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Contraluz / UN MUNDO ¿FELIZ?

Ma. del Carmen Maqueo Garza

Estoy segura de que todos permanecemos en contacto con nuestro niño interior, y en la vida hallamos un aspecto lúdico a las cosas, desde las simples hasta las más solemnes. Los contrarios siempre van aparejados como la luz y la sombra, de manera que las situaciones severas tienen un aspecto divertido, y del mismo modo, las graciosas llevan implícito un aspecto serio que las acompaña. En lo particular disfruto utilizando la fantasía para crear situaciones ficticias, como hacen los niños cuando se dejan caer por una resbaladilla, sin otra cosa en mente que el momento presente. Por ejemplo, cuando iniciaron los teléfonos celulares, siempre me imaginaba qué cara habría hecho un hombre de la primera mitad del siglo veinte, si se topara en cualquier esquina con un sujeto que habla con un ladrillo negro mientras manotea. Ahora bien, los últimos artefactos que caben perfectamente en el puño cerrado, y se colocan alrededor del pabellón auricular, hacen que quien los utiliza parezca un orate hablando solo, lo que resulta aún más divertido. Sin embargo más allá de lo gracioso del caso, el uso que se hace actualmente de la tecnología, conlleva un aspecto antropológico que tiene que ver con el aislamiento de unos para con otros, dentro de una sociedad cada vez más compleja.

El objetivo concreto de la tecnología ha sido el de facilitar al ser humano su desempeño dentro del mundo; en el ramo de las comunicaciones los avances, al menos en teoría, están pensados para acercar a unos y otros; viene a mi memoria un lema muy bello que sacó conocida compañía norteamericana en los años setentas, y que decía: ?Reach out and touch someone. To communicate is the beginning of understanding?, texto que lleva implícito el concepto de acceder a la tecnología para mejorar nuestras relaciones personales. Pero a la vuelta del tiempo, habría que detenernos a evaluar si a mayores recursos tecnológicos estamos teniendo mayor acercamiento, o si vamos en el sentido opuesto, aislándonos unos de otros, y en cierta medida alejándonos del mundo rumbo a un aislamiento emocional que debiéramos tomar más en serio.

Observemos qué sucede en una sala de cine durante el intermedio: Se detiene el avance de la película; aparece al frente la leyenda correspondiente, se encienden las luces, y antes de que otra cosa suceda, comenzamos a ver aquí y allá pantallas de celular encendidas. Si fuimos al cine con amigos, la pareja o la familia, el artefacto ya vino a robar aquel momento de convivencia, vaya aún si no teníamos para qué encender el celular, lo hacemos. Este acto automático se ha convertido en un reflejo condicionado, como el de los perros de Pavlov, que hacemos sin pensar, y así también sin pensarlo cambiamos de sintonía. Nos desconectamos del momento presente para transportarnos emocionalmente a otro punto del orbe, ya sea a contestar un mensaje que nos llegó, ya sea a realizar una llamada en ese momento, o bien escapar del riesgo de involucrarnos con los presentes, metidos en las mil y una funciones del aparato, espulgándolo para hallarle quién-sabe-qué-tanto. En cualquiera de los casos, ya se ha roto aquella ocasión potencial de contacto personal; lo mismo sucede en terminales de camiones, mientras esperamos turno en algún sitio público o cuando llegamos a un restaurante. Venimos a representar aquella célebre ?soledad de dos en compañía?, poniendo una distancia emocional entre la propia persona, y quienes nos rodean.

La pregunta sería entonces, si tomamos los aparatos para nuestro provecho, o si los aparatos nos han atrapado, han secuestrado nuestra capacidad de convivir, y han mermado nuestro compromiso para con el resto del mundo. Si en lugar de acercarnos nos alejan; si en vez de facilitar entorpecen, o si en lugar de favorecer la comunicación abren brechas, queman puentes, y elevan muros.

No queramos hacer de nuestro mundo un Bloomsbury como el que imaginó Huxley en su obra culmen ?Un Mundo Feliz?, en el cual la sistematización y el hedonismo habían suplido las emociones, los sentimientos y el sentido de pertenencia; cuidemos que los recursos de la tecnología estén a nuestro servicio, con la mira puesta en mejorar el enriquecimiento personal a través del diálogo, del intercambio de ideas, y de la convivencia con otros. Que los dispositivos de tecnología de punta sean vehículos para mantenernos en contacto, para reforzar los lazos y expandirnos, y no armas de destrucción que vayan erosionando nuestras sociedades como hace el viento sobre la roca, lenta e inexorablemente.

maqueo33@yahoo.com.mx

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