Cristina Elizabeth Fernández de Kirchner quiere ser única. (Archivo)
Es difícil hallar antecedentes de una mujer que haya erigido el control que disfrutara con su esposo presidente. La inmediatez evoca a los Perón; pero los Kirchner hicieron todo lo posible, para que se les comparara con los Clinton.
BUENOS AIRES, ARGENTINA.- “Ella es única, no se la puede comparar con nadie”, aseguran en su entorno quienes le rinden pleitesía a tiempo completo. En verdad, no es fácil hallar antecedentes de una mujer que construyó el poder económico y político del que disfruta a la par de su esposo. En estos años de Gobierno, la inmediatez remite de inmediato a Juan Perón y Eva Perón. Sin embargo, ella hizo todo lo posible, sutil y constantemente, para que se los compare con los Clinton. Ahora que está a un paso de coronarse presidenta, Cristina Elizabeth Fernández de Kirchner quiere ser única y hasta se diferencia de su respetada Hillary.
“Ella (por Hillary) irrumpe en la política después de que su esposo llegase a la Presidencia. Yo, en cambio, conocí a Néstor cuando éramos militantes y cada lugar que ocupé lo hice a través del voto popular. Incluso llegué a ser gobernadora (por unas horas) antes que mi esposo...”, le dijo a la periodista Carmen Aristegui, en CNN.
Esa declaración es la muestra palpable de una personalidad avasallante, tallada con la gurbia de su gran seguridad y decorada con una egolatría que, además de dejar miles de anécdotas de quienes la conocen o trabajaron a su lado, no permite someterse a comparaciones, como lo dejó claro en esa entrevista.
Así, de Eva Perón extrae su trabajado histrionismo, su grandes dotes oratorias y el puño crispado -en un intento de imitación- en los mítines, aún cuando detesta que la comparen con “la abanderada de los humildes” a quien el cáncer llevó a renunciar a la candidatura a la vicepresidencia el 22 de agosto de 1951.
Cristina, en cambio, no renuncia a nada, nunca. Ni siquiera ahora que es candidata a la Presidencia por “el dedazo” del hombre que se cruzó en su vida el 21 de septiembre de 1974, abandona su cargo de senadora. De Hillary, puede encontrarse su condición de abogada y de mujer moderna y hasta cierto aire de intelectualidad que venía escaseando en los miembros de la clase política argentina.
Militante adolescente del peronismo universitario en la ciudad de La Plata, dueña de una larga carrera legislativa nacional y la provincia de Santa Cruz, Cristina es reconocida por amigos y enemigos como una mujer de temple, autoritaria, soberbia, frívola e inteligente.
Quienes compartieron años con ella en el Congreso o la sufrieron como jefa, le reconocen “una inteligencia y una gran capacidad de trabajo”. Llegó al Congreso en 1995, como senadora por su provincia, después de ocho años como diputada provincial. Allí se ganó los apodos de “Princesa” por su forma de vestir o el de “Bruja” por como se relacionaba con empleados y opositores.
Es factible que su compulsividad por la ropa y las joyas y cierto toque frívolo le ayuden a sentirse más mujer, en una actividad que por momentos la muestra muy masculina, en un ámbito por demás machista.
Cristina suele apelar siempre que tiene ocasión a su militancia política nacida al calor de su relación con Kirchner (a quien trata de usted en público o de “señor presidente”) en los pasillos de la Facultad de Derecho de la ciudad de La Plata, uno de los centros neurálgicos de la represión tras el golpe de Estado de 1976, cuando quedó interrumpida la militancia de ambos, para mudarse a Santa Cruz; ahí compartieron un estudio de abogados en donde necesitaron un puñado de años para amasar su fortuna. En 1987, cuando ella fue electa diputada provincial y su esposo intendente (alcalde) de Río Gallegos, se le contabilizaba una veintena de propiedades, patrimonio que hoy asciende a más de 3 millones de dólares, según su declaración de impuestos.
