial como la esencia misma de lo que se va a comunicar. Muchos relatos, muchos conocimientos se habrían extraviado con el paso de los siglos de no ser porque alguna mente inquieta o traviesa resolvió algún día darles un “toque” especial para que fueran recordados con facilidad.

El cuarto mito le impide a muchos expositores alcanzar el grado de excelencia, consiste en creer que el silencio y las pausas demuestran confusión, pérdida del control y nerviosismo. Si se dice un discurso en forma apresurada o desbocada con la intención de dar la impresión de que se domina el tema o pensando que la rápida sucesión de ideas brillantes provocara admiración y adhesión, estamos equivocados, incluso la mejor comida, si se ingiere contra reloj, puede indigestar a cualquiera. La pausa permite reflexionar en lo que se acaba de decir y en lo que se dirá después. El efecto “mágico” de la pausa contribuye en gran medida a alcanzar el gran propósito de cualquier presentación efectiva: retener y refrescar la frágil atención del público.

Por ultimo, no debemos creer el mito de que la exposición no requiere algunas dosis de actuación sin dejar de ser uno mismo. Debemos aprender ciertos trucos de presentación que, a primera vista, podrán parecernos excesivos o fingidos, pero los líderes y expositores de alto rendimiento han aprendido que la percepción del público es muy diferente. Para el auditorio, estas personas con gesticulación enérgica proyectan algo que necesitamos inculcar con urgencia en los empleados de nuestras compañías: pasión, capacidad de comunicación y alto compromiso.

Comarca lagunera. Octubre, 2007.

Correo electrónico: jgonzalez2001@hotmail.com.

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