Mi compadre Vinicio estuvo a punto de cortarse las venas con una galleta de animalitos. Afortunadamente la susodicha galleta colapsó en migajas antes de que lograra su cometido. Como Salvador Dalí en su lecho de muerte el Vinicio entornó su rostro al cielo y gritó: ¡qué trabajo me cuesta morir! Y no era para menos. El Santos, en la raya, en el último aliento, había perdido. Con la eliminación del Santos se tendió un manto de tristeza en este pedazo de desierto.
Vengo de fuera y aunque mi corazón se asentó en la comarca, no deja de sorprenderme el poder del fútbol en Torreón. En mi Defe natal hay de todo: cruz azulinos, chivas, americanistas, pumas, hombre, hasta necaxistas uno encuentra. Pero en la Comarca Lagunera el corazón, las arterias y los huesos son verdes. El Santos es el alma de la ciudad a pesar de los americanistas con su mal encaminado gusto futbolero. El estado de ánimo de Torreón se puede medir en goles a favor o en contra. Como todos, disfruté el torneo intensamente. Desde los abismos del descenso santista y el heroico rescate hasta el equipo en su máximo rompiendo crismas aquí y allá. Quisiera decir que el mundo de la cultura se sustrae de los balonazos, que aplicando dosis masivas de Tarkovsky, Beethoven y Borges uno se olvida de los tiros de esquina, pero no. La intelectualidad retorna a los gritos de chango enjaulado cuando de fútbol se trata. Ni modo. Por mi parte viví el peor de los escenarios: Santos vs. Pumas en la semifinal. Siendo puma desde mi infancia me sentí como Robinson Crusoe en esta comarca. La lucha parecía perdida y vale, mi parte santista se regocijaba. Pero el corazón puma andaba acongojado. La luz se abrió un par de días antes. El Tuca Ferreti se deshizo en flores para el Santos y lo calificó como “el mejor equipo de México”. En ese momento supe con certeza que el Pumas iba a ganar. Lo anuncié a mis amigos cual oráculo (es una sola palabra, no malinterpreten). Tuca, al elogiar al Santos ilustró la máxima de Sun Tzu: “conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo y en cien batallas, nunca saldrás derrotado”. Y efectivamente, el Pumas dio el zarpazo. Los guerreros, heridos de muerte, dieron batalla hasta el final. Yo apenas sobreviví, queriendo mucho al Santos, con mi alma en los Pumas. Fue como tener dos mujeres, como amar a Dios y al César, una pesadilla. Ya pasó todo. Goya por el Pumas, ánimo guerreros del Santos. La moraleja tiene múltiples matices: la mística del Pumas, la soberbia de un Santos sabedor de su poderío, el desconcierto, la sorpresa, la garra. Por eso el fútbol no deja de maravillar, de ser didáctico. En la tremenda inequidad de los noventa minutos caben los ingredientes del drama de una vida entera. Aquéllos que han tratado de conciliar fútbol con cultura seguro conocen el texto al respecto del fútbol escrito por el premio Nóbel Albert Camus. Para quien lo desconozca dejo este extracto: “Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice derecha porque, después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Queda pues, para el Santos, la luminosa enseñanza que trae todo descalabro.
PARAPDEO FINAL
Gracias a todos los que anduvieron en la Casa del Cerro en la inauguración de mi exposición individual el día martes. La había cambiado de fecha porque estaba seguro que el Santos llegaba a la final. Ni modo. Nos queda el arte como magro consuelo. Modero mi festejo puma en solidaridad con mis hermanos del Santos. En fin. Mi exposición seguirá todo diciembre y por mi parte, como siempre, quedo como su servilleta en cronicadelojo@hotmail.com