Nuestro mundo avanza a paso vertiginoso, me pregunto si en el alma de sus hombres hay un rumbo definido; si la vida tiene un sentido profundo, un fin último que vaya más allá de este plano material.
Los grandes pensadores han albergado conceptos que trascienden los límites de tiempo y espacio; sus palabras son manantiales de sabiduría para los hombres de cualquier época y toda geografía. “Yo soy yo y mi circunstancia”, dijo alguna vez José Ortega y Gasset, concepto que tiene plena vigencia en la actualidad; la circunstancia personal de cada cual es algo así como el lente a través del cual se percibe el mundo para luego actuar en consecuencia; la circunstancia se posa frente a cada uno de nosotros como una oportunidad para ser o dejar de ser.
Hace un par de días observé un jovencito llevando una carretilla atestada de confituras; por cierta avenida empinada; por un momento me pregunté qué tanta mercancía vendería en un día; qué proporción de las ganancias le quedaría a él, y durante cuánto tiempo seguiría haciendo lo mismo, llevar una carreta cargada de dulces para obtener algunos pesos. Mi vista se quedó prendida a su silueta como un imán, en tanto pasaban por mi mente una serie de nuevas preguntas; para entonces el tiempo había perdido su sentido, y no sabría decir cuántas cuestiones me asaltaron en una fracción de minuto, mientras el tráfico vehicular me obligó a avanzar, dejando atrás al chico de cansada figura. Antes de verlo desaparecer por el rabillo de mi ojo, apareció como relámpago una palabra que terminó por hacer chuza con el resto de palabras que bailaban frente a mí: “Significado”. Tuve que repetir una y otra vez, significado, significado, significado.
Una pregunta vital es cómo combatir los fenómenos que nos aquejan en la actualidad, cuando un materialismo absurdo nos come las entrañas. En ratos pareciera que el ser humano se rodea de objetos externos para sentir que vale, porque dentro lleva un hueco que mina su sentido de ser. La autoestima sufre reveses continuos frente a un escenario que presentan la televisión, el Internet o las revistas, en el cual nuestros propios defectos nos dejan fuera de lugar si no tenemos el rostro ideal o la figura perfecta. Para muestra baste echar una ojeada al índice de crecimiento de la anorexia y la bulimia entre jovencitas de doce y trece años.
Algo que me fascina es observar gente en lugares públicos, hace poco me aposté en el pasillo de un centro comercial, en una hora de mucho movimiento. Observé familias, parejas, grupos de amigos; personas jóvenes y viejas; gordas y delgadas; arregladas y desarregladas; de rostro agraciado, arrugado, con acné... En ese momento llegué a una conclusión tan simple como graciosa, así es la raza humana, variada, ajena a los clichés comerciales que pretenden establecer determinada apariencia para encajar en una sociedad que se nos quiere presentar como la verdadera. Ninguno de los cien o doscientos que observé tenía una belleza descomunal, ninguna chica hubiera calificado para Miss Universo, pero las relaciones se daban, la gente reía, platicaba, compartía y parecía pasarla bien. Se iba incubando en mí aquel concepto que poco después sería tan claro: “Significado”.
Vivimos sumidos en un mercantilismo enajenante, esto es, no hemos descubierto la necesidad de darle a nuestra vida un significado más allá del plano material; podremos llegar a ser un Midas y poseer todo el oro del mundo, pero aquel hueco hondo y seco seguirá instalado dentro del pecho, horadando nuestros huesos.
Habría que ver entonces cómo es posible que un Dalai Lama pueda reír y gozar la vida, cuando no tiene siquiera una cuenta de ahorro en el banco. O cómo se explica que Teresa de Calcuta haya hablado de amor cada minuto de su vida, cuando compartía la miseria de los más pobres entre los pobres... ¿Es realmente la satisfacción de todas y cada una de las metas materiales, una garantía de felicidad?
Vuelvo al chico de la carretilla para preguntarle qué rumbo lleva, si su vida tiene un significado más allá de sacar adelante las necesidades de subsistencia. Ahora voy con los grandes adinerados y les pregunto si su vida tiene significado más allá de las posesiones materiales. Y finalmente vuelvo a mirar a los personajes del centro comercial, y voy entendiendo en dónde estriba la clave de este asunto. En la palabra “significado”, en tomar entre las manos la circunstancia, modelarla, y hacer con ella una obra bella, que justifique nuestro paso por este mundo.
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