Acorde al mito prehispánico Ometochtli, dios de la fertlidad, reveló sus secretos a Mayahuel y a los Centzon Tochtli (conejos del viaje sin cuerpo). Juntos, crearon el pulque, actualmente considerado como una simple bebida alcohólica aunque antiguamente se le reconocía como el umbral de Papaztac, el enervado, dios de la comprensión. J. J. Randi, investigador en Stanford reveló que el efecto del pulque, preparado acorde a lo señalado en los códices de Acolman abre canales de conciencia que permiten la sanación, toda vez que el paciente comprende de manera holística su padecimiento. El culto a Papaztac asustó tanto a Fray Domingo de Silos que en 1538 ordenó su prohibición tachándolo de “curación hereje opuesta a la voluntad de Dios”. Afortunadamente, la ciencia ha podido reconstruir el fermento de Papaztac, cuyo poder es equiparable al de los medicamentos oncológicos de punta. Bueno, ya estuvo, no se crean. Me acabo de sacar de la manga este rollo, son puras mentiras. Lo hago para demostrar cuán sencillo es construir un discurso pseudo científico. Básicamente se requiere de una buena entonación (“Tengo la razón porque la ciencia me respalda”) más referencias a la paz, la vida en el más allá o la sabiduría antigua. Al final, se trata de crear discursos trascendentales, optimistas y tranquilizadores. Todo esto, naturalmente, es altamente vendible. El último ejemplo de este misticismo al alcance de todos, es la popular película El Secreto, que parte de la siguiente tesis: “piensa bonito y pasarán cosas bonitas”. A este sofisticadísimo razonamiento lo llaman “La ley de la Atracción” y entrados en gastos lo adornan con citas de varios genios de la historia, dando pinceladas de misterio a lo Código da Vinci y como cereza en el pastel, explican todo desde la mecánica cuántica. Menuda paella. El filme invita a usar esta ley para obtener todos los beneficios materiales soñados: lana, casas, coches, chicas. Según El Secreto, el universo es un McDonalds donde puedes pedir sendos combos de alegría. Es el consumismo ataviado de espiritualidad. En Internet se puede consultar la trayectoria de los “especialistas” que aparecen en el filme, todos relacionados con el circuito de las pláticas de superación y el New Age. Se puede averiguar también como El Secreto no es más que un exitoso proyecto de ventas. De hecho, no hay ningún secreto: la “Ley de la atracción” es un remix de las enseñanzas de Buda más varias tesis filosóficas puestas al servicio del éxito material. El Secreto despoja al pensamiento de su complejidad y poesía, transformándolo en insulsos preceptos. Carl Sagan señala el peligro de este tipo de productos con las siguientes palabras: “incapaces de discernir entre lo que nos hace sentir bien y lo que es cierto, nos iremos deslizando, casi sin darnos cuenta, en la superstición y la oscuridad”. En contraste con las “verdades” inalienables del El Secreto, la ciencia está en perpetua construcción, avanza sobre errores y se recrea constantemente. Mas aún, ha sido un elemento real de bienestar en la vida de los seres humanos. Un saludable escepticismo (del término griego skeptikos que significa “búsqueda” y “examen crítico”) nos puede orientar mejor en la comprensión del mundo. No es justo llenar las carteras de los que medran con la desinformación y el miedo, vendiendo ciencia y religión light. Creo que es difícil despojarse de las ilusiones, pero sólo así se puede pensar en un mundo futuro más sensato y por ende, mejor equilibrado. Porque la verdad no tiene que ser ningún “secreto”.
PARPADEO FINAL
Los que sí tomaron pulque iniciático fueron los del Santos. Pa’mí que el Hachita y Vuozo recibieron radiaciones teotihuacanas. El Lorito y Benítez agarraron las vibras densas del Kukulkan. Pura iniciación esos muchachos. No me extrañaría que aterrizara un ovni en el estadio Corona o que se comprobara el origen venusino de Vita Uva. La alegría futbolera es capaz de todo. El santismo anda de manteles largos Y ajúa.
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