II Parte
La semana pasada comentamos acerca del marco en el que se ubica la corresponsabilidad ambiental de los tres sectores: las empresas o factorías, el Gobierno y los ciudadanos y como todos, aún cuando sea en escalas diferentes, participamos en el deterioro de nuestro ambiente.
En regiones como La Laguna, el deterioro ambiental se ha convertido en una constante de la actividad antrópica, sea agrícola, industrial o doméstica. Los vencedores del desierto están a punto de ser vencidos por su irreverente actitud frente a los frágiles ecosistemas áridos que advierten cobrar facturas por el uso no racional que se hace de sus recursos; han ejercido tal presión sobre recursos naturales escasos, determinantes para la vida y por tanto privilegiados en estas ecorregiones que estamos agotando y contaminando el agua, alterado la calidad del aire, erosionando y contaminando suelos o amenazando la biodiversidad aún existente.
Sin exagerar, estamos siendo reconocidos y no recomendablemente replicables como vencedores-destructores del desierto. La agricultura algodonera, orgullo centenario de nuestra economía ha dejado no sólo fortunas particulares, sino una secuela de perturbaciones del medio ambiente por el uso abusivo de agroquímicos cuyos residuos todavía persisten en el suelo de las áreas de cultivo y no se diga de nuestra vanagloriada cuenca lechera que en su expansión está abatiendo y contaminando los acuíferos de los que nos surtimos para consumo humano, desechando miles de toneladas de estiércol que contamina de nitratos el suelo y las capas freáticas, compartiéndonos a los laguneros las millones de partículas cuando los vientos las desplazan por la atmósfera regional.
Los espacios urbanos concentran las actividades industriales, el comercio, los servicios, así como la población, constituyendo las áreas mayormente perturbadas donde el aire que se respira nos provoca malestares en la salud por las partículas tóxicas que contiene; diariamente generamos miles de toneladas de desechos sólidos y millares de metros cúbicos de aguas residuales, a las cuales apenas se está procurando un tratamiento para reutilizarlas. Quienes vivimos en la zona conurbada de Torreón-Gómez Palacio-Lerdo nos preguntamos cuánto tiempo vamos a continuar respirando aire o tomar agua contaminados y si éste es el medio ambiente que estamos heredando a nuestras generaciones futuras.
Pero también las actividades económicas y la población han venido desplazando a la fauna silvestre y vegetación nativa al competir por los espacios que esas especies ocupan, haciendo un despliegue de ignorancia sobre nuestra biodiversidad, la cual, afortunadamente en los espacios donde aún se albergan ecosistemas, hábitat y especies valiosas los hemos sometido a un estatus de protección que asegure su conservación, sin que por ello haya desaparecido la amenaza antrópica por el atractivo que representa esta variedad de paisajes que ya empieza a atraer la voracidad de los compradores de tierras a quienes importa un comino la pobreza de los campesinos que poseen esos terrenos o la diversidad biogenética que albergan, amenaza que se observó en el Cañón de Fernández cuando se tuvo la osadía de pretender crear ahí un campo de golf, o en Jimulco donde de repente les interesan los suelos y el agua de los pozos y manantiales para establecer explotaciones intensivas o montar casas de campo fuera de la mancha urbana.
Si La Laguna camina hacia un desarrollo insostenible, ¿Es válida la aseveración de que lo importante es generar mayor riqueza bajo condiciones más productivas, rentables y competitivas, sin importar los costos socioambientales como sucede con la producción forrajero-lechero-láctea, nuestro sector más dinámico de la economía regional? Si estas preguntas son ciertas, inexorablemente vamos hacia un crecimiento económico, si bien próspero es muy distante del concepto de desarrollo sostenible. Entonces, ¿cuál es nuestra responsabilidad para evitar heredar este tiradero de naturaleza y sociedad a nuestros descendientes?
La respuesta se encuentra en asumir la corresponsabilidad socioambiental que nos compete a quienes nos desenvolvemos en el ámbito del mercado, del Gobierno y de la ciudadanía, en la medida que culturalmente aceptemos que los recursos naturales como el aire, el agua, el suelo y la biodiversidad son bienes comunes, a los cuales debemos conservar, subordinando para ello el interés privado que los amenace al interés de todos los ciudadanos por conservarlos.
Hoy en día esta preocupación cobra mayor vigencia, aún quizá entre pocos ciudadanos que la asumimos. Los laguneros estamos a tiempo para asumir concertadamente esa corresponsabilidad socioambiental, de modo tal que elaboremos nuestra propia Agenda 21 Local que nos comprometa a asegurar un desarrollo sostenible viable y necesario para vivir con calidad de vida.
El autor es consejero director de Biodesert, A.C.