POR RICARDO RUBÍN
EL BARRIO CHINO DE LA HABANA
A pocos metros del Capitolio Nacional de La Habana, entre las calles Amistad y Dragones, está el barrio chino de la capital cubana, una vez el más grande e importante del Nuevo Continente.
Hoy no es el mismo de entonces, pero subsiste gracias al espíritu de los chinos viejos que aún viven allí, y al estímulo que le da el Centro Promotor de la Cultura China, que agrupa a más de 500 socios.
Turistas y visitantes locales y extranjeros que llegan se sorprenden del monumental pórtico o puerta de entrada a dicho barrio, con una altura de 13 metros y 18.8 metros de ancho. Sus dos columnas y parte superior están revestidas de mármoles y granito gris. Tiene tres techos con sus típicas cornisas decoradas y pintadas de brillantes colores.
A mitad del siglo 19 llegaron a La Habana miles de chinos contratados por un periodo de ocho años para trabajar en plantaciones de caña y café, pero se quedaron allí y se agruparon en una zona de la llamada Calzada de la Zanja, por donde pasaba un canal, que los chinos aprovecharon para el riego de sus siembras y hortalizas.
En ese barrio chino establecieron comercios de distinta índole, especialmente lavanderías, restaurantes, tiendas de curiosidades orientales, salones de té y puestos de frutas.
Mezclados con los negros, y algunos blancos, el barrio chino prosperó en forma insospechada, y pronto se abrieron también teatros, farmacias, funerarias, casinos, periódicos y salones donde se ofrecían fiestas y bailes.
Ahora, mucho de aquello ha desaparecido, aunque todavía subsisten 13 sociedades que tratan de no dejar morir la herencia china en Cuba, así como el Casino Chung Wah, un periódico y una farmacia. El Casino atesora objetos y muebles de gran valor de siglos pasados.
Los chinos se mantuvieron fieles a sus costumbres en un principio, celebrando matrimonios entre ellos mismos, pero cuando muchos comenzaron a emigrar a otros países, los orientales que se quedaron se casaron con cubanos y blancos, y la raza se ha mezclado en forma notable.
Cuando uno llega a La Habana, una visita obligada es al Barrio Chino para comer allí en alguno de los pocos restaurantes que quedan, pasear en carritos adaptados en una bicicleta, y comprar algunas de las cosas que venden en sus tiendas de curiosidades.
Una visita a la farmacia china de La Habana es toda una aventura, pues se encuentran allí medicamentos poco conocidos, de existencia milenaria y de muy curiosos derivados de serpientes, pescados, erizos, tarántulas, raíces y flores. Hay allí un doctor que atiende cualquier enfermedad, y allí mismo surten su receta. Y contra lo que se cree, se asegura que sus curaciones son muy acertadas.
Curiosamente, La Habana tuvo también una población libanesa muy fuerte y numerosa, pero poco a poco fue disminuyendo como la china, aunque también hay vestigios de la misma.
Las calles del barrio chino de La Habana aparecen desiertas a ciertas horas del día, y hay quienes dicen que es una ciudad fantasma. La verdad es que la mayor animación se nota en la mañana, cuando funciona un mercado popular, y en la tarde con restaurantes y el casino abiertos, y algunos bares de ambiente oriental, donde se juegan dados y otros juegos de apuestas.