1.-Una guapa mesera sirve tarros de cerveza a los sedientos celebrantes. 2.-Rico platillo que se antoja disfrutar con buena cerveza fría. 3.-A la una, a las dos, y a las tres... las tres.
Cada año, a finales de septiembre y hasta mediados de octubre, se festeja en Munich una de las fiestas más alegres y desenfrenadas que hay en Alemania: el Oktoberfest.
Los mismos alemanes dicen que más que una fiesta es una prueba de supervivencia, porque es cuando se toma más cerveza que nunca, y se comen grandes cantidades de salchichas y embutidos de toda clase, puerco, pollo, ternera y distintas clases de jamones.
Las grandes barracas donde se venden cientos de miles de litros de cerveza y toneladas de comida se levantan en una enorme extensión de terreno llamado Theresienwiese, tan grande, que permite además la instalación de una feria con grandes avenidas que crean una ciudad artificial.
Esta fiesta, quizá la más popular y conocida de Alemania, nació en 1810, en ocasión de la boda del príncipe heredero Luis de Baviera y la princesa Teresa de Sajonia. Aquélla fue una tranquila celebración, como una fiesta campestre, y pasaron varios años para que dicha fiesta comenzara a recordarse en la forma tan alegre y populosa como se festeja ahora.
Para la celebración de esta fiesta, los dueños de cervecerías, y los representantes de todas las marcas de cerveza que se producen en Alemania, preparan los barracones llamados Octoberwiesen para albergar a miles de personas, y al mismo tiempo formulan el programa de festejos que van desde números de circo, acrobacia, conciertos, obras de teatro, ópera, conciertos de rock, desfile de bandas de música y muchos espectáculos más.
En los barracones se ponen mesas de más de 50 metros de largo, y se contrata a un ejército de hombres y mujeres a quienes se prepara para poder llevar en un solo viaje hasta veinte grandes tarros de cerveza de casi un litro de capacidad cada uno, rubia y negra.
La competencia para mantener llenos esos enormes barracones es dura, y hay gritones apostados en las puertas de cada uno que atraen a los turistas diciéndoles “pasen, señores, pasen”, invitándolos a entrar.
Dos de las marcas de cerveza más conocidas, Lowenbrau y Heineken organizan concursos para premiar a los mejores bebedores, y junto con la cerveza se sirve una gran diversidad de platos de comida, toda exquisita aunque bastante grasosa.
El aperitivo más común en Alemania es un jarro de cerveza y una rodaja de embutido, entre los que destaca uno hecho a base de hígado y pedazos de tocino. Otras delicias son las tres distintas clases de pasta: una de ternera, otra de cerdo, y la última de pato. Y de postres, los típicos y muy alemanes pastel de manzana con salsa inglesa y nieve, el pastel de queso o de durazno, y el puding de chocolate.
Los platos que se sirven van acompañados de papas, que los alemanes prefieren cocidas, y son a base de sangre de cerdo, lengua o salami. Pero quizá lo que más se consume son las famosas salchichas blancas de Frankfurt, acompañadas de mostaza, y el tradicional pastel de hígado nativo de Munich. Otra delicia: los jamones ahumados que curiosamente se ofrecen en distintos sabores y olores.
Oktoberfest es una fiesta de liberación y alegría, pues en las largas mesas se sienta gente que, sin haberse conocido jamás, son grandes amigos veinte minutos después. Por supuesto, mucha de esta cordialidad se debe a la cerveza que se toma, y a la costumbre muy alemana de enlazar los brazos con los vecinos y bambolearse de un lado a otro mientras se canta a gritos. La alegría es contagiosa y poco después se forman cadenas de personas que bailan y caminan siguiendo a un guía. Las orquestas se colocan en altos tapancos, y a veces tocan al mismo tiempo, o se alternan, por lo que no hay un momento de descanso.
Para los muniqueses, o nativos de Munich, (Munchen en alemán), su ciudad es el centro del universo. Tal vez lo digan porque es un lugar pequeño que bien puede visitarse en sólo dos días.
Hay varias cosas que ver en Munich: museos, castillos, viejas iglesias, las construcciones olímpicas de 1972 y por supuesto Dachau, al norte de la ciudad, el primer campo de concentración alemán que ordenó construir Hitler.