El cine es el cine y aunque gaste saliva diciendo que Tarkovsky o Buñuel pueden ser amenos hay que aceptar que son espesos y en general el gran público se regocija en lo ligero, ya que, como leí en un sitio religioso, “Suficientes complicaciones tiene la vida misma como para venir a complicarla más” (qué Schopenhauer ni qué ocho cuartos). En el caso de los medios de comunicación, donde el tiempo es dinero no hay lugar para la confusión. La televisión y los grandes estudios de cine invierten grandes sumas para producir espectáculos que generan dividendos estratosféricos, no hay mejor negocio que las palomitas para el cerebro. La ecuación del entretenimiento masivo es sencilla: sexo vende, violencia vende. Es asunto de billetes.
Con estas premisas, el historietista Frank Miller y el director Zack Znyder realizaron “300” filme que relata la épica batalla de las Termópilas entre Espartanos y Persas. Sin pretender hacer una recreación histórica, Miller y Znyder simplifican la historia subrayando tres factores: uno, el dramatismo a partir de las imágenes retocadas por computadora, dos, el físico tonificado de actores y actrices y tres, la sangre derramada por litros. El resultado es visualmente deslumbrante: Miller le da la estética de comic y Znyder, veterano de películas de zombies, le pone la catsup cinematográfica. Así, “300” más que una película es un divertido videojuego donde los héroes tienen cuerpo de strippers y el malo parece una inverosímil mezcla entre Michael Jordan y la Tigresa (hombre, en el cine todo es posible).
El épico encontronazo se adereza con elefantes, teiboleras, pseudo ninjas, entes deformes, candentes momentos de dormitorio y para regocijo de las chicas, una mítica escena de trasero, cuando el rey Leónidas ofrece su espalda desnuda a la cámara mientras la luna llena brilla en lo alto (y ojalá los políticos mexicanos jamás agarren estas costumbres espartanas porque eso sí sería violencia de estado). Aquí es donde debería decir que es un producto espurio (dicho con el permiso del Peje) y sin contenido, que el puro entretenimiento jamás se puede equiparar a la profundidad de las artes, que el cine basura no vale la pena. Pero también las frituras son basura y me atasco de lo lindo. Así pues, me la pasé a gusto viendo “300”. Y bueno, También me emociono como enano viendo películas ininteligibles de Werner Herzog o David Lynch. Tengo dos teorías al respecto. Una, que mi espíritu, refinado de nacimiento (ahem) tiene goteras donde se filtran los vanos mensajes de los medios de comunicación. Y dos, que la cultura no ha hecho más que poner una ligera capa de pintura sobre un duro caparazón que alberga mi más profundo, inamovible y naco ser. En fin. Sólo sé que no soy fan de RBD ni tampoco solemne y ciego adepto de Bach (que es el mero jefe, pero no hay que azotarse por ello). Entre el refinamiento y el derrape, mi vida sigue derroteros gozosos.
Si se consideran intelectuales o al menos andan en la pose y en un descuido o a hurtadillas ven “300” o cualquier otro churro, no teman. Es claro síntoma de que uno es una gente normal. Después, si tienen cargo de conciencia, les puedo recomendar un buen libro o una película europea de ésas que no se entiende ni jota pero aparenta estar bien profunda (ahí podemos aprovechar y poner cara de filósofos empachados, nomás para hacernos los interesantes). Y así nos la podemos ir llevando, como diría Mircea Eliade, entre lo sagrado y lo profano.
PARPADEO FINAL
¡Crunch! hizo la cucaracha cuando la pisé. Después se quedó partida en dos, con las tripas de fuera y moviendo las patitas. Es sólo un aviso. Vienen los calores y el ejército de cucarachas persas sale de su nido. Como heroico espartano las espero en boxers y blandiendo una chancla (cual justiciera espada griega). La batalla de las Temópilas versión avenida Corregidora está a punto de comenzar.
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