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Contraluz / MEMORIAS Y MOTIVOS

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

Reviso fotografías familiares de tiempo atrás: Impresas en papel brillante sobre un formato cuadrado, eran el feliz resultado de las primeras cámaras instantáneas en las que se insertaban los rollos en cartucho y los cubos de flash, en sustitución de aquellas películas que se instalaban manualmente. Hoy, a lustros de distancia, volver a aquellas fotografías es motivo de evocación; se hacen presentes personajes y momentos, y de alguna manera se despierta dentro una sensación de bienestar particular, la del niño cuyos problemas no van más allá del papalote roto, o de la pelota extraviada...

...Esa sensación es la que se pierde de manera muy temprana hoy en día; en cuanto el pequeño aprende a caminar comienza su proceso de emancipación, los elementos del medio ambiente lo rodean y llegan a absorberlo, y la ruptura física del vínculo familiar es temprana, o hasta pudiera decirse que violenta. Pronto los brazos de mamá son sustituidos por el juego electrónico o las series televisivas; aquel apego del niño preescolar de antaño a la figura materna es suplido por una autonomía inédita cuyos alcances aún no podemos medir a satisfacción en estos momentos. Sin embargo hay varios elementos que nos sugieren de qué tamaño puede llegar a ser el problema.

La vía pública es un gran escaparate, un laboratorio a donde estudiar la conducta del hombre; a éste difícilmente podríamos seguirlo hasta su hogar para conocer de primera mano cómo se desarrolla su personalidad. Hay cuestiones que concluimos de manera indirecta, particularmente quienes tenemos que ver con niños: maestros, cuidadores, personal de salud. El niño es un reflejo muy transparente de lo que ocurre dentro de las cuatro paredes del hogar, sin embargo habrá que tener cierta preparación especializada para identificarlo. Por su parte la vía pública es un espacio abierto en el cual las cosas suceden, y todos nosotros que en ella andamos somos a la vez protagonistas y testigos; victimarios o víctimas. La conducta de unos y otros, quienes por ella transitamos puede ser observada, medida, analizada e interpretada, y es a través de estos modos de comportamiento como vamos penetrando dentro de las emociones del ser humano, potente motor que mueve al mundo.

Conducir un vehículo representa una ocasión única para ejercitar nuestra civilidad, ocasión que por lo general desperdiciamos; tras el volante nos sentimos dueños del suelo que tocan nuestros neumáticos, y por lo visto, también de quienes por él caminan, y no son pocas las veces que arremetemos de manera inclemente contra los transeúntes que tienen la mala fortuna de cruzar frente a nosotros. Rebasamos por la derecha; no respetamos los altos, y mucho menos los cajones para discapacitados. He visto con agrado que los regiomontanos acaban de elevar sustantivamente las sanciones para quien no respete estos espacios, punición que el resto de los estados debiera imitar. Todos alguna vez habremos de vivir la desesperación de no encontrar libre un cajón para discapacitados cuando se requiere; ese día vamos a entender finalmente y con frustración, por qué no debemos de ocuparlos si no los necesitamos.

Hace un par de mañanas llevaba a mi hija a la escuela; de la nada surgió una gran camioneta de reciente modelo tras de mí, me echaba las luces y se aproximaba peligrosamente a mi carrito, además de que hacía rugir el motor urgiéndome para que me quitara de su camino. Resulta que yo no podía darle gusto pues me hallaba en el carril de la extrema derecha, para dar vuelta también a la derecha; el desesperado conductor llevaba la misma ruta, y finalmente arribó al mismo destino; entonces pude observar la figura de quien me asediaba, un muchachito: ¿Qué esperaba que yo hiciera en respuesta a sus afanes? ¿Era un “quítate que me estorbas”? ¿Era un enfado, más que contra mí, contra sí mismo? ¿Era un renegar frente a la vida?... Aunque quizás él no percibió su propio enojo, era enojo al fin, con la cohorte de secuelas físicas y de relación que ello puede acarrear.

Y así lo vemos en cada esquina, en bulevares y avenidas: Priva el no-respeto; la ley del más fuerte; el abuso por encima del trato civilizado. El grado de violencia vial es elevado, y no viene a ser más que un reflejo de lo que llevamos dentro, de las emociones que nos mueven por la vida. Lo vemos y lo sufrimos a diario: Los monstruos del acero no surgen de la ficción, son nuestros niños que dejan el regazo materno de un modo violento, como lanzados a las calles...

maqueo33@yahoo.com.mx

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