Si alguien tiene una reputación sólida y bien ganada son los conejos. Bien conocida es la anécdota de las siete parejas de conejos introducidas en Australia en el siglo XIX, que, una vez en libertad y ante la mirada estupefacta y horrorizada de los koalas se pusieron duro que dale al viejo arte de la reproducción y pronto se multiplicaron por millones, diezmando la población animal y vegetal.
Fue hasta los años cincuenta cuando se introdujo el virus de la mixomatosis, que se logró controlar esta plaga. La mixomatosis es una enfermedad infecciosa que ataca en la cabeza y los genitales, causa conjuntivitis, ceguera y por último el triste conejo, abatido, se cuelga los tenis. Esta columna regularmente trata temas relacionados con el arte y la cultura pero hoy se ha invadido de conejos. Existen tantos, tan profundos y variados temas en los que se puede gastar la tinta de un periódico que resulta un tanto gratuito dedicar unas palabras a los conejos, pero digo, a quien no le gustan (probablemente haya más de un detractor de los conejos, aversión relacionada con alguna mordida, pero son los menos).
Los conejos son maestros de la ternura, se puede acariciar un conejito y darle su lechuguita pero cuando uno se harta del bicho, éste puede proporcionar un sabroso taco. El hombre y el conejo han estado juntos durante miles de años y su carga simbólica es vastísima. En los cuentos japoneses, los conejos viven en la luna comiendo dulces. Para los Aztecas, Tochtli, el conejo, simboliza la procreación en relación al ciclo lunar, los nacidos bajo su signo, por lo tanto, son fecundos y tienden al placer. La vibra del conejo es inconfundible, cuando Hugo Hefner comisionó al diseñador Art Paul para crear el logo de Playboy, éste concibió la imagen del conejo con smoking, que hoy es un sinónimo de la vida lujosa y disipada. En el arte actual el conejo es uno de los animales más socorridos. Redescubierto por los artistas pop, el conejo con su aparente inocencia y recia carga simbólica ha adornado las obras de múltiples creadores, entre los que destacan Jeff Koons y Maurizio Cattelan, actualmente el artista más importante de Italia, que ha jugado con la imagen del conejo en esculturas y disfraces (uno de sus conejos se vendió en casi medio millón de dólares) El paroxismo del conejo está en Coletto Fava, una montaña italiana donde los artistas del “gelatin group” han construido un descomunal conejo de seiscientos metros de largo elaborado, a decir del grupo, por “docenas de abuelitas que lo cosieron con algodón rosa”. La escultura está pensada para que el público la escale y pueda descansar en la mullida panza del gigantesco juguete. Se espera que la pieza dure en ese sitio hasta el dos mil veinticinco. Por su parte, en Internet, la página www.bunnylicious.org hace un compendio de conejos en pinturas, esculturas fotografías, instalaciones y productos comerciales. Se pueden ver conejos terroríficos, irónicos, eróticos, violentos, pornográficos, depresivos, etcétera. Cada artista emplea la imagen del conejo como le place y resulta ser uno de los temas más vastos. Ni los creadores ni el público parecen cansarse de conejos en las más diversas actitudes y circunstancias. Conejos asesinos y en traje sado maso, conejos minimalistas, conejos tiernos y sofisticados. Sorprende cómo un animalito tal vez insignificante, fuera de contexto, puede ser un símbolo poderoso y una llave a la locura. Recordemos que Alicia comenzó su viaje alucinógeno siguiendo a un conejo que llegaba tarde a una cita. Señoras, señores: si quieren alucinar un rato, no se arriesguen con sustancias prohibidas. Orienten su mente a un punto neutro y repitan conmigo, mil veces, este mantra: conejo, conejo, conejo, conejo, conejo (resultados garantizados).
PARAPADEO FINAL
“Dale de comeer al conejito, dale de comeeeer que está chiquitoooo”. ¿Alguien se acuerda de esa rola? ¿Si? Bueno, si su respuesta es afirmativa cuenten con mi amistad y les debo una cheve. Va pues, hasta la próxima.
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