La zona de la ciudad en donde habito está asentada en lo que anteriormente fueron grandes nogaleras, mismas que a la vuelta del tiempo desaparecieron para dar paso al desarrollo urbano; los árboles fueron talados en su mayoría, y los que quedaron en pie se han integrado a los jardines de algunas viviendas. En mi caso particular estoy rodeada de varios nogales que, aunque no propios, sí me obsequian una sombra generosa y algo más: la ocasión de observar la vida cada mañana.
Darnos un tiempo para contemplar el entorno biológico que nos rodea, nos permite entender mejor qué estamos haciendo sobre el planeta, o al menos, qué se espera de nuestro paso por el mismo. El hombre en sus afanes ha llegado a sentir que su razón está por encima de los sabios principios de la naturaleza, ahora estamos comenzando a ver los resultados de tal falacia: El calentamiento global nos amenaza desde los polos hasta los trópicos, la Tierra comienza a cobrar la factura, y más vale que lo creamos.
Durante las mañanas, cuando voy saliendo rumbo al trabajo, no es infrecuente que me encuentre uno o dos cascarones de huevo sobre las baldosas del patio; los nogales que me rodean son hogar de muchas aves: palomas; tortolitas; gorriones; un par de hermosos pájaros cabezones de antifaz cuyo nombre desconozco, y una lechuza blanca que dormita en una rama luego de lo que habrá sido algún banquete nocturno. Los cascarones corresponden fundamentalmente a huevos de paloma.
Atendiendo precisamente al calentamiento global, esta zona horaria tradicionalmente semidesértica, ha recibido grandes cantidades de lluvia en los últimos meses; por lo general llegan a manera de imponentes tormentas eléctricas. En días pasados el cielo bramaba, en mi imaginación escuchaba el dolor de una bestia herida, en tanto fulgores intermitentes iluminaban la oscuridad de la noche a través de las ventanas; mis hijos y yo nos recogimos temprano, vigilábamos atentos que el agua no afectara nuestra vivienda. Inventábamos maneras para entretenernos, en tanto allá afuera la tormenta se descargaba implacable, haciendo temer que nunca fuera a terminar.
A la mañana siguiente, como ya es costumbre, pude observar los cascarones aquí y allá... en ese momento mi asombro fue mayor: A la hora de la tormenta yo me hallaba dentro de un edificio habitacional temiendo los daños que pudiera inflingir el meteoro en mis hijos, en mí, en nuestras posesiones, entonces, ¿cómo es que en las ramas de los nogales la vida sigue su curso en medio de la tormenta? ¿Cómo es que el agua no llega y arrasa con los nidos y tira al suelo a las pequeñas aves?...
Para todo hay un tiempo, para todo hay un lugar... Solemos dudar del orden natural de las cosas, peor aún, lo desafiamos... En ese momento, la lección de la naturaleza era muy clara, yo debía entender que aquellos polluelos aún en medio de la tormenta han adquirido la suficiente fuerza como para romper el cascarón y extender sus pequeñas alitas, y entonces comenzar a sacudirme mis aprehensiones de madre. Reflexionando un poco, no he encontrado polluelos muertos en el suelo, lo que he encontrado son cascarones, solamente cascarones, evidencia de que los tiempos se cumplen puntualmente para cada criatura. La naturaleza me instruyó acerca de empezar a confiar más en las capacidades de mis hijos, en hacer primero un balance de lo avanzado hasta ahora, y entender que lo que ellos son hoy es producto de los empeños de ayer, y que el mañana es su tiempo, el tiempo que ya les toca hacer suyo desde hoy.
Ser padres nunca ha sido tarea fácil, y los padres de hoy diríamos que la tarea se multiplica exponencialmente en esta época, cuando hay allá afuera tantos elementos potencialmente nocivos, o hasta letales para nuestros muchachos. Sin embargo es como aprender a manejar, si nuestro maestro tiene experiencia al volante, la lección será más fácil; él nos prevendrá acerca de las dificultades del camino; nos dotará de las destrezas necesarias para sortearlas. Si hasta ahora como padres nos hemos aplicado con dedicación y sentido común en la crianza de los hijos, es momento de comenzar a acallar nuestros temores para dejarlos probar sus alas, y en vez de apanicarnos, comenzar a aplaudir su progreso. Aún en medio de la tormenta de la vida, como los polluelitos de mis nogales, los hijos van rompiendo el cascarón y extienden sus alas para comenzar el vuelo. Ahora es su tiempo, éste es su lugar, ¡no les neguemos lo que es suyo por derecho propio!
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