Niñas irlandesas lucen trajes típicos de algunas regiones de “La Verde Erin”.
DUBLÍN, LA CUNA DE JAMES JOYCE
Cuando volábamos sobre Irlanda pudimos apreciar por qué le dicen “La Verde Erin”. Allá abajo se veían enormes extensiones de un pasto de color verde muy fuerte que se extendía como un mar interminable.
El aeropuerto de Dublín, capital de Irlanda, está a diez kilómetros del centro de la ciudad, y nuestra habitación en el hotel “Bewley” daba al norte, lo que nos permitía ver un pedazo del río Liffey, que divide a la ciudad en dos partes, y que las une por varios puentes.
El hotel, en la calle Fleet era confortable y acogedor, y estaba muy bien ubicado en la zona estudiantil del Colegio Trinity. De allí, a la calle Stephen Green, se extiende una amplia zona de elegantes boutiques, comercios de diverso tipo, bares y restaurantes. Es, por decirlo así, la zona aristocrática de Dublín, comercialmente hablando.
En una esquina, la estatua de Molly Malone, figura típica irlandesa, conocida como “La Mujer del Carrito”, y se refiere a los viejos tiempos cuando las mujeres vendían distintos tipos de mercancía empujando un pesado carrito de dos ruedas. Y más allá, la Catedral de San Patricio, fundada en 1172 y que es una verdadera reliquia histórica.
Nosotros habíamos ido a Dublín por varias razones, entre ellas conocer la ciudad donde nació y vivió buena parte de su vida James Joyce, el más grande escritor irlandés. Joyce escribió allí parte de sus tres grandes obras: Ulises, Retrato de un Artista Adolescente y Los Dublineses con retratos extraordinarios de la gente y las costumbres de Dublín.
En esta ciudad nacieron otras grandes figuras de la literatura como W. B. Yeats, G. B. Shaw, Oscar Wilde, Liam O’Flaherty y Sean O’Casey.
También habíamos ido a Irlanda para cortar, con nuestras propias manos, algunos tréboles de cuatro hojas del verde césped de su campiña. Esos tréboles los mantenemos guardados entre las páginas de un libro, ya que dan suerte perdurable según dice una vieja canción irlandesa. Y además deseábamos ver a alguno de los milenarios fantasmas, gnomos y duendecillos que se asegura habitan en todas partes. No encontramos ninguno, pero sí conocimos más historias sobre las travesuras que hacen.
No podemos ocultar que otra razón de ir a Dublín era para probar su auténtico whisky destilado en un filtro de turba, y por ello muy distinto al whisky escocés. Para ello, visitamos el Centro del Whisky Irlandés, en la calle Bown, donde vimos el proceso de destilación de lo que los irlandeses dieron en llamar en el idioma gaélico “uisce beath” (agua de vida), que traducido al inglés se convirtió en whisky.
La zona donde estaba nuestro hotel se distingue también por sus casas de ladrillo, y se dice que allí mismo se asentaron los primeros vikingos. El Colegio Trinity, el de mayor prestigio académico de Dublín, está construido donde antes estuvo un cementerio, y sus edificios son austeros y antiguos, y de la mima forma cuadrangular que los ingleses de Oxford y Cambridge. Frente al Colegio Trinity está el famoso Banco de Irlanda que sorprende por dos cosas: un guardia vestido de frac y con sombrero de copa a la entrada, y una chimenea de carbón en el interior del banco, que se mantiene encendida en los días fríos.
Al otro lado del río Liffey, sobre el puente O’Conell, está la parte norte de la ciudad. Uno de sus principales atractivos es una estatua de James Joyce, en la esquina de Earl Street North y O’Connell. Y cerca está el Museo de Escritores de Dublín que exhibe trabajos de los primeros intelectuales irlandeses como Samuel Beckett y Brendan Behan. Tiene una librería muy bien surtida y un jardín budista. Y en el número 35 de la calle North Great George está el Centro James Joyce, dedicado al novelista.
Sólo en Dublín hay 800 pubs, según informe oficial, que además de cerveza rubia o negra sirven comidas de tres y cuatro platillos. La botana más común es de alitas de pollo guisadas con especias. Ahora, entre los platos más tradicionales de Irlanda está el porridge, que es una papilla de avena bastante espesa a la que se agrega leche o crema, pescado con papas fritas, guisado de tripas rellenas de carne de oveja, caldo de verduras con carne y huesos de res. Y como postre, pudín de caramelo.