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Crónica del ojo / A trompadas

Miguel Canseco

En los años ochenta iba a la secundaria, no tenía novia y luchaba sin éxito contra los barros (cuya única ventaja era el placer malsano de hacerlos volar ¡plop! contra el espejo). Era una época donde se descubren las gracias expiatorias de onán (para los muchos) y se llega a la gloria del faje (para los menos) también se expulsa la energía a través de trompadas. Varios míticos encuentros se dieron en mi secundaria, broncas sentenciadas con una frase fatal: “nos vemos a la salida”. Solamente tuve un intercambio de golpes que salvé gracias a mi inseparable portafolio de plástico que salió al rescate cual escudo espartano. En fin, hoy me doy cuenta que llevo veinte años sin dar ni recibir golpes. Todo ha sido resuelto con palabras y cuando éstas se acaban pues aplico la definición que Ambrose Bierce da para cobarde (Adj. “Dícese del que en una emergencia peligrosa piensa con las piernas”). Pero me encantan los golpes. Amo las películas artes marciales, me emocioné con los espadazos de los piratas del caribe y llegué a la identificación cuasi orgásmica, a la individuación y/o nirvana con Daniel San y su patada de la grulla. Ahora, treintón y bigotón, con vientre prominente y columna vertebral que se adapta y pandea en perfecta armonía con el sillón de la computadora, descubro la enorme popularidad de la violencia real, o extrema. Más de una ocasión he mencionado en esta columna el haber visto videos estremecedores que me dejan todo nervioso y sin dormir (por morboso, en el pecado está la penitencia).

Ahora en un nuevo chapuzón en la red descubro páginas especializadas en peleas callejeras. Las más denigrantes son aquéllas donde ponen a pelear a vagabundos entre sí y una de las más famosas, son las peleas de Kimbo, un afroamericano de talla mayor que gusta de partirse los dientes con todos los que se le ponen en frente.

Doy un volantazo: en 1598, Caravaggio fue comisionado para pintar a Judith, la adolescente que decapitó a Holofernes. El artista realizó una obra excepcional, congelando el instante en que Holofernes se revuelve mientras la espada atraviesa su cuello, Judith lo tiene por los cabellos y un chorro de sangre explota de la vena aorta. Por su parte, el artista norteamericano Ron Athey, en 1994 realizó severos cortes en la espalda de un hombre con los que imprimió pliegos que colgó de un tendedero. Orlan, una artista francesa, se sometió en los años noventa, públicamente, a operaciones de cirugía plástica.

Vuelvo sobre Kimbo y sus golpes en Internet, emoción vacía y sin sentido. La violencia ahí está y se ejerce. Del gran José de Ribera se decía que “mojaba su pincel en la sangre de los santos”. Es cierto, la sangre se derrama a diario, los golpes se aplican, literal y metafóricamente, minuto a minuto. Pueden ser por vil entretenimiento, por animalidad o resentimiento y también, por una caprichosa pero válida paradoja, puede ser arte. No digo que Kimbo sea un artista, pero puede ser objeto de una pieza de arte que termine colgándose o proyectándose en las paredes de un museo. El mundo y sus convulsiones, que sigue siendo la fuente primaria de toda inspiración, aunque ésta implique un derrame de hemoglobina.

PARPADEO FINAL

No me quejo: hay trabajo, tengo una novia hermosa (eh, todavía falta un año pal casorio) y en mi departamento me jacto de tener cucarachas grandes y saludables, especímenes dignos de pesadilla que conviven con una colección de antigüedades y titipuchal de libros. Pero ahora ya se me juntó el cansancio y ando arrastrando la cobija que no vean. Dedico mi último aliento para invitarlos a la exposición “O” agua, que sigue colgada en la Alianza Francesa, en Matamoros, casi llegando a la Alameda. Está muy chida, no se la pierdan.

cronicadelojo@hotmail.com

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