En la tradición cristiana de la celebración de la Navidad hoy inician oficialmente las posadas, fiestas muy mexicanas que conmemoran el peregrinar de María y José en busca de alojamiento en la ciudad de Belén. El inicio de las posadas evoca en mi caso particular episodios muy felices de mi infancia; la emoción anticipada de si me tocaría formar parte de “los de adentro” o “los de afuera” para dar y pedir posada entre cánticos y rezos. Los de afuera llevando en hombros las figuras de José y María, acompañados por niños y adultos, cada uno con su velita de colores pastel encendida, entonando aquello de “Eeen nombre del cieeelo, ooos pido posaaaaada...”. Los de adentro contestarían de una y otra manera que no, que siguieran su camino, hasta que en la parada final el hospedero los reconoce y les permite entrar, momento a partir del cual todo es júbilo, se rompe la piñata que en mis tiempos era de tepalcate, cargada de fruta y colación. Para concluir con tamales, buñuelos y ponche de frutas.
Tal vez las posadas navideñas sean de las tradiciones que más profundamente se han desvirtuado, pero dudo que los jóvenes entiendan ésta mi nostalgia, puesto que les ha tocado vivir en otros tiempos. Sin embargo hay un aspecto de estas celebraciones paganizadas que no debe de ser pasado por alto, sobre todo en lo que concierne a la juventud.
En el curso de la semana observé cómo una cadena de tiendas de conveniencia ha colocado en su interior sendas pilas de “seis” de cerveza de una altura impresionante, fácilmente hay más de seis mil latas de cerveza en cada una de las dos pilas en el interior de la tienda. Ahora bien, me pregunto: ¿Se les saturarían las bodegas? ¿Han hecho un pedido extraordinario del producto? ¿O será una estrategia de mercadotecnia sobre el cliente potencial?
Alguna compañía de bebidas alcohólicas ha ahijado el refrán popular de “nada con exceso, todo con medida”, en uno de esos mensajes dobles que lanzan a los medios de comunicación, pero está visto que las fiestas de fin de año se encaminan exactamente en el sentido opuesto, hacia los excesos de diversa índole: Exceso en el gastar, exceso en el comer, exceso en el beber. Con un poco de dinero extra en el bolsillo nos queremos comer el mundo en dos bocados, y en ocasiones las consecuencias son funestas.
Como médico no acabaría de relatar la variedad de accidentes automovilísticos que me ha tocado atestiguar, en donde la pieza central es el alcohol. Dos efectos deletéreos que el consumo excesivo del producto provoca en el individuo son alteración del juicio crítico, y pérdida de la relación tiempo-distancia. Tenemos la fórmula exacta para un percance, a un conductor que se empeña en afirmar que se encuentra en buenas condiciones para conducir; toma el volante, pierde la relación entre la lejanía o cercanía de otros elementos sobre las vías de circulación, y sobreviene el accidente. Cada cual es muy dueño de sus decisiones, y si opta por hacerse papilla contra un poste es muy su elección, claro que al hacerlo va a afectar de una y mil maneras la vida de sus seres queridos, lo que no deja de ser una elección profundamente egoísta. Pero más grave aún es conducir en estado de ebriedad poniendo en riesgo la vida de otros, ya sea de sus propios acompañantes, ya de terceras personas que tuvieron la mala fortuna de coincidir en tiempo y espacio con ellos.
El alcoholismo es en verdad un grave mal que aqueja a nuestra sociedad, un estado tóxico que trastorna el funcionamiento del individuo como tal, de la familia, y del núcleo social. Es muy cómodo decir que tomo porque quiero y que en el momento cuando lo decida dejo de hacerlo, sin embargo las estadísticas apuntan en otro sentido; adoptar actitudes potencialmente homicidas al ingerir en forma desmedida, no sugiere una actitud de mucha sanidad mental. Claro, el alcohol es un elemento tóxico aceptado dentro de la sociedad, no así la marihuana o la cocaína, pero finalmente sus efectos sobre las capacidades de un individuo, y los riesgos potenciales para la ciudadanía en general, vienen a ser punibles cual más.
Solemos acompañar los brindis con un “Salud”. Vamos dando a nuestros seres queridos el mejor de los regalos, unas fiestas familiares serenas en las cuales campee la celebración sin tragedia; la alegría sin desmanes; que en familia recibamos al que viene, celebrando de manera sana, sin convertirnos en parte de la estadística. Para poder decir a nuestros seres queridos “Salud” y cumplirlo.
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