FOTO 1. Los mariachis, parte vital del Tenampa, mientras los clientes beben ponche de granada, cuando la noche apenas empieza. —- FOTO 2. El Tenampa vendía tequila y mezcal más que nada. Ahora vende ponche de granada, dulzón pero fuerte. — FOTO 3. Pedro Infante no fue mariachi, pero cantó como nadie las canciones bravías de los compositores mexicanos.
Es un restaurante que se llama “La Rambla”, y puedo asegurarles que vende las quesadillas más ricas de la Ciudad de México.
Está en la calle Motolinía, casi esquina con Madero, en el centro de la ciudad, y se trata de un sitio sencillo y modesto adonde acudo a desayunar cada vez que voy al Distrito Federal.
Las quesadillas que preparan son hechas con dos tortillas de maíz, o de harina, con jamón y queso. Las ponen a la plancha, y cuando se han calentado bien y el queso se ha derretido, las cubren con una salsa especial de tomate y guacamole. Las sirven con gruesos pedazos de cebolla a la vinagreta, pero sin que el vinagre en que se aderezan les transmita ningún sabor agrio o ácido.
Antes de servirlas, las quesadillas de “La Rambla” son cortadas en nueve pedazos, con el dibujo del juego del gato garabato, para que puedan comerse a gusto. Son, en verdad, una delicia.
También, en la Ciudad de México, me gusta ir a la Plaza Garibaldi, un poco a escuchar a los mariachis, y un mucho para asomarme al “Tenampa” y disfrutar de su ambiente y de unos buenos vasos de ponche de Granada.
Hace algunos años, cuando viví en la Ciudad de México, el Tenampa era atendido por Hesiquio, un caballeroso barman que además de servir el ponche de Granada en vasos de papel encerado, y con nueces, preparaba una bebida de su invención, “Margarita a la Tenampa”, cuya receta me reveló un día.
Media onza de tequila, varias gotas de granadina, dos onzas de jugo de naranja, media onza de jugo de limón y un cuarto de onza de jarabe natural. Todo se mezcla bien y se sirve en una copa con el borde impregnado de sal. Hesiquio decía que era una bebida para quitarle lo tímido a cualquiera, porque hacía un efecto inmediato. Era muy fuerte por la combinación del tequila y el jarabe dulce. Los demás ingredientes eran un mero complemento. Hesiquio también presumía de poder preparar más de 600 bebidas, pero esto jamás lo pude comprobar.
Después de varios ponches de Granada, una docena de canciones bravías tocadas y cantadas por los mariachis, aunque sin Pedro Infante ni Jorge Negrete a la vista, me gustaba ir a saborear los ricos caldos de pollo o de carnero, los guisados de barbacoa, el cabrito al horno que venden los puestos que circundan la Plaza Garibaldi.
También venden allí tacos y tortas calientitas, bien picosas, los chilaquiles, el pozole, la birria, el mondongo, la sopa de médula, todo ideal para recuperar energías, curarse la cruda y poder seguir adelante. En Garibaldi se vive de noche, y el ambiente comienza cuando la gente sale de los teatros y los cines y va allí a pasar un buen rato, a escuchar las buenas canciones mexicanas y a tomar tequila, mezcal, ponches de granada o cervezas frías.
Los mariachis de la Plaza Garibaldi, donde hay una estatua de Pedro Infante, y donde se levantarán otras a Jorge Negrete, a Lucha Reyes y a José Alfredo Jiménez, los mejores intérpretes y el compositor más prolífico de la música ranchera de México, siempre andan con los albures en la boca. Y por eso, cuando llega una mujer hermosa, le preguntan con doble sentido al ofrecerle sus servicios musicales: “¿Qué le tocamos, señorita?”.