Se llega la Nochebuena, todo es fiesta. Los más afortunados nos reunimos en torno a la mesa familiar para compartir el pan y la sal con nuestros seres queridos; el júbilo desborda nuestros corazones, es ocasión para intercambiar buenos deseos y para expresarnos los afectos.
Por un momento hoy, en el seno de nuestra celebración familiar, hagamos un espacio para reflexionar cuán afortunados somos de llegar a este momento con vida cuando tantos peregrinos que caminaban a nuestro lado se han quedado en el camino; demos gracias a Dios por nuestra salud y por nuestros achaques, una y otros nos permiten recordar que la existencia es un milagro que se renueva cada mañana y por el cual nos corresponde estar agradecidos al cielo.
Antes de sentarnos a compartir los alimentos con nuestros seres queridos elevemos una oración por aquéllos para quienes la noche de hoy nada tiene de distinto del resto. Aquéllos que se encuentran en medio de la guerra; las familias de las zonas marginadas quienes difícilmente conocen una sensación más allá del hambre. Por los niños de la calle que se conformarán con acurrucarse unos junto a los otros para pasar la noche sin tanto frío.
Elevemos una oración por ellos, y que a partir de mañana nuestras manos se comprometan a edificar una justicia social de fondo con igualdad de oportunidades para todos, una justicia social que se aleje del discurso vano para actuar de manera callada en favor de un mejor país, haciendo cada cual lo que le corresponde hacer, de una manera transparente, eficaz y humana.
Hoy, cuando nos sentemos a convivir en un ambiente festivo, hagamos el compromiso con nosotros mismos para prolongar esta armonía a lo largo de todo el año, que sea la actitud que campee en nuestro diario trato con quienes nos ha tocado en suerte convivir. Es tan común que descuidemos a aquellos seres que nos acompañan en el diario andar dándolos por seguros... y son tantas las veces cuando las relaciones van sofocándose y mueren por este descuido cotidiano, por este supuesto de que la otra persona tiene la obligación de estar allí siempre, a pesar de nuestras actitudes en ocasiones poco gratas... Por eso hoy cuando brindemos nuestros mejores deseos, establezcamos un compromiso personal con nosotros mismos por trabajar a lo largo del año para que esos mejores deseos sean una realidad en el día a día, una realidad que forjemos con nuestros detalles, con una palabra, con una pequeña renuncia a favor del otro. Seamos arquitectos de un clima de concordia y crecimiento personal.
Por un momento hoy, cuando brindemos por el año que está por iniciar, hagámonos el propósito de alcanzar aquella meta que se nos quedó pendiente durante los pasados doce meses. Ese aprendizaje que no adquirimos; ese proyecto que no pasó de ser meros planes; esa etapa que no logramos superar. Sea este tiempo la coyuntura precisa para modelar nuestra vida en lo futuro, recordando que el tiempo es el único elemento que no hemos logrado aprehender, y que finalmente nos cobra la factura.
Por un momento hoy, cuando escuchemos los villancicos en el ambiente, evoquemos el verdadero sentido de la Navidad, y pongamos lo esencial por delante del regalo y de la felicitación. Que cada palabra emane del corazón para ir a tocar el corazón del otro; que cada regalo lleve implícito el afecto con su cohorte de aceptación, de tolerancia y de generosidad; recordando que el mejor regalo no es precisamente por el que se ha pagado más en la tienda.
Que la desnudez de ese niño que hoy nace nos invite a aspirar a las cosas simples sin tanto adorno o complicación; que nos regrese a la sencillez de los pequeños que saben llenar su noche con esa capacidad de asombro tan particular. Recordemos que lo que finalmente nos llevamos al partir no es el capital financiero sino los intereses que generan los gestos amables, los ratos de convivencia, los esfuerzos por hacer de esta vida un mejor espacio para todos.
Por un momento hoy, antes de que la fiesta llegue a su fin, evoquemos un puñado de momentos bellos a lo largo de nuestra existencia para entender que el mejor regalo que puede darse es aquel intangible pero de una fuerza tal, que ha cambiado vidas y destinos. Y después de ello fundámonos en un abrazo tonificante, transmisor de energía, que genere el entusiasmo necesario para seguir por el camino con renovados ánimos y el paso bien dispuesto a emprender la subida.
¡Felices fiestas!
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