Nuestro mundo del nuevo milenio, el de las grandes oportunidades, el de los grandes contrastes: A través de los medios de información la mente se encuentra ante un panorama particularmente rico, ahora es capaz de llegar en un clic a cualquier rincón del mundo, o bien a conocimientos que a los antiguos eruditos llevaría toda una vida descubrir. En diez minutos hace suyos los documentos que los monjes del Medioevo transcribirían a lo largo de jornadas de sol a sol durante años; los conocimientos se ofrecen de manera inmediata; la posibilidad de enriquecimiento del ser humano se antoja sin límites. Lo particular del asunto es que muchas veces este mismo ser humano se posa frente a ellos sin saber qué hacer, como el niño ante un escaparate en la noche previa a la Navidad. El pequeño quiere llevarse a casa todo lo que ve pero no puede hacerlo; el hombre actual cruza a alta velocidad un cúmulo de información impresionante, aunque a veces parece que le mueve más la urgencia de abarcar cogniciones que la intención de asimilarlas; o bien se le ve avanzar precipitadamente sin un propósito específico, sin sentido crítico, sin conseguir al final de la travesía una ganancia para su espíritu. Hasta me atrevería a adelantar que si a un cibernauta, a la siguiente mañana de navegar en la red alguien le pidiera hacer enunciar lo aprendido no lo haría con exactitud; el aprendizaje virtual tiene mucho de efímero.
Ocasionalmente frecuento en la red una comunidad de médicos pediatras latinoamericanos, fundado por un sonorense decano de la pediatría, el Dr. Vladimiro Alcaraz. Dentro de la temática que maneja el grupo está lo relativo a novedades en la práctica de la especialidad; presentación de casos clínicos; aspectos de orden jurídico legal; chispazos culturales, o simplemente saludos, comentarios y buen humor. Reina la camaradería entre los que más tiempo tienen frecuentando este foro, mientras que el resto asistimos como simples espectadores para enterarnos de las novedades, y quizá hacer alguna acotación ocasional. En días pasados externaba alguno de los colegas su malestar ante este tipo de comunicaciones virtuales que él percibe impersonales; hacía ver que por un medio electrónico se pierde la posibilidad del trato directo con los compañeros, del contacto humano y los beneficios internos que ello brinda.
Su observación me llevó a pensar en la forma como la realidad virtual puede ser puente o parapeto; medio para expresar lo que una persona es, o modo de reinventarse en el contexto de un mundo alterno. A través de la red la persona tiene la posibilidad de reflexionar dos veces antes de decir algo; puede escribir, borrar y rescribir. Es capaz de exponer como propios grandes discursos de conocimiento que posiblemente acaba de bajar de la red; puede citar una lista de cien autores de tal o cual materia y dejar a todos boquiabiertos... Pero dentro de ello falta ese calorcito humano que dan las relaciones interpersonales; esa ocasión de trastabillar al hablar, de mostrarse humanos al meter la patota, de decir “lo siento”. Hace falta sentir la vibración directa de la persona, percibir su mirada cuando platica; abarcar de modo cabal el sentido de sus palabras a través de la expresión corporal. La profundidad electrónica no podrá nunca sustituir el más leve roce de piel a piel.
En lo personal cuando adolescente fui una gran aficionada a escribir y recibir cartas; recuerdo el pálpito en el pecho cuando sonaba el silbato del cartero y yo salía como bólido a recibir aquellas piezas de correo entre las cuales habría varias para mí. Ciertamente eran expresiones escritas entre dos personas, pero de alguna manera venían impregnadas del sello particular de quien las enviaba. Hoy en día en los mensajes electrónicos la prontitud ha sustituido la calidez; la amplitud de destinatarios ha entrado a reemplazar la intención muy personal de decir algo a alguien.
Llegué a la conclusión más que personal que hoy deseo compartir, de que si perdemos ese acercamiento personal entre unos y otros, nos vendremos perdiendo como personas. Más allá de las comunidades y comunicaciones virtuales, por salud mental necesitamos ese convivir en términos humanos, fuera de protocolo; necesitamos ese tontear y reírse entre personas que comparten una condición humana imperfecta; que se aceptan como son, con sus defectos, torpezas y limitaciones. Pero que dentro de ese contexto humano saben compartir sus grandezas, conocimientos y cualidades y trascender en la convivencia diaria. La red es el Laberinto de Creta; nuestra calidez personal es el hilo salvador de Teseo, para que no se pierda la calidad humana en este mundo de alta velocidad.
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