En la noche gélida el viento ululaba como alma en pena; lo único que se antojaba razonable era encerrarse entre las cuatro paredes del hogar y tratar de calentarse. Desde las grandes residencias de Las Fuentes, hasta las casuchas de cartón y lámina, que siguen el trayecto de las vías del tren, aquella noche nadie parecería pensar en cosa distinta. Se encendían climas centrales; calentadores de ladrillos o de cerámica, o simples fogones que de cuando en cuando han cobrado su cuota de muerte al despuntar la mañana...
A una misma vez la ciudad con sus altas luminarias, y los campos con sus mezquites y cenizos, se iban cubriendo de blanco... Poco acostumbrados a estas visiones, no dejábamos de asombrarnos; en lo personal me hizo recordar la primera vez que conocí la nieve, con mis siete años viviendo en las faldas de la sierra, en Nuevo Casas Grandes, Chihuahua...
El frío obligaba a inventar un motivo para estar cerca del fuego; preparar un chocolate era buena excusa; entonces imaginaba cuántas hornillas en la ciudad estarían encendidas a la par de ésta, y en un juego mental imaginaba qué habría en las ollas de cada una: Ponche con el tradicional ?piquete?; un humeante champurrado; frijoles recién cocidos, o un té de canela endulzado con miel... Del otro lado de la ventana ahora sudada por el vapor se desplegaba un silencio absoluto, ninguna rodada de vehículo ni voz alguna se escuchaban; hasta el suave golpeteo de las grajeas de aguanieve había cesado...
¡Cómo imaginar, entonces, que allá, a un lado de la calle Ocampo, con rumbo a la ribera del Bravo, avanzaran con ágiles zancadas cinco figuras, rompiendo el encanto estático del invierno! Una madre en sus cuarentas, en compañía de sus tres hijos adolescentes estaban a punto de emprender una odisea que podría costarles la vida: Una vez que el pollero los tuvo a todos reunidos a la orilla del río, les dio unas cuantas recomendaciones acerca de la trayectoria que seguirían para alcanzar el lado americano. Los chiquillos tiritaban de frío, pero sabían que era ahora o nunca cuando tenían que alcanzar el sueño que ya había conquistado su padre un tiempo atrás. Sin pensarlo más, se lanzaron a las gélidas aguas, con la ropa puesta, tal vez imaginando que las prendas lograrían amainar en algo las temperaturas congelantes. Comenzaron a avanzar rompiendo con su andar la densa oscuridad de la noche; cada paso resultaba más difícil que el anterior. En ratos las piernas se negaban a obedecer y sentían la quijada intrincada; se interrumpía la respiración en tanto el nivel de agua iba subiendo, y más adelante todos y cada uno tuvieron la sensación de que el corazón detendría sus latidos. El pollero avanzaba sin darse tregua, pero el resto del contingente se detuvo justo a mitad del recorrido; ni la madre ni el más pequeño con sus doce años podían seguir; ella se daba ánimos enfocando su mirada hacia las luces del edificio de Migración, que parecían ahora fantasmas titilantes. Ya no falta tanto, decía para sus adentros tratando de recobrar los ánimos, pero poco a poco aquel resplandor se fue desvaneciendo, y sintió que la corriente comenzaba a engullirla silenciosamente... De alguna manera reaccionó al ver a sus hijos, y supo que si no salían pronto del agua, no lograrían mantenerse con vida. Ya en ese momento la Patrulla Fronteriza los sacaba del río y los llevaba al lado americano, para enfilarlos de inmediato de regreso por la estructura de concreto. Ahora, hecha añicos la ilusión que los había traído desde Zacatecas, el frío que cruzaba de lado a lado el Puente Internacional Número Uno comenzó a volverse insoportable; las ropas empapadas parecían adherirse a la piel y congelarla.
Mientras que en las casas de Piedras Negras, desde las residencias de Las Fuentes, hasta las casuchas de lámina y cartón que siguen el trayecto de las vías del tren, todos ?grandes y pequeños- nos proponíamos establecer un pacto con el frío de la noche para conciliar el sueño, allá, a uno de los refugios temporales llegaban la madre y sus tres hijos con los sueños rotos. Entre las marañas de cabello mojado las pupilas de unos y otros se reencontraban después de mucho rato de no hacerlo... Por un instante en medio de ellos danzó la visión inalcanzable del esposo y padre...
?Así nos cueste la vida, volveremos a intentarlo?. Repetía para sí la madre una y otra vez, mientras sentía cómo le volvía la vida al cuerpo.
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