La fe es la pluma con la cual vamos escribiendo nuestro propio destino, de ella depende el rumbo que tome nuestra existencia. Una misma situación puede ser vista por dos personas de manera diametralmente opuesta, lo que para una es una maldición, para la otra constituye ocasión de crecimiento personal.
En esta vida la riqueza se mide por los amigos que tenemos, ni el dinero ni el aplauso brindarán las satisfacciones que la serena compañía de un amigo nos obsequia; a su lado aprendemos a ver las cosas de otra manera y nos enriquecemos. Raúl y Ceci son dos de esos amigos incondicionales cuya presencia nos vuelve afortunados a quienes tenemos la suerte de avanzar a su lado; transmiten un testimonio de vida tan claro y contundente, que nos pone a reflexionar a todos los demás, a preguntarnos si acaso tenemos derecho a renegar cuando algo no sale como esperábamos. Durante los últimos seis años mis amigos han debido enfrentar dificultades serias que a cualquiera hubieran abatido, pero cada una ha sido vista por ellos aún en los momentos más duros como una señal, nunca de otra manera. En estos días recibí por correo electrónico un mensaje de Ceci, un escrito que constituye un gran testimonio de amor a Dios, de amor a la vida, de sometimiento absoluto a los designios superiores, como sólo sabe hacer un niño pequeño. Nunca con reclamos, nunca con enojo, en todo momento con la grandeza de espíritu de ver las cosas más difíciles como una plataforma de despegue para el propio crecimiento. Sin autorización de mi amiga, ni acaso haberle comunicado mi intención, me permito transcribir una parte del texto que recibí, son palabras que sanan a cualquiera que tiene un dolor, a cualquiera que siente que las cosas se le vienen encima, a cualquiera que comienza a flaquear cuando las dificultades parecen rebasar la voluntad:
“...Estoy haciendo un receso antes de regresar a trabajar... no pude llevar a cabo mis planes de salir fuera pero descansé e hice casi todos mis pendientes. En verdad no me canso de agradecer a Dios todas las bendiciones derramadas sobre nuestra familia.
Aunque empezamos el siglo con muchísimos inconvenientes y pruebas difíciles, siempre me preguntaba qué quería Dios de mí, por qué pasaban los días, meses y años y se ponía más difícil.
¿Qué quería Dios de mí?... Quería que aprendiera; que volara por mí misma; que fuera autosuficiente; que confiara en mis amigos y amigas, en mi familia, en mis hijos, en Raúl, pero sobre todo en Él. Todo lo que me puso creo que ha sido para bien, bueno no creo, estoy segura, pero necesitaba tiempo para verlo y disfrutarlo.
...No tendremos dinero, ni carro nuevo, ni vacaciones en una playa, o al extranjero, ni las relaciones políticas que te facilitan la vida, pero tenemos justo lo que necesitamos, no más...
Entonces, ¿qué más puedo pedir?... A Dios que conserve, cuide y proteja a toda mi familia y amigos que siempre nos apoyan y están siempre pendientes de nosotros, presencialmente y con sus oraciones. Gracias, porque sin ustedes, nuestra vida no sería la misma. No la cambio...”.
Palabras como éstas nos obligan a hacer un alto en el camino, a mirarnos implacables frente al espejo y evaluar cada una de nuestras actitudes en la vida. ¡Cuántas veces estamos esperando que todo lo demás se acomode a las propias expectativas, a las condiciones personales del momento! Cuando el dolor nos agobia nos preguntamos: “¿Por qué a mí?”. Cuando la pregunta debería de ser: “¿Para qué…?” con una absoluta confianza en el Creador.
Cierto, el dolor de primera intención despierta la vena oscura de nuestra persona, nos lleva a rebelarnos... Sin embargo, como hace el fuego con el metal en manos del artesano experto, el dolor poco a poco va depurando las impurezas, va modelando las formas, va perfeccionando el aspecto final de la obra. Es el sorbo amargo de la medicina para sanar; es precisamente aquella dosis que necesitábamos en el momento justo, ni más ni menos.
¡Cuántas veces la vida es como un juego de palabras! “Por” y “para” comparten sus consonantes, pero al aplicarlas en este caso asumen direcciones diametralmente opuestas. El testimonio de Raúl y Ceci es una lección que he incorporado a mi mochila de viaje para repasar de vez en vez a lo largo del camino, en especial en aquellos momentos cuando, ingrata, me atrevo a alzar la voz para preguntar: “¿Por qué a mí?”...
maqueo33@yahoo.com.mx