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CRÓNICA DE VIAJE

La Plaza de San Pedro y la Basílica de Roma, donde el Papa oficia los domingos una misa y da su bendición.

La Plaza de San Pedro y la Basílica de Roma, donde el Papa oficia los domingos una misa y da su bendición.

POR RICARDO RUBÍN

ROMA, A VUELO DE PÁJARO

Roma es una de las ciudades europeas preferidas por los turistas hispanoamericanos. Se debe en parte a que allí está el Vaticano, y a que muchos visitantes católicos esperan tener la suerte de ver al Papa, aunque sea de lejos.

Pero Roma, además de eso, tiene grandes atractivos y contrastes, pues a más de ser una de las ciudades más antiguas del mundo tiene esplendor, belleza y cultura. Imposible no visitar el Coliseo, Piaza Navone, la Fuente de Trevi, El Vaticano, la Rue Condotiere, la ciudad antigua. Y también, observar su vida peculiar. He aquí, captadas al azar, algunas de mis impresiones recogidas en la última visita que hice a la llamada Ciudad Eterna.

Los romanos siguen siendo poco prácticos. Todo, hasta algunas gasolineras, cierran de 1:30 a 4:30 de la tarde.

Por la Vía Triptone una tienda ofrece “Pantalones para muy gordas”. Por cierto, la mujer romana ha mejorado su figura: menos pasta, menos grasa y piernas más largas... Un galón de gasolina, casi un regalo. Y en estos cochecitos alcanza para ir a Ostia y volver.

Abanicándose con un billete de cien dólares, un turista mexicano asegura muy ufano que con uno de ésos se abren todas las puertas que se quiera. Anda medio achispado... Los cochecitos Fiat casi regalados, y en abonos... Chicas de veinte nacionalidades en todas las calles y tiendas, en mini y en blusas de mangas cortas. Son desenvueltas y encantadoras.

Imposible arreglar el tránsito en esta ciudad donde todos manejan como locos. Calles de dos sentidos que de pronto se convierten en uno solo... Gritos de taxistas, bocinazos da camiones, gritos insultantes. Parece que los romanos manejan mejor así que si lo hicieran en forma tranquila y ordenada.

Fuera del centro de Roma, la fluidez de los vehículos es increíble. No hay semáforos y todos vuelan, frenan, se adelantan, dan vueltas prohibidas, vociferan. La circulación en torno al Coliseo es agitada. Pero sorprende que no haya tantos accidentes como debiera.

Por supuesto, y dada la confusión, nos metemos en sentido contrario en la Avenida Nazionale en el carrito que acabamos de alquilar. Lejos de mortificarse, un solícito agente nos explica nuestro error, sonríe y dice “Mexique” cuando le decimos que somos mexicanos, y nos ayuda a rectificar la ruta, con silbatazos y manoteos para que otros vehículos se detengan.

Pornografía en todas sus formas por toda la ciudad, hasta en las proximidades del Vaticano. En pequeñas tiendas hay máquinas que venden libros y revistas porno. Usted deposita las monedas que cuesta el producto que desea, aprieta un botón y la mercancía sale. Son como librerías automatizadas... En otras tiendas, en irrespetuosa mezcla con tarjetas religiosas, ceniceros con el rostro del Papa donde apagar los cigarrillos, postales porno, algunas con fotos o dibujos, plumas, corbatas, alhajas baratas con dibujos o mensajes eróticos. Y curiosamente, muchas de esas tiendas son atendidas por muchachas de buen ver que no aceptan la menor insinuación. Trabajan con esos productos como si estuvieran vendiendo cualquier otra mercancía.

Por el valor de unos pocos pesos, y la espera de dos a tres semanas, usted puede obtener en forma muy comercial un documento expedido por El Vaticano, según dicen, con la bendición y la firma personal del Papa. No tiene más que dar el nombre de la persona para quien se quiera la bendición. El documento se compra en cualquier tienda de souvenirs religiosos.

Llamativos, y hasta ridículos, los porteros de algunos hoteles de lujo. Parecen mariscales de campo con sus uniformes, medallas, colgadijos y demás. Pero esos señores tranquilamente se embolsan hasta cincuenta dólares diarios en propinas y servicios especiales que prestan a los huéspedes de su hotel.

Algunos tienen hasta tarifas establecidas: veinte dólares por introducir al cuarto de un hombre sólo a una chica de la calle, pero segura y discreta... Diez dólares por orientar al cliente sobre sitios donde está la diversión que busca... Cinco por entregarle una o dos tarjetitas de bares “sólo para hombres” o “sólo para mujeres”.

También meten de contrabando botellas de licor, pues en el hotel son muy caras; orientan al cliente sobre lo que quiere saber, y hasta consiguen compañía para ir a bailar o a cenar, sin ninguna otra intención.

Cae la tarde sobre Roma y el cielo se cubre de varias tonalidades, el aire es fresco y los Chiantis que he tomado en este barecito con mesas en la banqueta me han caído bien. Le ordeno otro al solícito mesero.

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