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CONTRALUZ

Ma. del Carmen Maqueo Garza

EL SENTIDO PROFUNDO

Quienes hoy somos adultos hemos tenido la enorme fortuna de vivir un cambio de siglo, un cambio de milenio. Somos una generación afortunada, podríamos ponernos a enumerar los grandes eventos de los cuales hemos sido testigos, y seguramente nos faltaría un buen número de ellos, escondidos en los vericuetos de la memoria.

Esto nos coloca frente a la historia en una posición de gran compromiso, tenemos a la mano un sinfín de recursos que facilitan la vida y el conocimiento, de suerte que, como el sentido bíblico marca, se nos entregaron más talentos y se nos van a pedir mayores cuentas de los mismos.

Se presenta entonces una realidad cierta y dolorosa; muchas veces estas sobradas herramientas del exterior vienen a mermar nuestra vida interna; los medios más que facilitar que seamos mejores personas se convierten en el vehículo para tornarnos egoístas y poco humanitarios. No es difícil enquistarnos a piedra y lodo en nuestro propio, ajenos al propósito de tender puentes, abrir caminos, estrechar lazos...

Si hablamos de la naturaleza, yo me pregunto cuántas veces en un día nos sorprende en un cielo aborregado, el canto de un ave, los juegos traviesos de unos niños. Cuántas sonreímos nada más por sonreír, sin miedo a ser tachados de locos, y nada más porque sentimos que la vida es buena y digna de vivirse dos veces. Me pregunto cuántas veces obsequiamos un gesto amable para quien viene a un lado o enfrente de nosotros, reflexionando como nos gustaría que trataran a los nuestros, para comenzar nosotros la cadena, y tratar de ese modo a aquel desconocido.

El mayor riesgo de la modernidad para el espíritu del hombre es tornarlo mezquino; se pulsa un botón y está la imagen, el sonido, la información; en segundos los ojos recorren el mundo, las galaxias, el pasado y el presente. Las cosas dejan de costar trabajo, y ello nos vuelve amantes de lo cómodo, ahora evitamos lo que cuesta, y una de las cosas que cuesta y mucho, es amar.

Amar en el más amplio sentido de la palabra, estar atento a las necesidades del mundo que me rodea, y dispuesto a responder a ellas. Amar, no de palabra melosa sino de obra concreta. Amar hasta donde duelan las manos y los pies; hacerlo más allá de la piel en feliz sobresalto. Amar con el hoy, con lo que soy, con lo que tengo, dispuesto a ceder algo de mí en favor del otro, especialmente de aquél que no puede corresponderme, a lo mejor ni con una sonrisa ni con una lágrima, porque ambas se han extinguido de su rostro.

Entonces, cuando nos topamos con esta obligación de amar que nos corresponde precisamente a nosotros, es cuando nos miramos al espejo, y luego nos miramos en los espejos de los otros, y nos damos cuenta de que nuestra generación poco se distingue por su espíritu humanitario. El mismo acceso a la información nos ha tornado insensibles ante el dolor de otros, vemos los muertos de acá, los heridos de allá, los desplazados de acullá... Su rictus de dolor ya no nos dice nada, hemos creado una perversa tolerancia; simplemente pulsamos el botón, volteamos la página impresa, y todo aquello se ha ido de nuestra vista; nos arrellanamos en nuestro sillón y seguimos como si nada en nuestra pesada molicie. Ello explica en buena parte el que haya tantos motivos para el abatimiento, la indiferencia, la poca gana de vivir... cuando no encuentro razones que me impulsen a luchar, a trabajar hoy un poco más que ayer, a redoblar esfuerzos. Cuando no encuentro el dulce sabor del reto que me llama a crecer interiormente en cada paso hacia la meta. Cuando siento que no encajo en una sociedad compuesta de pequeños egoísmos que giran teniendo como centro su propio ombligo. Cuando me he privado de la oportunidad de ver más allá de lo inmediato, para rozar de cerca las necesidades de quienes nada piden y mucho necesitan...

El sentido profundo de las cosas, que no por tal se encuentra en los libros de gruesos lomos: Salta a nuestra vista si nos atrevemos a andar con los ojos abiertos para mirar de frente la vida. Nos jala las ropas, nos llama en susurros que punzan el oído... Todo es cuestión de correr el riesgo de salir de nuestro propio cascarón.

¡Qué no nos sorprenda el patrón con los talentos bajo tierra cuidando que no se averíen! ¡Que nos halle sucios sobre la tierra, sudando copiosamente en hacerlos trabajar, con una sonrisa como blanca mazorca, y un canto en el corazón!

maqueo33@yahoo.com.mx

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