Cuando se habla de la televisión de los ochentas y noventas es prácticamente imposible omitir los talk shows. Un buen día, los productores descubrieron que había gente con ansias de contarle sus problemas íntimos a millones de confidentes.
Precursores de este género televisivo fueron Phil Donahue, Oprah Winfrey, Cristina, Sally J. Raphael y Geraldo Rivera. En mayor o menor medida, los temas abordados despertaban polémica e incendiaban los ánimos de los participantes. Basta recordar el sillazo que rompió la nariz de Rivera cuando éste trató de detener un pleito entre miembros del Ku Klux Klan y detractores del mismo. Pero ese incidente fue opacado por el asesinato de un invitado al programa de Jenny Jones, cometido por el hombre al que días antes le había declarado su amor.
Con el tiempo y la pelea por el rating, el género mutó en un producto cultural asociado con lo escandaloso, lo grotesco, lo falso. Por los estudios de Hasta en las Mejores Familias, el show de Jerry Springer y Laura en América, desfilaron hombres vampiros, abuelitas teiboleras y hombres muy poco agraciados que lograban engañar a cuatro mujeres a la vez pero eran lo suficientemente ingenuos como para aceptar ir al circo dirigido por la señorita Laura.
Caso aparte es el show de Oprah Winfrey. Gracias al poder de convocatoria y visión de su conductora, ha sobrevivido al resto de sus contemporáneos y se ha consolidado como uno de los principales espacios televisivos que lo mismo presenta a actores de moda que a víctimas de delitos sexuales o a un precandidato a la presidencia de Estados Unidos.
Desde un principio el público -en su mayoría femenino- se identificó con una Oprah sensible y cercana que superó una vida marcada por la pobreza, los abusos, la discriminación a su condición de joven afroamericana y a una apariencia física que rompía con los cánones impuestos por la pantalla chica.
Después de dos décadas al aire, la comunicadora se ha convertido en una de las personas más influyentes, ricas y poderosas de Estados Unidos; en una reina de los medios que a través de su compañía -Harpo- produce los programas del doctor Phil McGraw y de la chef Rachel Ray, edita una revista e incursiona en la radio digital.
Como frecuentemente sucede con quienes alcanzan un estatus como el de Oprah, las opiniones respecto a su persona se polemizan. Mientras algunos no dudarían en postularla a la presidencia y devoran los libros y artículos que recomienda, también están los que califican de superfluas a sus producciones y cuestionan la labor humanitaria que realiza en África cuando -dicen- queda tanto por hacer en su propio país.
Pese a lo devaluado del género, el talk show de Oprah ha podido reinventarse gracias a su figura central. Audiencia e invitados agradecen que alguien esté dispuesto a escucharlos. Y ésa no es tarea sencilla.
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