Sea la Navidad la época del año cuando ponemos en orden nuestras cuentas con la vida.
Los años pasados hasta ahora han sido el préstamo más valioso para cada uno de nosotros; contamos con la facultad de sentir cómo corre la sangre por las venas para llevar energía a cada uno de nuestros órganos.
Mediante este estar vivos tenemos el privilegio de entrar en contacto con otros. La fortuna de pensar y de poder comunicarnos son regalos que hemos recibido, por los cuales somos particularmente afortunados.
En medio de esa pléyade de herramientas para desenvolvernos en el mundo, hay una llama encendida en nuestro pecho que nos conecta con la verdad absoluta de todos los tiempos, esa llama es el amor.
Se nos entregó directamente de nuestros padres para cuidarla y nutrirla; para resguardarla y hacerla crecer. Algún día nos corresponderá pasarla más delante viva y en expansión.
Todo lo demás deja de tener sentido si esa llama se extingue. La palabra del hombre sin el amor resulta soberbia, cae en el vituperio y la palabrería.
La infancia del hombre sin el cobijo del amor forjará corazones duros como el hierro que tratarán de someter al mundo con violencia.
Las manos del hombre sin la llama del amor arrebatan inmisericordes; son capaces de alzarse para golpear; toman lo que no es propio sin miramiento.
Los pensamientos del hombre sin la llama del amor cavilarán a modo de beneficiarse a costa de los demás. Atropellarán niños y viejos; arrancarán las escasas posesiones de las viudas, y se valdrán de quienes les rodean en la medida en que les sean útiles.
El mundo del hombre sin la llama del amor comenzará a parecerse a un infierno; reinará la muerte y un frío intenso se colará hasta los huesos.
Sin la llama del amor la vida pierde sentido. Da lo mismo si vivo o si muero; si preservo o si aniquilo. Deja de tener sentido cualquier esfuerzo, comienza a jugarse una ruleta rusa maligna a cada momento.
Habiendo perdido el sentido de trascendencia todo lo que me rodea se convierte en un montón de objetos contra los cuales descargar mi furia, porque dentro del pecho la falta de amor desencadena un borbotón de sentimientos contra mí mismo y contra el mundo.
No existiendo la llama del amor en el centro de mi vida soy más fiero que cualquier bestia del campo. Aquélla ataca por instinto; yo lo hago partiendo de las maquinaciones de mi encono personal; la bestia mata para comer, yo para sentir que el mundo está en mis manos, aunque sea por un segundo.
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Navidad: Época de hacer cuentas con la vida, de medir lo avanzado contra lo que resta por andar; lo realizado contra lo que se quedó en mero proyecto.
Partir de lo que soy hacia el puerto de lo que quiero alcanzar, utilizando cada una de mis limitaciones como plataforma para impulsarme y crecer.
Bellas son las decoraciones de la temporada; pero no nos quedemos en las decoraciones, vayamos más allá a entender el gozo interior que ellas representan.
Con regocijo se dan y reciben regalos; pero no nos quedemos en el regalo. Vayamos más allá a entender que es un símbolo material de los afectos del corazón.
Lindo es festejar en esta temporada; lo esencial es no olvidar que en el fondo estamos celebrando al que nace para que nosotros vivamos.
Los aparadores hermosean el paisaje urbano y la gente se precipita a las tiendas, a comprar para regalarse y regalar.
Son tantas las veces cuando el sentido real de la celebración se apaga entre el barullo de las fiestas del hombre, y pasa la fecha sin haber aprendido a ser mejores personas a partir de esa oportunidad única.
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Vivamos esta Navidad de un modo distinto, volviendo la vista a nuestros corazones para hacer el rescate del amor. Apartemos los oropeles de la temporada para llegar a lo esencial.
Demos en un abrazo nuestro mejor regalo: El afecto. Entonemos nuestra mejor canción: Un “te quiero”. Adornemos la casa con las más bellas decoraciones: Los gestos de armonía y generosidad.
Por un segundo seamos como niños, reunidos en torno al Nacimiento para elevar una oración. Una plegaria de agradecimiento por la vida, por las oportunidades que se nos han regalado este año. Por la familia, por los amigos. Por los proyectos cristalizados; por los planes que no resultaron pero de todas formas nos dejaron enseñanzas.
Y sobre todo, establezcamos un compromiso para el tiempo que tenemos por delante, corto o largo, para hacer de él ocasión de crecimiento para la llama del amor.
maqueo33@yahoo.com.mx