Se asume como una verdad universalmente aceptada que no hay felicidad completa; esto es cierto si se entiende la felicidad como un estado de gracia permanente vedada para el ser humano pues desde que nuestros primeros padres fueron expulsados del Paraíso con roja directa, estamos condenados a sufrir y a ganar el pan con el sudor de la frente, dando origen inevitablemente a ese antagónico modo de estar que se llama tristeza.
El término del torneo regular en nuestro futbol reflejó perfectamente esta dualidad sumiéndonos en un alucinante mundo de contrastes, y así, entre la alegría y la desazón, transcurrió el fin de semana.
Al júbilo de los calificados, aunque sea por la dudosa puerta del repechaje, se contrapone la contrariedad de aquellos que estuvieron a punto de entrar en la postemporada y se quedaron chiflando en la loma.
Las bondades del torneo le permitieron a Pumas y Atlante soñar hasta el último momento con la invitación, mientras que equipos animadores de la fiesta grande sumirán en depresión a la afición por su ausencia, y estos son Monterrey y un asiduo asistente en los años recientes como Toluca.
El máximo contraste se vivió, como cada año, en la encarnizada lucha por no descender, y desgraciadamente el sistema de competencia mandó al Querétaro al infierno de la Primera A. No exculpo a los Gallos Blancos de sus errores, de su falta de visión para contratar y de su inoperancia ofensiva que les llevó a sólo marcar 15 goles en la presente campaña y no ganar un solo juego como visitantes, pero es un hecho que el equipo recién ascendido compite en tremenda desventaja con el resto de los cuadros en el máximo circuito.
Gallos Blancos del Querétaro no fue el colero del torneo, ni siquiera el equipo que menos puntos hizo, tomando en cuenta ambos campeonatos, Apertura y Clausura, pero tuvo que batallar contra el inminente cierre de registros que obligan al equipo que sube a comprar como en el tianguis: de volada y artículos de dudosa calidad, además de la dichosa tabla de cocientes.
Por si esto fuera poco, las autoridades federativas le escamotearon tres puntos ganados en la cancha por infringir la regla del menor, aplicando un criterio diferente al mostrado ante Jaguares apenas unos meses antes, y así parecía imposible salvarse.
Gallos tenía que jugar un partido perfecto y no lo hizo llenando de tristeza y amargura a sus seguidores; las escenas de niños y adultos llorando mientras entonaban cánticos en pro de su equipo recién derrotado le ponen a uno la carne de gallina.
El contraste es el nacimiento de un director técnico con toda la barba en la persona de Salvador Reyes.
Del otro lado de la mesa se vivió en la Comarca Lagunera una verdadera euforia por la salvación de sus Guerreros; el festejo parecía más propio de la obtención del título que de una mediocre campaña, pero se justifica porque además se mete en la repesca y puede generar dolores de cabeza al más pintado.
El contraste que de plano no entendí fue ver a un eufórico y sonriente Ricardo Ferreti abrazando a jugadores de Tigres tras la eliminación de su equipo en el “Volcán”. Me parece que “Tuca” Ferreti debería cuidar las formas pues fue una evidente falta de respeto a su afición y a la institución que representa. Lo invito a prepararse, pues viene la liguilla y se agudizarán estos contrastes.